__Por favor permítame vivir mi señor, se lo ruego, yo nunca quise decir de la preciada princesa de Lionés, fue mi equivocación, estaba borracha__La voz temblorosa de aquella dama fue escuchada ante aquella multitud que la veía con culpa, pena y asco. Nadie podía imaginar que tales palabras salieran tan sencillamente de unos labios al azar, ademas que ahora la tercera princesa estaba llorando a mares en los brazos de su padre por su culpa.
¿Cómo es que siquiera pedía clemencia por su patética vida? Nadie sabía, y tampoco se interesaban, solo sabían que ella pagaría por su gran error de señalar a su querida princesa con aquella sucias palabras ¿como es que siquiera pudo creer que fue ella? Por la deidad suprema, ella era una de las pocas, sino es que la última de las personas que pertenecía a la raza de las diosas, una tan honesta y que siempre les mostró amabilidad, ¿siquiera la mujer estaba en sus facultades mentales correctas?, nadie del público lo sabía y no lo sabrían nunca.
Nadie le lloraría, nadie la extrañaría, era una mujer soltera sin hijos por ser infértil, encima eso, en aquellos tiempos era casi un pecado ser infértil, en ese reino era señalado como tabú ser alguien que no pueda concebir vida alguna, era horripilante siquiera pensarlo ¿como es que esa perra se atrevió a mencionar que la tercera princesa se había hecho pasar por su hermana mayor? Era un deshonor, una maldita mentirosa, y encima una maldita alcohólica al punto de desarrollar una enfermedad mental casi como esquizofrenia, solo pensarlo les hacía estremecer.
__Ejecútenle__ Fue lo único que soltaron los labios del gobernador de aquel reino mientras arrullaba el cuerpo lloroso y tembloroso de querida princesa, de su querido ángel.
La cuerda fue cortada por uno de los pecados con facilidad, la cuchilla anteriormente colgada por la misma cuerda y siendo mantenida en el aire, se deslizó a la velocidad suficiente para atravesar tanto la carne como el hueso del cuello frágil de aquella asquerosa mujer, haciendo que la cabeza y el cuerpo quedaran desprendidos uno del otro, la sangre manchaba la piedra lisa del suelo, algunas partes de masa de carne se encontraban esparcidos por el lugar, aunque a nadie de los de arriba le importaba, solo fue un desperdicio de aire aquella señora.
El público solo estaba en silencio, algunos asqueados, otros con una sonrisa mal disimulada y otros con un rostro impasible, el show fue por más que bizarro.
[...]
El rubio se encontraba en su despacho leyendo con atención cada uno de los documentos que tenía sobre la larga mesa de roble oscura fina, en su mano libre sostenía una taza de té que le había traído una de las mucamas del castillo que estaban a su disposición cada vez que él requería algo, poco a poco se iba acostumbrando a su nueva vida, y más por estar horas o días enteras en aquella oficina fría y que solo le hacía tener dolores de cabezas, pues muchos de los documentos eran una basura a su opinión, ya que no era una tratado justo, o beneficioso para el reino, simplemente eran tratados egoístas, y para egoístas, el.
Sin despegar la mirada del papel llevó la taza de porcelana a sus labios y simplemente bebió lentamente el contenido de aquella pieza fina de vajilla , posteriormente dejó de nuevo la taza en el lugar correspondiente en su escritorio.
Su marido, su hermoso marido estaba por ahí rondando por el castillo, realmente no le obligaba a nada, pues sabía que necesitaba su espacio y tiempo, de hecho lo dejaba más de lo que era adecuado al ser los dos los seres supremos del reino, pero vamos, su hermoso ser de seis alas aunque actualmente tenía el título de gobernante no estaba capacitado para ese puesto, y no lo iba a reprender, no era culpa de él que no le dieran la educación adecuada para poder saber cargar con todo lo que implicaba gobernar un reino enorme como lo era el que actualmente tenían en la palma de sus manos.
Sus ojos se paseaban por las múltiples palabras hasta que sus oídos escucharon tres toques en la puerta y después un silencio casi sepulcral.
__Adelante__ Siguió con sus deberes sin levantar la vista, ni siquiera cuando la persona ya estaba delante de él, no se molestaría al menos que fuera algo importante. __¿Que es lo que desea?__ Una elegancia aristocrática se escuchó en aquella simple pregunta que era su deber hacer cuando alguien irrumpiera en su despacho.