Ares, el Dios de la guerra, entró en la gran sala de oro, mármol blanco y pórfido; desprovista de cualquier tipo de decoración que no fuera el trono de su padre, Zeus, Dios del trueno. El sitial relucía, hecho de oro macizo y el más grande que jamás pudiera existir; no se comparaba tan si quiera con los magnánimos tronos reales de los mortales u otros seres divinizados por estos. Este era realmente espectacular, decorado con águilas, su símbolo, y leones a los pies, con un gran relieve inmortalizando las mayores gestas de los Dioses del Olimpo. En el centro de la sala había una magna mesa dorada con la superficie de agua, donde los Dioses podían ver lo que desearan del mundo humano y más. Desde allí, antiguamente, cuando los mortales aún veneraban a los Dioses Olímpicos, se tomaban las decisiones que concernían a esos seres.
Los Dioses hacía mucho tiempo que habían dejado de importar en la vida de los humanos, aunque en algunos lugares se mantenía el culto. Era por eso que todavía se les permitía interceder en la vida de algunas personas en casos extremadamente particulares. Aunque Ares no seguía esa regla a rajatabla y era por eso por lo que Zeus seguramente lo había convocado, una vez más. Ellos no eran los Dioses originarios, no estaban emparentados. El mito sobre su inmortalidad no era del todo cierto, sí que tenían una vida más larga que la humana, bastantes de miles de años más, pero llegaba un momento en el que aparecía un Sucesor, un Dios con las mismas características y dones que suplantaba al anterior; y este desaparecía en el Submundo. Pero hasta que el Sucesor aparecía, gozaban de una cierta inmortalidad e invulnerabilidad.
Ares sabía por qué lo habían requerido en el Olimpo, pues no solía frecuentarlo, y así lo prefería. Vivía en las profundidades de la tierra, donde se estaba mucho mejor que con aquellos estirados y prepotentes Dioses. Solo acudía en los momentos que no había otra opción, que eso solía ser cuando el todopoderoso Zeus quería darle un toque de atención como si fuera un padre de verdad. Ares rio amargamente para sí mientras pensaba que nunca había sido un padre para él, y cuando intentaba sermonearlo lo ponía de los nervios. En cuanto entró vio cómo su supuesto padre lo miraba con reprobación, no estaba nada contento, de eso no cabía duda. Zeus, Dios del trueno y padre de la segunda generación de Dioses Olímpicos era un dios justo y bondadoso, en teoría; por eso fue el elegido para reinar los cielos y la tierra, por encima de sus dos hermanos: Hades y Poseidón. Era demasiado joven para ser el padre de los dioses, su padre, pero solo en apariencia. Su aspecto disentía mucho a cómo los humanos lo habían descrito e imaginado. Tenía el pelo largo y rizado, le llegaba por los hombros y totalmente moreno a pesar de lo que creían los mortales. Sus ojos eran verdes, y en ellos se reflejaba todo el peso que llevaba a sus espaldas. Su cara estaba adornada con un rastro de barba lejos de ser esa barba blanca y larga que los mortales le atribuían como símbolo de sabiduría. Eran unos seres tan simples y crédulos... Una sardónica sonrisa se dibujó en su perfecto rostro.
En esos momentos Ares no estaba viendo a ese Dios bondadoso y justo, de hecho muy pocas veces lo había visto, no confiaba en él, en general no se fiaba de ningún Dios. Pero aunque no fuera su padre en realidad, sentía como si así fuera. Cuando un Sucesor aparecía, heredaba todo del Dios anterior, es por eso que Ares no podía evitar sentirse el peor hijo del mundo. Sabía que esta vez se había pasado de la raya, pero no pensaba admitirlo.
—Dejadnos solos —pidió Zeus con tono autoritario a sus otros dos hijos: Atenea y Apolo. Los cuales estaban reunidos con Zeus.
—Esta vez la has hecho buena, Ares —le reprochó su hermanastra Atenea.
Ella tenía un don parecido al suyo, era la Diosa de la guerra y la astucia, por eso sus batallas eran bastante aburridas según su parecer. Él optaba por la violencia y el odio, eso siempre sacaba a los mejores guerreros, o acababa con los peores.
ESTÁS LEYENDO
El escudo de los Dioses
RomanceScarlett Bouclier está cumpliendo su sueño de ser directora de arte en una pequeña compañía de teatro, pero todo cambia en un segundo y, la aparición del misterioso Nick y su hermano Ares, un moreno de ojos dorados y actitud enfadada con el mundo, h...