TRES

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Ni siquiera soy consciente de cómo se lo explico todo, porque es como si viera las cosas a través de una cortina de humo. Esto está pasando y a la vez es tan irreal. De lo único que puedo estar seguro es de que su expresión, en general alegre, se ha ensombrecido por la decepción, como si le hubiera dado la peor noticia que pudiera escuchar.

Escogí justo hoy porque nos hemos acostumbrado a venir a la playa cada mes sin falta desde que hemos empezado a trabajar y podemos permitirnos hacerlo. Cuando todo parecía ir en orden, de pronto he cambiado las reglas del juego, los ingredientes de la receta.

—No me gustan los chicos —dice por fin.

Siento que todo se desmorona como el castillo de arena de aquel niño cuando las olas lo atacan. Ha meditado esa respuesta en silencio por el cuarto de hora más largo de mi vida. Se lo he confesado todo. Esos sentimientos que reprimí toda la vida por miedo al rechazo. Y ahora, ese miedo ha aumentado peligrosamente con su negativa.

De pronto la brisa no se siente más fresca, sino áspera. El aroma del mar es más salado que de costumbre y mi corazón se ha disuelto entre los granos de arena que las olas arrastran sin piedad.

—Pero sigo siendo yo —me aferro a una frágil esperanza.

Es innegable que había notado el cambio, que ha sido gradual, pero ha estado sucediendo desde hace tiempo. Han pasado meses desde que adopté el estilo tomboy. Mi excusa fue que me inspiraba en una cantante coreana, de esas que le gustan tanto a Danna. Estoy habituado a vestir como hombre y a llevar el cabello corto desde entonces.

—No es igual. Nada será igual —dice, después de una breve pausa.

Luego se desvanece con el viento y es como si nunca hubiera estado junto a mí. El atardecer brilla anaranjado sobre las olas crujientes, pero mi visión es monocromática. Miro la puesta de sol sin poder reprimir las lágrimas que se acumulan en mis ojos. El chapotear de los niños, las parejas en la orilla, las familias riendo, todo contribuye para hacerme sentir la persona más miserable del mundo.

Las olas son cada vez más altas, como suele pasar conforme avanza la tarde, y entre tanta tristeza se me figura que se convertirán en un tsunami que me devorará entero. Un tsunami hecho de recuerdos, de momentos y sentimientos que quedarán por siempre grabados en mi memoria. Pensé que él sería la persona más importante en mi vida. Eso era lo que había creído. Salimos por casi tres años llenos de sonrisas y detalles. Llegamos a entendernos sin hablar, compartíamos un código que nadie había escrito pero que era solo de nosotros. Ahora todo ha quedado reducido a la nada.

Pienso en el ejército de peluches que me esperan en mi habitación, todos con su nombre grabado en sus miradas. Recuerdo las tardes de pizza después de la universidad. El cómo se las arreglaba para que nuestros descansos coincidieran en el trabajo. Las veces en las que llegaba a mi puerta con algún detalle de lo más inesperado.

                  Sueños.

                                Metas imposibles.

                                                     Y ahora todo se pierde en la arena.

Para esa persona que creí que estaría siempre a mi lado bastaron quince minutos para dejarme ir, solo por ser quien soy. Se fue, abandonándome con mi dolor en un lugar que habíamos hecho nuestro. No sé cómo volver a casa, es como si el camino se hubiera borrado. Solo sigo aquí, contemplando el atardecer que se burla de mi tristeza.

—Veo que también eres un bicho raro que no usa traje de baño en la playa —esa voz suave y melódica se siente casi como un bálsamo para el alma— ¿Puedo?

Se sienta sin que lo invite, en la silla que antes ocupaba él...

Me apuro a enjugarme las lágrimas y a hacer acopio de toda mi fuerza para encarar al extraño. Está vestido con una camisa rosa ligera de manga larga, pantalones holgados y tenis blancos. Lo más llamativo es su cabello pelirrojo sensualmente despeinado por la brisa y esas pecas esparcidas por toda la cara como un cúmulo de estrellas en un blanco universo. Sus ojos son como dos gemas de agua. Es como si de pronto un ángel hubiera bajado del cielo en el momento justo para intentar animarme.

—¿Quieres? —me tiende la bolsa de frituras que ha traído consigo, pero niego moviendo ligeramente la cabeza—. Sé que no me incumbe, pero un chico lindo como tú no debe llorar en una tarde tan bonita.

«Me llamó chico. Y no solo chico, ¡sino chico lindo!».

Se pone en pie y camina unos pasos hasta detenerse frente a mí, el sol lo baña con sus rayos naranjas como si tuviera un halo. Me parece por un instante que es el mismo Apolo brillando con toda su divinidad. Estoy anonadado, no por él, sino por lo que dijo. Bueno, tal vez un poco (mucho) por él. A pesar de mi aturdimiento, no puedo negar que es endemoniadamente atractivo.

—Como sea, no suelo hacer cosas como esta, pero quería darte esto. Igual y te alegra la tarde.

Me tiende un avión de papel, un ala dice «ábreme». Sigo sin poder articular una palabra. Desdoblo la hoja. Es un dibujo de mí, un retrato hecho con tintas de colores.

«Un artista».

Hasta ahora no había reparado en el estilógrafo que trae sobre la oreja derecha. Y sus manos están un poco manchadas con grafito y tintas.

Como noto que se ha dado cuenta de que lo estoy observando demasiado, bajo la cabeza y reparo de nuevo en el retrato. Me gusta su manera de aplicar las luces y sombras, el estilo es de tipo semi-realista. Seguro ha usado ese estilógrafo en su oreja para hacer contornos y destacar ciertas partes con algunos tramados. Espero hallar su nombre a modo de firma, pero en lugar de eso encuentro un perfil de contacto y se me eriza la piel: @_TheRedAlien.

—¿Pero, cómo...? —digo como un susurro.

Cuando levanto la mirada, ya no está más ahí.

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