Capítulo 3

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—¿Se puede saber qué pretendías ayudándola? —soltó cabreado Ares una vez llegaron a su casa—. Es una insolente. —Apolo rio.

—No pretendía nada, solo era amable, y me cae bien.

—A ti todo el mundo te cae bien —le reprochó—. No entiendo por qué malgastas tus dones en ella ¡Se podría haber dado cuenta! Luego dices que soy yo el que no va con cuidado.

Vivían en una casa en las afueras de la ciudad, una de las muchas propiedades que usaban los Dioses cuando bajaban a la tierra. Apolo trabajaba como médico en el hospital y él se dedicaba al combate de boxeo profesional, no es que necesitaran dinero o hacer algo con sus miserables vidas como mortales, pero Apolo lo hacía porque le gustaba y él... Porque así se había dado la casualidad.

Al poco de llegar al mundo humano no quiso dejar de lado su entrenamiento y entró en un gimnasio donde sabía que había buenos boxeadores que se preparaban para la vida profesional; en seguida le echaron el ojo. En poco tiempo logró competir profesionalmente, no esperaba menos, pues la lucha y la batalla de cualquier formalidad era lo suyo y era el mejor. No se comparaba a entrenar con sus guerreros o librar batallas, ocasionar el caos y matar, que era para lo que había sido creado y, para qué mentir, lo que se le daba de maravilla, pero al menos podía descargar la adrenalina y su furia contra alguien sin llamar mucho la atención. No obstante, seguía repugnándole el mundo mortal, ya no se libraban batallas como las de antaño, las cosas habían evolucionado y eran una mierda. Existían armas potentes capaces de destruir ciudades enteras, no existía el entrenamiento duro para que tu cuerpo fuera el arma y tu espada una extensión de tí mismo, ni siquiera tenías que verle la cara a tu adversario para matarlo.

Ares creyó recordar que no pisaba la tierra desde el siglo XVI, en pleno Renacimiento, aunque eso no había sido ningún impedimento para saber a qué se enfrentaba ahora en pleno siglo XXI. Simplemente, pensaba que en cuanto las batallas empezaron a librarse con armas de fuego; perdieron todo el interés. Para Ares el combate cuerpo a cuerpo, con tu espada, daga o cuchillo y tus puños era la mejor de las luchas, te sentías valiente y realizado cuando salías victorioso. Las armas de fuego eran de cobardes. A pesar de eso, seguía siendo el Dios de la guerra y su diversión particular era enviar a los suyos a hacer maldades y a ocasionar el caos, de hecho eso es lo que lo había traído hasta aquí.

Sin quererlo estaba ganando mucha fama en el mundo del boxeo que, sin su aura divina y dentro de sus posibilidades, era lo que más le llamaba la atención de este mundo lleno de insignificantes gusanos. Así que en unos meses había conseguido lo inimaginable por cualquier humano que se dedicara a ese mundo. La verdad es que estaba ganando mucho dinero, pues siempre salía casi ileso, no obstante, para que no sospecharan, muchas veces se dejaba pegar. Aunque no poseía el aura divina seguía siendo un Dios con sus dones y no le resultaba nada difícil ganar a sus adversarios. En realidad, esta parte de la vida humana sí que la estaba disfrutando, pero seguía yendo contra corriente, pues lo que tenía que hacer para que Zeus le dejara volver era comprender a los humanos o confraternizar con ellos, y claramente no lo estaba haciendo.

—Y a ti todo el mundo te cae mal, por eso estamos aquí. —Se puso serio avanzando a Ares en las escaleras que daban a la casa desde el parquin.

—Nadie te ha dicho que te quedes conmigo —soltó por detrás. Pero realmente apreciaba que Apolo estuviera allí con él, aunque nunca se lo diría.

—Eres de lo que no hay, Ares. Y yo uso mis dones con quien me da la gana, no entiendo porque te comportas de esa manera con la chica. En fin, me voy a cambiar que hoy me toca guardia por la noche.

—No sé porqué te empeñas en ayudarlos...—Apolo lo miró con un aviso en los ojos. Su hermanastro era la persona más buena y amable del Olimpo, aunque cuando se enfadaba era mucho peor que él, que ya era decir—. Está bien, está bien, ya me callo —dijo alzando las manos en señal de rendición—. Me voy a entrenar.

El escudo de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora