DIECISÉIS

208 35 5
                                    


Un domingo lluvioso no es sinónimo de día arruinado. Después de pasar toda la semana ensayando con las chicas y estudiando para no ser un desastre en mi nuevo trabajo, ya me urgía pasar un rato agradable con mi chico favorito. ¡No puedo creer que dije eso! ¿Estoy yendo muy rápido? No me importa. Él cree que soy genial y me acepta exactamente como soy. Tal vez es cierto que existe el destino.

Izan me ha invitado a un café que me tiene fascinado con la decoración de temática literaria. Fue una buena elección. El sonido de la lluvia solo hace más íntimo el ambiente, se siente romántico, más aún porque hay tan poca gente que estamos prácticamente solos. Escogimos una mesa junto a la ventana, como está empañada, Izan dibuja algunas figuras con el dedo.

—Ahí lo tienes —me dice.

—¿Qué se supone que es eso?

—¿No es obvio? Un mago en una feroz batalla contra un alienígena. Mira, esta es una varita lanzando un hechizo y esta es una pistola láser. ¿Quién crees que ganará?

—Siempre magia.

—¿En serio? ¿No me concedes ni una oportunidad?

—Puedo dejarte ganar si quieres.

—Así que tienes sentido del humor —dice irónicamente, pero jugando.

—Tal vez un poco.

Los dos reímos.

—Por cierto, ¿no estás nervioso? Mañana es tu primer día como practicante.

—Sigo sin entender cómo funciona la mente de ese hombre. Es decir, ¿en qué estaba pensando cuando dijo que podía empezar a trabajar sin haber estudiado nada sobre química previamente?

—Cris, te sabes la tabla periódica de memoria. Si te pregunto de qué está compuesto el cuerpo humano, me lo responderías en automático.

—Carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno en mayor medida —empiezo y me sonríe para que continúe—. En menor porcentaje, potasio, calcio, fósforo, azufre y sodio.

—Ahí lo tienes, ya has estudiado química.

—No, solo he memorizado datos por esta necesidad de control en mi cabeza.

—¿Cuál es la fórmula del paracetamol?

Lo pienso unos segundos antes de decir:

—C8H9NO2.

—Mierda. Eso fue un tiro a ciegas.

—No estoy seguro.

—Es correcto —dice, ya con la información a la mano gracias al internet.

—Es que siempre reviso la composición de las medicinas antes de tomarlas —me encojo de hombros—. No tenía idea de que todo eso estaba en mi cabeza. Es como si esperara el momento de salir, pero normalmente solo se mantiene archivado en alguna parte de mi cerebro. Tú me haces abrir las carpetas de datos inútiles.

—No son datos inútiles, ¡es genial! Espero que con eso entiendas que no hay nada de qué preocuparse. Aprendes rápido, lo harás bien en el trabajo. Cameron es bueno enseñando, aprobé la escuela gracias a él.

—Estás rodeado de gente extraordinaria.

—Tú incluido.

Mi rostro entero cambia de color. Me escondo bebiendo la malteada de chocolate.

Pedimos el postre. Un pay de queso con mermelada y fresas.

—Aquel día en Inventiva no pude decirte algo.

—¿Qué cosa?

—Mi hermana se casará el próximo sábado. La boda se celebrará en la hacienda y me gustaría que seas mi acompañante.

—¿Me vas a presentar a tu familia en la boda de tu hermana?

Esta vez él se sonroja.

—Iré, pero si tengo un ataque de pánico, será tu culpa.

—Hecho.

Cuando deja de llover, decidimos dar un paseo. Nos sentamos en una banca de un parque, aunque primero debemos secarla con un pañuelo. Seguimos hablando de tonterías fantásticas. Izan saca su sketchbook para enseñarme cómo usar los rotuladores acrílicos. Usa el antebrazo izquierdo como soporte a falta de una mesa, como no es tan estable, sus trazos no son perfectos. Dibuja lo que tiene enfrente: la parroquia de Santa Ana, un edificio que data de la época colonial, con las palmeras a su costado, las farolas y otros árboles varios, personas caminando y palomas volando.

—Hay algo en lo que soy particularmente malo —esto llama su atención—, los escorzos nunca me salen bien.

—Tampoco es como que sea el mejor en ello, pero tengo algunos consejos que podrían ayudarte —dice animadamente, blandiendo el rotulador como si fuera una varita mágica.

Entonces nos interrumpe una mujer que va vendiendo rosas adornadas con papel celofán y listones. Se acerca a nosotros, pero se dirige a Izan:

—¿No quiere una rosa para su novia? —dice la mujer.

Inmediatamente pasan dos cosas: me siento morir y la expresión de Izan se pone tensa. Aprieta los labios y traga saliva antes de decir:

—No, gracias —de una manera cortante, pero sin dejar de ser amable.

—Ándele, joven, cómprele una rosa a su novia. Se va a poner contenta, se ve que quiere una —insiste la mujer.

Esto consigue incrementar mi mortificación. Me siento al borde del llanto. Esta vez, el dolor en mi pecho no es solo por la impotencia de no poder hacer nada para que otras personas me perciban como quisiera, sino que me siento expuesto ante Izan, ante este chico que comienza a gustarme y al que parezco gustarle también. Se siente como si, de buenas a primeras, esta mujer hubiera salido de la nada y me hubiera dejado completamente desnudo en medio de la calle. Me siento ridículo y vulnerable. Solo quiero huir y esconderme debajo de las sábanas en mi cama, abrazado por la oscuridad de mi cuarto.

Izan cierra el sketchbook para encarar a la vendedora. Lo noto incluso más rígido que hace unos momentos. Sin embargo, esboza una sonrisa y su tono sigue siendo amable cuando dice:

—No, gracias, señor.

Esta palabra ofusca a la mujer, que no sabe cómo reaccionar.

—¿Disculpe? —dice ella, con cierta indignación en el tono.

—Ah, lo siento, creí que estábamos jugando a llamar a las personas por el pronombre equivocado —esto sí lo dice con notoria irritación.

—Izan... —murmuro por lo bajo.

—Cristian no es mi novio, pero podría serlo, así que le pido que lo respete. Y no, no quiero ninguna rosa.

Izan se pone de pie, aunque se tambalea un poco mientras las prótesis recuperan el equilibrio. Con un gesto me indica que lo siga. Como estoy demasiado ofuscado por todo lo que está pasando, camino en automático hasta que nos hemos alejado del parque.

—¿Qué fue todo eso? —le digo, muerto de vergüenza y al borde de un ataque de disforia.

—Lo siento, Cris, me dejé llevar por la rabia. Es que no soporto verte mal.

—Entiendo que no es su culpa, yo, bueno...

—Eres un chico increíble. Y me gustas como eres.

Siento el calor en mis mejillas. Nunca me lo había dicho en persona. En realidad, creo que nunca lo había dicho.

—¿Qué? ¿dije algo malo? —se preocupa.

—Dijiste que podría ser...

—Mi novio —completa—, bueno, sí, pero solo si quieres.

¿Me lo está proponiendo? Estoy demasiado abrumado como para responder algo sensato. Así que elijo la salida fácil:

—Es muy pronto para pensar en ello.

—Claro, no tiene que ser ahora, sino cuando estés listo —me sonríe cándidamente y yo le sonrío de vuelta, aunque por dentro estoy hecho un amasijo de emociones incompatibles.

TRANSPARENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora