Los hijos de la noche

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Avanzaba con todo cuidado. Un pie detrás del otro. Consciente de que el menor tropiezo podía arrojarla de cabeza a otra de esas malditas fosas llenas de draugrs. Una sola de aquellas cosas —a medio camino entre un vampiro y un zombie— no representaba una amenaza, pero haber peleado con casi cincuenta en un pozo sin salida ya la había obligado a usar su reserva de poder.

"¡Cuidado!"

Ya lo había visto y el aviso de Félix fue más una molestia que una ayuda... más tarde tendría que pagar por aquel pensamiento fugitivo, pero por lo pronto tenía que concentrarse en levantar aquella sección del techo que se le había caído encima.

En alguna ocasión, en una batalla por expulsar a las huestes infernales de un olvidado pedazo de roca en los Mundos Medios —allá en su universo—, había tenido que levantar el cadáver de un krootslang, una serpiente capaz de triturar un planeta como un borracho aplasta una lata de cerveza vacía con la mano, para luego salir y seguir combatiendo. Aquí... escasas mil toneladas estaban a punto de aplastarla.

"¡Aguanta! ¡Tú puedes!"

—Eso... es... más fácil... de decir...

"¡Solo quiero ayudar!"

—Pues no... lo... estás... ¡haciendo!

Dio todo lo que tenía y apenas pudo ponerse de pie. La roca tenía unos seis metros de largo y ella estaba justo a la mitad, eso significaba que tendría que avanzar desplazando el peso completo de la loza de una mano a otra con cada paso.

Fueron solo cuatro pasos. Los cuatro pasos más difíciles de su vida. Sus hombros estuvieron a un instante de dislocarse, sus rodillas casi reventaban y sus codos no estallaron por la voluntad del Alfa y Omega y justo cuando estaba a punto de salir de la trampa...

¡Snap!

Cinco chasquidos casi simultáneos fueron la única señal de otros tantos grilletes que salieron prácticamente de la nada, cerrándose en torno a sus muñecas, tobillos y cuello, cada uno anclado a una gruesa barra de algo que parecía una mezcla de cristal y metal.

—Y así, hijos míos, es como se captura a un ángel... a otro ángel.

Una figura pequeña y encorvada emergió de las sombras, rodeada por un grupo de siluetas mucho más altas y de apariencia fornida, que parecían cubiertas por armaduras hechas por una sucia mezcla de cristal y piedra.

La figura encorvada tronó los dedos y la piedra que había estado a punto de aplastarla se levantó lentamente, al tiempo que numerosas antorchas se encendían con una especie de llama oscura que iluminó tenuemente un largo corredor. El pasillo parecía entrecruzarse con muchos otros en su camino hacia una gran puerta de madera, hacia donde arrastraron a Debriel.

—¡Maldita mocosa! —masculló el ángel —Si descubro que todo esto fue una trampa...

"¡Luzy nunca nos haría eso!", protestó Félix dentro de su cabeza.

—Hace tres semanas le tenías miedo y ahora...

—¡La prisionera solo hablará con el permiso de Lord Diaconescu!

El brutal tirón en su cuello casi la hacía caer de rodillas, pero pudo mantenerse de pie, mientras el soldado le daba la espalda y seguía arrastrándola hacia... el salón más fastuoso que hubiera visto en su vida.

Una luz similar a la que iluminaba el pasillo, pero que parecía proceder de lámparas incandescentes en las alturas, daba un aire tétrico pero elegante a una habitación en la que el departamento completo de Félix podía caber en un rincón. Numerosas... personas, ataviadas con ropa de gala de diseño moderno, convivían tranquilamente en un sinnúmero de espacios amueblados con sillones y mesas de distintos estilos que se dispersaban por todo el lugar, pero con una distribución perfectamente diseñada para resaltar y guiar al visitante hacia un espacio delimitado por un librero semicircular tan grande que Debriel calculó que incluso ella tardaría años en leer todos aquellos libros.

Alas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora