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―Me estás diciendo que me salte clase ―susurré.

―Vamos, la vida no es divertida sin un poco de riesgo. Yo también lo haré ―dijo él como si nada―. Te ayudo a saltar.

―Coloca un pie ahí... sí, correcto, ahora el otro... más a la derecha... ―susurraba.

Una vez estaba en el otro lado, pero sin bajar me lo quedé mirando, había bastante altura. Al menos para mí que no era igual de alta que él. Él se agarró como si nada, pasando al otro lado y saltando hacía abajo.

―N-no puedo bajar... ―Dije tartamudeando―. Está muy alto.

―Salta, te cogeré ―dijo él.

Negué.

―Si no lo haces te pillarán, Zoe. Confía en mí.

Así que confié y, por lo tanto, salté, el me cogió en volandas como si fuera un peso pluma, fue un momento tenso y acabó dejándome en el suelo de pie. Estaba haciendo pellas con el mismísimo Killian, surrealista.

―He venido en coche ―lo señaló.

―¿Dónde me llevas? ―Inquirí nerviosa.

―Ya lo sabrás, vamos.

Me metí en el coche a ciegas. Ni si quiera sabía qué estaba pasando, por qué Killian hacía todo esto y yo iba muy desconcertada.

―No tienes que preocuparte... ―Decía Killian―. Sé que ahora estás demasiado desconcertada.

―Los Ángeles... ―Dije mirándolo―. ¿Por qué?

―Tenemos todo el día por delante y estoy seguro que aún no has visto nada de ahí.

Negué con la cabeza mientras miraba por la ventana cual niña pequeña.

―Tiene sitios muy bonitos, seguro te encantará. Solo estuviste una vez y... bueno mejor crear mejores momentos.

―¿Has estado?... ―Pregunté―. ¿En varios sitios de Los Ángeles?

―Me gusta viajar y ver cosas y esto me pillaba cerca, así que sí, he estado en muchos sitios.

―Son las nueve de la mañana... ―Dije mirando el móvil.

―Pues tenemos dos horas de caminata ―dijo señalando el cartel de Hollywood a lo lejos.

Jamás lo había visto, nunca me permitía ir aquí si no era en ocasiones en concreto lo cual solo fue una y era el día de la playa. Algo me alejaba de esta ciudad.

―¿Andar? ―Dije nerviosa―. Es mucho trozo, yo no...

―Tranquila, he traído agua si te sirve de algo ―decía burlón.

Bajamos en el Griffith Park, en la zona donde se puede aparcar y empezamos la ruta. Me dejé la mochila en el coche y solo llevaba el móvil y el monedero en los bolsillos del pantalón.

No sé cómo este hombre tenía tanta resistencia yo estaba que no podía con mi alma y llevábamos la mitad del camino, a ratos me iba ofreciendo la botella de agua para que no muriera deshidratada en cualquier momento. Después de casi tres horas andando, que ya eran las doce del mediodía, logré ver el cartel de Hollywood y realmente se veía precioso.

―¿Puedes... hacerme una foto...? ―Dije en un hilo de voz.

Killian asintió y sacó su móvil.

Me repeiné el pelo que había salido por los aires volando mientras subíamos y me puse en un lugar donde pudiera verse el cartel. Killian se alejó un poco y con el móvil en horizontal hizo varias fotos.

―Luego te las paso.

―Y ahora a bajar... ―Dije suspirando.

―Espera, un selfie ―se apresuró Killian a decir.

Lo miré extrañada, pero asentí. Puso el móvil en posición, pero entonces pasaba una pareja de gente mayor que se nos quedaron mirando con una sonrisa tierna.

―Oh chicos, esperad, os hacemos una foto ―dijo la mujer.

―Sí, claro ―accedió Killian.

Me daba mucho corte esta situación. Primeramente, porque no me imaginaba que iba a estar de turismo en Los Ángeles con Killian especialmente, segundo que tampoco me molestaba hacerlo y tercero sabiendo que seguramente llamarían a mi madre por haber desaparecido todo el día.

Killian se puso a mi lado y los dos sonreímos a la foto.

―Ha quedado muy bonita, sois muy bonitos, pasadlo bien ―dijo la mujer mientras hacía su camino.

Ninguno pronunció palabra ante aquello así que fuimos bajando, con algo más de ritmo que antes. Era más fácil bajar eso que subirlo, definitivamente.

Íbamos a llegar abajo sobre las tres de la tarde, lo que indicaba que tanto Bella como el resto ya habrían salido y que nosotros teníamos que comer, aunque estaba segura que el viaje no acababa aquí. Una vez abajo, nos metimos en el coche dirección a por comida.

―¿Sabe alguien de este maravilloso viaje a Los Ángeles? ―Inquirí.

―Quentin ―comentó a secas.

Asentí.

Fuimos a un sitio llamado Grand Central Market. Había puestos de comida y estaban bien de precio, así que podíamos ir picoteando diferentes tipos de comida. Después de una hora ahí, volvimos a coger el coche. Dijo que tenía que ver una de las otras cosas más espectaculares.

El paseo de la fama.

Wow... ―Dije viendo las estrellas en el suelo―. Son más bonitas en persona que en imágenes.

―La verdad que sí, son historia ―decía negando con la cabeza.

―Seguro hay muchísimo más por ver aquí... ―Dije mirando el reloj.

―Lo hay, pero creo que ya te has portado mal para el resto de tu vida ―dijo con una sonrisa burlona.

―Te debo un selfie ―le dije mirando las estrellas―. Lo otro no contaba como tal.

―Cierto ―dijo riendo.

Creo que muy pocas veces he visto a Killian de esta forma. Un Killian feliz, riendo, siendo él. En cada sitio que veíamos desde el coche tenía algo que contarme, sabía mucho acerca de todo, se notaba que le interesaban las cosas y que los estereotipos que le ponían se quedaban en eso. En estereotipos. Habría que conocerlo en profundidad para darse cuenta que no era algún tatuaje en el cuello, alcohol y fiestas.

Después del selfie, nos volvimos a subir al coche de camino a casa. Debían ser las cinco y algo de la tarde.

Tenía varios mensajes privados de Bella, unos diez, pero de Austin tenía el doble. Es cierto que no miré el móvil en todo el día, sin embargo, el grupo que teníamos estaba también lleno de mensajes. Parecía una discusión. Hoy había sido un gran día y no iba a entrar ahora a leer todos los mensajes. Después de todo el viaje, Killian aparcó en la puerta de mi casa.

―Gracias por esto... ―Dije en un hilo de voz.

Sabía de sobra que esas fotos iba a guardarlas como un tesoro. ni si quiera sabía por qué, pero eran especiales.

Negó con la cabeza.

―Siento que te lo debía ―dijo él―. Dijiste que las palabras no significaban mucho.

―¿Saltándome clase era una prueba de que te arrepientes? ―Dije sonriendo.

―La vida es una Zoe, es hora de cambiar el semáforo de color.

Era obvio que eso era una referencia hacía mi presentación de esa mañana. De que había prestado atención a cada una de mis palabras, de que a me prestaba atención y era algo a lo que no estaba del todo acostumbrada. Por ello me dieron ganas de llorar.

Entonces salía mi madre por la puerta y nos vio a los dos, ahí hablando.

NI LUZ ROJA NI LUZ VERDE, LUZ ÁMBAR (Nueva versión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora