Según llegaron a casa, Crowley rebuscó en las cajas de cartón cuyo contenido todavía quedaba pendiente de colocación tras la mudanza.
Una de esas cajas contenía solo cartas, ordenadas cronológicamente.
Crowley extrajo la primera y se la llevó a Azirafel al sofá, sentándose a su lado. "No sé si es la mejor, pero apostaría que es la que más podría sorprenderte; espero que recuerdes latín".
Azirafel empezó a leer.
*
Saludos.
Hoy un ángel me ha tentado. Vino a mí después de varios siglos, con su cabello rubio, sus ojos azules y su sonrisa franca, pidiendo permiso.Mientras, yo había tenido un día de mierda. No sé qué sentido tiene mi trabajo. Debía corromper a Calígula. El matricida, fratricida y uxoricida; conocido por nombrar Senador a su caballo, convertir el Senado en un burdel y perpetrar barbaridades.
Una conversación con el tipo bastó para encajar que yo no tenía nada que hacer. Estoy por cederle mi puesto y retirarme. Siguiendo las normas, había viajado evitando la magia y asumiendo varias jornadas insoportables a caballo para acabar sintiéndome miserable (e inútil) en el restaurante de Petronio.
Y apareces tú, con alegre despreocupación, preguntándome si alguna vez había probado las ostras.
De verdad, ángel ¿haces vida nocturna? Me confundes. Debo decidir si eres inocente, descarado o ambas.
Pero lo interesante no es lo que me preguntaste, sino que te contesté. Nunca probé una ostra. Tampoco una mujer. No es algo para contar por ahí. ¿Quieres tentarme? Déjame probarte. Me interesas. Ya lo sabía, solo que hoy me lo reconocí a mí mismo.Y luego balbuceaste y me acusaste de ser el tentador. ¿Se puede ser más entrañable? ¿De verdad te gusto un poco? Si no estuviéramos en bandos opuestos, si no temiera asustarte, lo intentaría.
No puedo olvidar que, el día que te conté lo de mi cambio de nombre, bromeaste preguntándome si no lo había reemplazado por el de Asmodeo; demonio de la lujuria. No, no eres tan inocente como aparentas. Encarnas una muy peligrosa mezcla de inocencia con descaro. Y yo, como polilla, de cabeza a la llama, preguntándome cada vez si estás coqueteando conmigo o si soy demasiado enrevesado.
Cierro los ojos y hasta imagino cómo lo haría. Buen restaurante, buen vino y tantos halagos que no quede rincón en tu casa en el que te quepa la vanidad. Y más cosas que me guardo. Aún portándome muy mal, te trataría muy bien. Me las ingeniaría para que nunca quisieras marcharte de mi lado.
Pero no quiero asustarte, menos perderte. Creo que huirías si esta carta cayera hoy en tus manos.
Al menos, he llegado a dos conclusiones:
1. No quiero volver a pasar tanto tiempo sin ti.
2. Necesito encontrar un pretexto para verte con frecuencia. Algo que nos vincule. Un acuerdo.Pensaré en ello.
Sigue sonriendo; verte feliz me hace feliz.
Tu eterno ¿amigo? Crowley.
*
Azirafel se sonrojó hasta las orejas.- ¿Y ese rubor? - rio el pelirrojo, besando el cuello del rubio, que se estremeció.
- Varios pensamientos a la vez, de los que me vas a distraer si continúas así -El antiguo demonio le miró con ganas de saber más, pero también de distraerle.
- No me dejes con la intriga - le rogó.
- Verme feliz te hacía feliz - luego "el amor de Crowley siempre fue generoso" pensó.
- Claro.
- Y ya te gustaba en el siglo I.
- Te lo dije: me gustaste desde el principio, ángel de poca fe.
- Y, además, me cazaste -Crowley sonrió, ladino.
- Explícate.
- Sí, coqueteaba contigo. Lo hacía sin pensar, después me daba cuenta y me arrepentía. Esto más allá de que me guste la charla inteligente, provocar y los juegos de palabras. Alguna vez quizá fui inocente de más. Lo de las ostras, no lo pensé.
- Lo de llamarme Asmodeo, sí.
- Como burla amistosa. Arrastrarte no va contigo. Eres noble y digno. Fue un buen cambio de nombre-Crowley, sentado junto a el, apoyó la cabeza en su hombro.
- Y de paso, me considerabas sexy.
- Nunca lo hubiera admitido - reconoció Azirafel con risitas - un ángel no puede sentir atracción.
- Y tampoco comer sushi.
- Y tampoco comer sushi- repitió, haciendo que el que fuera un demonio se incorporara un poco para besarlo - Sí, he ganado mucho con el cambio, Alabada Sea la Diosa.
- Te quiero, ángel. Te quiero tanto.
- Tú caíste antes - observó - pero yo más fuerte-.