CATORCE

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Estoy muy nervioso. Lamento que Danna no pudiera acompañarme. Esta no es una entrevista de trabajo, simplemente se trata de un encuentro con uno de los científicos de un laboratorio farmacológico. Cameron piensa que si veo a un químico en acción será más fácil decidir si esta es mi vocación. Nunca es tarde para cambiar de ambiente, así que acepté. Pasar la vida entre tubos de ensayo, probetas y compuestos químicos me parece una opción agradable cuando pienso en lo pacífico que debe ser ese entorno. Un ejercicio que requiere concentración, metodología y precisión. Sí, es algo que disfrutaría. O tal vez agudizaría mi obsesión con mantener las cosas bajo control.

La sede es un edificio de muros grises. Lo que más llama la atención es el logotipo en lo alto que reza el nombre del corporativo: Inventiva Lyra. Al acercarme a la puerta descubro que hay un guardia de seguridad que se encarga de supervisar quién entra y sale. Parece que pide identificación a los empleados. ¿En serio son tan meticulosos? ¿Y ahora qué?

—Tengo una cita para ver al doctor Benjamin Allen —digo tímidamente y ruego que no suceda lo que siempre sucede. Compruebo ansiosamente que mi pecho se vea lo bastante plano como para pasar por masculino y me muerdo la lengua cuando pienso que mi voz es de un tono que me desagrada.

—Nombre —dice el guardia, inexpresivo.

—Cris Muñoz.

Ruego que no pida identificación. El hombre me examina unos segundos y luego decide que puedo entrar. Suspiro de alivio.

Lo primero que noto cuando entro en el edificio es que, efectivamente, no es un lugar convencional de oficinas, sino un coworking colorido que parece más bien un espacio recreativo. No puedo reprimir una expresión de sorpresa cuando, en la recepción, me encuentro con que un robot atiende a las personas detrás de un mostrador. ¿Sigo en 2018 o viajé al futuro? ¡Qué va! Esto debe ser común en otras partes del mundo, no en México.

Me concedo unos segundos para observar al robot. Es blanco y tiene una pantalla por cara, en la que se muestra un rostro punteado que realiza animaciones simulando sonrisas de píxeles. Mueve los brazos amistosamente saludando a los que pasan cerca y repite un mecánico «buenos días» con una voz metálica, aparentemente femenina. Al parecer, cumple la función de recepcionista. Realiza un escaneo facial a los trabajadores para registrar su entrada. Es fantástico.

—¿Te gusta Alfa? —pregunta una voz detrás de mí.

—Ah, hola —sonrío tímidamente—. Así que se llama Alfa. ¿Es porque es la primera letra del alfabeto griego? Un buen nombre para un robot recepcionista.

—Lo mismo pensé —dice Izan, sonriendo como Apolo—. Ah, sí. Hola.

—Hola.

Los dos nos reímos.

—Vamos, te están esperando, ladrón del tiempo.

—Me niego a ser impuntual.

—Lo sé.

De pronto me doy cuenta de algo que antes había permanecido oculto. Izan lleva pantalones cortos, lo que deja ver que sus piernas están hechas de metal y —quizá— plástico o algún otro material que ignoro. Asumo que no ha querido hablar del tema por la misma razón que yo no hablo de mi identidad sexual. En lugar de ello, ha decidido dejar que me entere de una manera natural. Supongo que esto era lo importante que quería decirme, eso que lo mantenía inquieto durante la cita doble, solo que al final no encontró el momento para hacerlo.

¿Cómo no me di cuenta en las fotos? En realidad, no sube fotos en las que se vea esa parte de él. ¿Y en persona? ¿Cómo no lo vi? Por eso suele usar pantalones holgados, para facilitar el movimiento de las prótesis. ¿Le avergüenza? De algún modo esto me hace sentir más cercano a él. No sé si eso es bueno o malo. Pero ahora deseo conocerlo más profundamente.

—Ah, esto —dice un poco nervioso— ¿olvidé mencionar que soy un cyborg?

—Los cyborgs son geniales —digo como si nada, para demostrarle que todo está bien.

—No más que los magos y alquimistas —me guiña un ojo. Lo he conseguido, se ha relajado y ahora sonríe incluso más que antes.

—Por supuesto que no, un alienígena cyborg es mucho más interesante.

—¿Eso crees?

Sus ojos se iluminan de un modo que me conmueve. Es tan lindo. Es tan dulce.

Izan me guía hasta una puerta con una placa que reza:

SIGMA LABORATORIOS BIOQUÍMICOS. SOLO PERSONAL AUTORIZADO

—¿De veras podemos entrar?

—Aquí solo encontrarás oficinas y almacenes con medicamentos listos para ser enviados a las farmacias. El laboratorio de verdad está en la hacienda, ahí es donde se producen en masa los fármacos.

—Suena a un lugar que me gustaría visitar.

—Sobre eso...

—¿Sí?

—Hola, chicos —nos interrumpe Cameron— papá está esperando.

El doctor Benjamin Allen no podría ser más opuesto a Cameron, su hijo. Eso solo en cuanto a lo físico, porque a primera impresión me parece que debe tener una personalidad similar. Es un hombre corpulento, alto, caucásico, castaño, ojos claros. La alopecia le ha atacado injustamente, de no ser por ese detalle, sería un hombre al que la edad lo ha tratado muy bien. Algunas arrugas han comenzado a aparecer en su rostro, parecen líneas de experiencia que le dan un aire de sabio.

El científico me permite entrar en el pequeño laboratorio de química. No hay mucho que ver, pero estoy fascinado con los cultivos de bacterias, especialmente cuando me deja mirarlos al microscopio. La única vez que usé uno antes fue en la secundaria, en la clase de biología, cuando observamos los estomas de las hojas. Eso fue todo, porque la maestra no volvió a permitirnos acercarnos a ese instrumento.

Hago muchas preguntas y así me entero de que aquí y en el laboratorio principal, hacen investigación sobre enfermedades, pero también realizan estudios sobre el ADN humano y de otras especies. Al parecer, la doctora Elisa Echeverría, importante pilar de esta empresa, es una bióloga de renombre que colabora íntimamente con el doctor Allen, son socios.

—¿Ya quieres estudiar química? —me dice Cameron.

—Saliendo de aquí iré a inscribirme a la universidad.

A continuación pasamos a la oficina del doctor Allen. Aquí es él quien me hace algunas preguntas. Ahora presto más atención a su acento canadience. Extrañamente no me siento nervioso. Está interesado en saber por qué me gusta la química, así que hablo de ello animadamente.

En cierto momento escuchamos voces en el pasillo. Una femenina y una masculina. La mujer da instrucciones a algún empleado cercano y él complementa lo que ella dice.

—Deben ser Elisa y Tyto —dice el doctor Allen, al notar mi curiosidad.

—¿Tyto está aquí? —dice Izan sorprendido, luego me susurra—: rara vez viene a Mérida, en general está en la hacienda.

—¿Quién es él?

—Ya verás.

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