15. Resolución

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Tras su reconciliación, Crowley se tranquilizó un poco. Azirafel asumía con dificultad una suerte extraña de caída que, aunque menos traumática que la suya, también era dolorosa; además de los bruscos cambios en su naturaleza. Pero, a pesar de dudas y contradicciones, había confirmado que su ángel le seguía amando. Al antiguo Principado le aguardaba un duro trabajo de auto aceptación. Mientras tanto, le complacía saber que su deseo por él ya era tan carnal como afectivo. Crowley también le amaba y deseaba de todos los modos posibles.

Mas el rubio no era el único tentado. El antes demonio también era víctima de pensamientos hirientes. Como afirmó en su momento la Diosa, Crowley nunca había disfrutado el mal por el mal. La mayoría de las veces se escaqueaba de las tareas, asumiendo como victorias diabólicas barbaridades a las que la Humanidad llegó por sí misma. Pocas maldades reales acometió, la mayoría intrascendentes. Su marca personal era la pereza; presumía de la sencillez, elegancia y eficacia de provocar malhumor a gran escala, sembrando las semillas de desgracias mayores a la larga, antes que de empujar a la perdición almas banales, de una en una.

Ahora carecía de obligación alguna, fuera de las que se quisiera imponer a sí mismo. Le bastaban su huerto, cuidar de su ángel, vivir una vida plácida y egoísta. No obstante, se había comprometido a ayudar a Azirafel y a cuidar de la Humanidad; pero, ante las dificultades y sinsabores de esa meta, le tentaba olvidarse de todo y volver a la indolencia, el cine, el teatro, los conciertos, los paseos por el jardín, la vida doméstica; gozar del amor que por fin su otra mitad le ofrecía. Y ya. Si por hacer el bien con Azirafel iban a estar más vulnerables a las iras infernales y divinas...

Su alma era vieja. Estaba cansado. Cansado de obedecer. Cansado de intentar redimirse. No quería ser mortal o disgustar a la Diosa. No quería exponerse a perder a su ángel. Pero lamentaba que las fuerzas del Cielo y del Infierno no les dejaran en paz, que Azira sufriera por proteger a la Humanidad... desde el terror al propio porvenir, individual y de pareja.

- Mi muy amado demonio tentador, una hora dando zancadas por el pasillo es suficiente, me pones los nervios de punta, vente al sofá.
- Oh, lo siento - se disculpó, gratamente sorprendido; hasta hace poco Azirafel había eludido referirse a él como demonio. Y, en el pasado, cuando mencionaba su anterior especie, pretendía enfatizar lo que les separaba. Sin embargo, tal y como sonó ahora, parecía una palabra cariñosa y sexy, una broma privada.

- Vente conmigo al sofá - insistió, autoritario, mientras, con un chasquido de dedos, hacía sonar un vinilo de "Velvet underground", a modo de música de fondo, y materializaba sendas copas de vino tinto-.

Crowley acudió, tenso, pero le era difícil oponerse a Azira.

- Has tirado macetas, roto puertas, pateado paredes. Gritas a veces. No estás bien - observó el que fuera un ángel cuando el pelirrojo se sentó a su lado.
- Tú tampoco.
- Eso no es un secreto. Crowley, habíamos prometimos ser sinceros; ahora eres tú quién se está negando a abrirse a mí -

El pelirrojo sonrió, malicioso.

- Yo abro o te abro lo que quieras.
- No hablo de las nalgas -

Azirafel suspiró, frustrado, la vieja máscara de humor defensivo surgía de nuevo. Al pelirrojo, por el contrario, le divirtió sobremanera la impertinencia de su ángel favorito ante la irritación.

Aprovechando el chaise lounge, el rubio se reclinó, invitando al otro tumbarse juntos. Ya junto a él, empezó a acariciarle el pelo. Sabía que al antiguo demonio le relajaba el contacto físico, especialmente las caricias en el pelo y los masajes en la cabeza. Esperaba que este contacto, combinado con la música y el vino, ayudaran.

- Lograrás que ronronee como un gatito - murmuró, cerrando los ojos para disfrutar con el resto de sus sentidos de las atenciones que su ángel le prodigaba - Esto es lo que tanta falta me hace.

- Con qué te tientan, vida mía - susurró el otrora ángel, besando el tatuaje de la serpiente.

- Sugieren que me olvide de la Diosa y de sus planes; así como de la ambición de salvar el mundo... cuando somos dos pobres desgraciados de porvenir incierto. Que quizá debamos ser felices ahora y asumir que mañana no sabemos. Pero te lo prometí, ángel. No hay promesa que respete más que las que te pueda hacer -

De pronto una sonrisa iluminó el rostro del antiguo Principado.

- Qué curioso, querido. Tus antiguos jefes intentan alejarte de toda buena obra, aunque esté equivocada y suponga una catástrofe, para empujarte a una larga e intrascendente vida junto a mí.
- Una vida junto a ti nunca es demasiado larga ni intrascendente - replicó, molesto. Azirafel siguió sonriendo, enternecido, mientras seguía mesándole el cabello.
- Vida perezosa, entonces. Una vida ignorando el destino de la Humanidad o nuestro poder, incluso nuestra responsabilidad, para influir en él.
- Ángel, por favor, oigo los engranajes de tu cerebro. ¿Qué piensas? - inquirió el antiguo demonio, esperanzado por el matiz de renovada alegría que percibía en su voz.
- La Diosa no me habla; decidiremos desde la incertidumbre, como los seres humanos - sentenció - es mi castigo por el Libre Albedrío, pero nuestros enemigos, amor, son tan locuaces que nos han resuelto el dilema - carraspeó, con el suspense de quien anuncia una revelación - Y la respuesta es simple, seguir juntos y hacer el bien, como teníamos previsto, desde nuestro humilde entendimiento. La Diosa es tan superior que siempre haremos Su Voluntad, queramos o no. Es El Gran Plan. Es la Diosa. Nadie tiene capacidad de desafiarla-

Crowley se incorporó, histérico.

- ¡Brillante! Ellos solo han intentado desviarnos. ¡Íbamos bien, ángel!
- Exacto - Azirafel parecía muy orgulloso de sí mismo.
- ¿Y cómo elegiremos cuándo, cómo y con quién intervenir? - preguntó Crowley, con ganas de ponerse manos a la obra.
- La Diosa nunca habla directamente a los hombres, pero sí a sus corazones. A menudo envía señales que deben interpretar. Intentaremos encontrarlas y las seguiremos -.

Beelzebub y Gabriel se rindieron: esa súbita inspiración de Azirafel implicaba una intervención divina.

No recuperarían jamás a sus soldados. La Diosa les protegía.

En consecuencia, las tentaciones cesaron.




La Espada Llameante (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora