01 ZETT: ADIÓS, INFIERNO

39 12 6
                                    

Aquel día, como casi todos, ya estaba despierta antes de que amaneciera, por lo que cuando el Roman, mi último guardaespaldas, llegó para llevarme a mi nueva universidad, ya estaba preparada y lista para abandonar aquella maldita casa en la que había pasado mi infancia. No me sorprendió comprobar que estaba sola, hacía mucho tiempo que mi tía Margaret no dormía allí, concretamente desde que su marido Ross la había abandonado, según ella por mi culpa.

Suspiré mientras aquel pobre hombre subía mi escaso equipaje al coche, cualquiera pensaría que al pertenecer a una de las familias más adineradas del país tendría al menos tres habitaciones llenas de trastos inútiles, pero la verdad es que no. Mi bolsa de deporte negra llevaba casi toda mi ropa, dos cajas de libros, mi bajo y una mochila, era todo lo que necesitaba para alejarme al fin de esa pesadilla y el maldito edificio que no dejaba de recordarme imágenes en las que era mejor no pensar demasiado.

Miré hacia arriba, a la ventana de lo que ahora era un gimnasio y, como siempre que miraba, la vi rota aunque sabía que hacía años que la habían arreglado. Fue una de las primeras cosas que hizo Margaret, tras la muerte de mi padre, adueñarse de aquella estancia con tanto ímpetu como pudo. Me quedé allí, de pie, junto al coche, mirando aquel maldito cristal y durante un segundo pude verle al otro lado, apoyando la mano sobre su agrietada superficie, devolviéndome la mirada como solo aquellos ojos azules podían hacer. Cerré los ojos con fuerza y empecé a contar «Uno, dos, tres...» Volví a levantar la vista y no había nada, solo nubes reflejadas en el cristal, al fin estaba empezando a controlarlo.

―Señorita Swan... ―Me apremió el pobre diablo al que mi tía había contratado para cuidarme.

Lo observé durante un segundo, consciente de que en dos semanas se quedaría sin trabajo igual que todos los cuidadores, protectores, cocineros y básicamente todas las personas que debieron cuidarme en algún momento.

―Zett. ―Le corregí subiendo a la parte trasera del coche y dejando que de una vez por todas me sacase de aquel infierno personal.

―¿Nerviosa por su primer día, señorita Swan? ―preguntó en un claro intento de conversar conmigo.

Me sentí un poco culpable por la distancia mantenida desde que apareció en la casa hará seis meses, pero lo cierto es que no tenía ningún tipo de intención de hacerme amiga del hombre que desaparecería de mi vida en breves, ya me había acostumbrado a no tratar con el servicio, pero aun así le contesté lo más amablemente que pude.

―No puede ser peor que esa cárcel de lujo. ―Mi voz sonaba vacía, monótona y aburrida, como siempre.― Y por última vez, llámame Zett. ―Aclaré mirando por la ventana.

No pareció afectarle que me dirigiera a él de forma tan seca y directa, más bien parecía halagado de alguna extraña y retorcida forma, pero al menos no dijo nada, asintió y puso música suave para el viaje.

Apoye la cabeza contra el vidrio y deje que me vibrase la cabeza durante gran parte del trayecto, era algo que siempre me había gustado, aunque no sabía por qué. Mientras los kilómetros se perdían bajo los neumáticos, mantuvimos el silencio, como si fuera un pacto no explícito pero lógico.

Observaba cómo las grandes casas del barrio se alejaban hasta perderse de vista, siendo sustituidas por parques, casas diminutas y finalmente edificios. Ya no veía el mar ni la costa, ahora estábamos en la ciudad, allí iba a quedarme al menos los próximos cuatro años y, si había suerte, no tendría que volver jamás.

Conforme nos alejábamos mi humor iba mejorando, joder llevaba demasiados años encerrada tras esos muros y la simple idea de ser libre, aunque fuera parcialmente, despertaba en mí lo que no había sentido en mucho tiempo: Algo. Una parte de mí, la más sensata, sabía que aquello era peligroso, yo no sentía nada, nunca, y debía seguir siendo así.

VÍSPERA (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora