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Era bueno estar de nuevo en su país.

Había extrañado el horrible tránsito, el clima frío, los edificios, el aire lleno de aromas a los pasteles de pescado, el aire nocturno tan intenso y contaminado, era estar en casa. Había caminado por las calles repasando los recuerdos de hace meses. Había sido tan difícil en esos días donde regresaba de su turno para estudiar en la tarde, caminar largas distancias al instituto, luchas constantes con sus padres quienes le exigían dinero por haberlo criado.

Sí, había sido difícil.

Pero claro no entre tantas quejas de la vida siempre hay algo que nos da luz y la suya era Mingi.

Tenía seis años cuando había encontrado a un niño llorando con la cabecita gacha entre sus piernas en uno de los paseos donde sus padres solían fumar, había dejado su bicicleta con rueditas para acercarse al llorón de los columpios. Luego de picarle con el dedo se había volteado con su rostro brilloso de tantas lágrimas. Señalando un botecito de cristal le había explicado apenas que había recogido cochinillas de su jardín en el frasco para que se comieran sus miguitas de galletas y al volver de la cena con sus padres todas habían muerto.

Le había donado su juguito de cajita que llevaba en la canasta de su bicicleta, aunque se había quedado sin cena se había alegrado el ganar al fin un amigo.

Al crecer y entrar al instituto habían seguido siendo amigos, incluso si no estudiaban en el mismo lugar corría kilómetros para invitarlo a comer carne esperándolo, Mingi se tardara horas y estaba bien porque podía esperarlo toda una eternidad si era para verlo sonreír.

Habían organizado picnics muchas veces en la casa de árbol de Mingi a pesar que ya no eran niños, habían compartidos risas de todo tipo como las cómplices, divertidas luego de travesuras inmaduras, las cómplices y las incómodas.

Consciente de sus sentimientos y de los de Mingi una vez aclarados, había logrado con mucho éxito hacerlo su novio, era todo lo que necesitaba.

Hasta ese día que sus padres se dieron cuenta que salía con un chico y todo pareció ir de mal en peor.

Un olor familiar lo hizo reaccionar de los recuerdos.

Si había algo que hacía feliz a Mingi eran las rosquillas coreanas, en lo personal no le gustaban las cosas dulces, pero eso no era problema para consentir a su novio y menos después de tanta espera en el exterior.

Luego de agradecerle a la señora por las rosquillas observó el cielo nocturno dio en cuenta que ya era tarde, estaba cansado para seguir caminando y ya ni si quiera sabía dónde diablos se encontraba.

Sacando su teléfono del bolsillo pidió un Uber para no complicarse la vida pidiendo direcciones, terminaba más perdido si preguntaba.

Suerte que el conductor estuviera cerca, y wow muy apuesto, ooooh si tan solo el perfil de su rostro se viera así también cuando manejaba.

Suerte que el conductor estuviera cerca, y wow muy apuesto, ooooh si tan solo el perfil de su rostro se viera así también cuando manejaba

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