Safo

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Miro a Ariadne leyendo, igual a todos los días y siento la calidez dentro de mi corazón. Una sonrisa se dibuja imperceptible sobre mis labios, mientras devuelvo una enciclopedia a su lugar original.

—Zareck, — escucho la voz de la bibliotecaria.

Desvio mi mirada sabiendo que Ariadne está escondida detrás del banco y en mi interior soy un complice mudo de las travesura de la niña Kohler. Bajo de la escalera y la miro con la misma sonrisa amable de siempre.

—Diga, — articulo con suavidad.

Ella me extiende un libro más y me señala la parte contraria de la biblioteca. Esa es la parte que no me corresponde cuidar, pero sé que mis Todd ya está demasiado vieja para subirse en escaleras.

—Pertenece a Gracia y Roma, - me dice con suavidad. — Vamos, te acompañaré a dar este paseo.

Hay algo demasiado suave en la voz de la mujer que me acompaña en esos momentos. La biblioteca está completamente desierta y estoy seguro de que Ariadne se ha fugado de alguna clase.

—Historia Greco-Romana, — le digo, sintiendo el sudor entre mis manos.

—Escritora que rogó a Afrodita, — me dice con simplicidad, mientras une sus manos en su regazo. — Hablaba de carrozas y el mal de amor.

Sigo caminando, buscando en mi memoria el verso exacto de las palabras que evocan el olor a pergamino viejo y tinta seca.

—Desciende a mis plegarias, como viniste otra vez, dejando el palacio paterno, en tu carro de áureos atalajes, — cito, rememorando la clase de literatura de preparatoria.

—¿No crees que eres muy joven para saberte este verso? — su pregunta me toma por sorpresa.

Pienso en Ariadne y sé la respuesta.

—Creo que Safo estaba enamorada, — le digo y cambio el libro de mano. — Así que, no es extraño que yo también lo sepa.

La veo reírse con aquella gracia inconfundible que tiene esta señora. Se acomoda los cabellos en un intento por parecer seria frente a mí, pero por todas las tardes que hemos compartido juntos, entre libros y tinta, sé que ella jamás será lejana a mí.

—Ya veo, — me dice, comprendiendo mis palabras. — Después, quiero que vayas a almorazar, no quiero que te enfermes.

Dejo el libro sobre el alto pedestal donde descanzan otros escritos más y regreso al lugar donde dejé a la chica de largos cabellos negros. Invoco su imagen al sentir el vibrar tranquilo de mi teléfono.

I know you.

—Gia non me importa ogni notte senza te, — comienzo a cantar en voz baja, mientras recuerdo a Safo.

Y sigo tarareando mientras hago mi camino directamente hacia el lugar en el cual dejé a Ariadne. La brisa entra gélida por la ventana y aún así, la felicidad no se va de mi lado. Me miro la muñeca, donde descanza una gruesa línea roja que revela la tortura de la noche pasada y sigo por la misma senda.

Mientras Uriah esté bien, vale la pena, - lo digo y lo siento.

Entro al pasillo donde Ari suele sentarse, escondida de las personas normales para fantasear con ángeles y ninfas, pegasos y espectros. Sin embargo, cuando mis ojos se posan en el suelo, no logro verla.

Levanto la mirada y la veo arriba. Siento que el corazón se me sale a patadas del pecho, mientras la palabra peligro y muerte hacen eco en mis oídos.

—¿Qué haces allá arriba? — le preguntó mirándola desde abajo.

Toma el libro que está justo frente a ella y desciende con franca lentitud. Y pienso que estoy viendo a una tortuga intentar bajar desde una colosal torre. Sin embargo, no importa.

No me dice nada y me mira con la frialdad caracteística de los Kohler. Y como si el universo conociera acerca de la palabra "Karma", Ariadne tropieza con su propia maleta y lo único que puedo hacer es sujetarla por la cintura para que no se golpee.

—Linda forma de declararle tus sentimientos al suelo, — le digo, dejando que su cuerpo se incorpore con suavidad.

—Gracias, — es lo único que me dice y me regala una sonrisa. — No te sientas especial por eso.

Sus palabras hacen eco y no se sienten dolorosas al ver el brillo dorado sobre su pecho. Una llave cuelga suavemente de su cuello y cae sobre la tela celeste de la blusa.

Me alegra saber que siempre estaré cerca de su corazón, - y es lo único que puedo decirme para consolarme. Saber que Ariadne tiene algo importante de mí, así como yo tengo memorias de ella para no hacer tan miserable mi vida.



Memorias De Un PsicopataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora