Unexpected Royal Love - HS

11

"Victoria"

—¿Podrías prestarme tu camioneta? —pregunté al acercarme a mi hermano.

—¿Para qué? —respondió él.

—Por favor —dije con una sonrisa inocente.

—Vic, no sabes conducir del lado izquierdo —me quedé en silencio, reconociendo que tenía razón—. ¿A dónde planeas ir?

—A Los Ángeles —respondí mientras jugueteaba nerviosa con mis manos.

—Vaya, ¿alguna razón en particular? —preguntó con tono irónico, mientras yo giraba los ojos con fastidio.

—Eres exasperante.

—Es parte de mi trabajo —dijo mientras sacaba las llaves de su bolsillo y me las lanzó—. Por favor, no la dañes, usa el GPS. Conducir del lado izquierdo no es tan diferente.

—Gracias, hermanito.

Alzó el dedo medio en mi dirección.

—Tengo mucho trabajo, ahora déjame tranquilo.

—Qué fastidioso —reí mientras salía de su oficina. Antes de marcharme, busqué a Meghan. La encontré en la cocina, terminando de preparar el almuerzo.— Volveré más tarde —le dije.

Me miró extrañada, pero no hizo preguntas.

—De acuerdo, Vic. Ten cuidado.

Acaricié la cabeza de Pula y le di un beso en la mejilla a Lili antes de dirigirme al garaje.

Subí a la Range Rover negra de mi hermano y, tras abrocharme el cinturón de seguridad, encendí la radio. Según el GPS, me esperaban dos horas y cuarto de viaje hasta Los Ángeles, aunque, dado mi nerviosismo y la falta de experiencia conduciendo del lado izquierdo, asumí que me tomaría un poco más de tiempo.

Una hora después, me detuve en una estación de servicio. El empleado tuvo que ayudarme a llenar el tanque, ya que nunca lo había hecho antes. Me miró con incredulidad cuando se lo pedí, pero aceptó a cambio de unos dólares extra.

Finalmente, una hora y media más tarde, llegué a Los Ángeles. Sin embargo, me detuve a reflexionar por un momento: no sabía dónde vivía Harry. En un semáforo en rojo, busqué su nombre en Google. Inmediatamente, aparecieron imágenes de la noche anterior, conocida como "Harryween". Uno de los artículos mencionaba que todavía tenía varias presentaciones en The Forum, así que reprogramé el GPS.

Debido al intenso tráfico de Los Ángeles, llegué 50 minutos después, casi a las siete de la tarde. Afuera del recinto, un grupo de personas esperaba para entrar. Me dejé caer sobre el volante, frustrada.

Quizá mi hermano tenía razón: tal vez era una idea absurda.

No podía entrar por la puerta principal, me reconocerían fácilmente, y además, no tenía boleto. En ese momento, mi hermano me llamó.