DIECINUEVE

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Cuando salimos al jardín ya no sé qué me gusta más, si el interior suntuoso de la mansión o la explanada verde revestida de palmeras, árboles en flor, arbustos con pinceladas de oro, estanques artificiales y fuentes danzantes. Las estatuas parecen figuras fantasmales traídas de la antigua Grecia o del Imperio Romano, también hay otras que siguen la misma lógica que las de la entrada, como robadas de las culturas más diversas, pero su hechura parece ser del estilo renacentista.

No puedo describir nada sin que la palabra lujo aparezca en mi mente. Las mesas, la decoración, el pastel de bodas, la mesa de dulces, las barras-bar. Absolutamente todo irradia opulencia. Sin duda las favoritas de la noche son las rosas blancas, que están en todos lados: desde los centros de mesa hasta los recuerdos para los invitados, por no mencionar los arreglos florales que embellecen las fuentes y las farolas. También las hay en un arco nupcial en el escenario que servirá para presentar a los novios y posteriormente como lugar para bailar toda la noche.

Contrataron música en vivo para mantener alegres a los invitados. Al parecer, las cumbias empezaron antes de la media noche y debo admitir que la interpretación no es para nada mala. Los meseros reparten cocteles, refrescos y botanas.

La ansiedad comienza a apoderarse de mí cuando veo a la mujer vestida de blanco que saluda a un grupo de personas que parecen extranjeros, quizá su familia de Italia.

—Ahí está Alessia —dice Izan muy animado— hey, ¿qué tienes? No estés nervioso, ella es muy maja tío —dice esto imitando un acento español que me saca una risita— puedo tomarte la mano para aliviar la ansiedad, si quieres.

—Eso solo la empeoraría.

—Al menos lo intenté —dice fingiendo desilusión—. Vamos, te presentaré a esta gente.

No dejo de pensar que esto es más bien algo formal, como conocer a la familia de tu novio; solo que Izan no es mi novio.

Alessia nos saluda sin dejar de sonreír. Me pone nervioso que me analice de pies a cabeza, cuando menos tiene la delicadeza de hacer que parezca natural con un comentario amable: «qué lindos zapatos». Sí, son nuevos y aún me duele el codo por haberlos comprado; pero no puedo responder eso. Me siento acomplejado al ver el entorno fastuoso y el derroche de recursos en este evento.

—Izan no deja de hablar de ti —dice Alessia, con un tono que supongo significa que quiere aguijonear a su hermano.

—Espero que sean cosas buenas —digo, tragándome los nervios.

—Por supuesto que sí, él solo sabe hablar cosas buenas —me guiña un ojo—. Izan, ven a saludar a Carlo. Está con su familia.

A continuación recibo de Alessia una breve explicación sobre quién es Carlo —lo sabía por adelantado— y las peripecias que pasaron sus familiares durante su vuelo y llegada a México. Detalles que parecen divertir a la novia. Me veo obligado a mantener una sonrisa mientras conozco al novio y otras tantas personas que no me molestaré en recordar más tarde.

La familia de Izan no es religiosa, así que antes de la fiesta, Alessia y Carlo solo se han casado en el registro civil, esta misma mañana, en una ceremonia privada. La familia de él, por el contrario, no aprueba del todo esta decisión, pues al parecer, son católicos acérrimos.

El verdadero pánico llega cuando aparece en mi campo de visión la madre de Izan. Una mujer relativamente alta, aún más por los tacones. Lleva un precioso vestido azul con un ligero escote, detalles en oro destacan en su cintura y van a juego con la joyería que ensalza su cuello, muñecas y dedos.

—Mira, ella es mamá alienígena —dice Izan en un tono juguetón que, supongo, tiene el propósito de hacerme sentir menos nervioso, pero no sirve de nada.

—Hola, chicos —dice la mujer una vez que llega frente a nosotros, nos saluda de beso— pero si tú debes ser el muchacho que pone a mi hijo a cantar todo el día.

—¡Mamá! —se queja él, con las mejillas encendidas— eso no puedes saberlo.

—Aunque ya no vivamos juntos, conozco bien a mi hijo —repone la mujer.

—Encantado de conocerla —digo ofuscado.

—El gusto es mío.

Tras intercambiar algunos diálogos triviales, la madre de Izan parece ansiosa, mirando en todas direcciones, pronto descubro el motivo de su inquietud:

—Disculpenme, chicos, los dejo, tengo que supervisar el evento, que si no esto se sale de control.

Cada uno recibe un beso sonoro en la mejilla y en seguida la mujer se apresura a inspeccionar la mesa de dulces, quejándose de que no está en funcionamiento la fuente de chocolate. Luego, algunos reclamos sobre el champagne y las copas para el brindis.

TRANSPARENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora