Capítulo III
Frio. Eso era todo lo que sentía. Un horrible frio que me recorría todo el cuerpo llegando hasta pasada la piel acomodándose en mis huesos, me dolía, apenas y podía sentir mis pies.
Por algún extraño motivo Mite, la antigua y anciana sirvienta que me cuidada desde pequeña, se esmeró demasiado en llenar la tina de mi cuarto de baño con hielo. Aquella situación me dejaba ver cuán sádica podía ser esa anciana de vez en cuando.
Aún faltaban horas para la llegada de los invitados y ya me tenían sometida a tortura. Primero un baño con savia de Kalon, un antiguo árbol con propiedades rejuvenecedoras, y leche de burro gris que supuestamente me otorgaría brillo en la piel. Odiaba esos baños. No importaba cuanto lo intentaran mi piel nunca brillaría como lo deseaban. Era absurdo.
Una vez me encontraba sola en la estancia me sentí tentada a salir corriendo y acurrucarme bajo las cálidas y suaves mantas de mi lecho, esas que estaban rellenas con plumas de lechuza. Nuevamente, y para sorpresa de nadie, no podía hacer eso. En mi pieza me esperaban dos sirvientas más, una para atender mi cabello y tratar de darle color a mi rostro, y la otra para torturarme ajustándome el vestido.
Apenas me dejaron sola en la habitación salí de la tina como un resorte, me envolví en mis toallas y dejé que poco a poco mi cuerpo fuera entrando en calor. Los próximos minutos los pasé tratando de calmar los temblores de mi cuerpo.
Todos los sempiternos amaban el frio, yo lo odiaba.
Cuando me sentí lista, y mi cuerpo dejó de temblar, volví a mi pieza siendo cubierta por una fina túnica de seda blanca con algunos encajes azules. Era delgada y se transparentaba al contacto con la piel. No me podía sentir cohibida, había estado toda la vida siendo bañada y vestida por sirvientas, Mite conocía cada espacio de mi cuerpo, podía decir el tamaño exacto de mi busto y cintura, y estaba segura de que muchas otras también podían.
Al entrar fui recibida por la vista de mi nuevo vestido, era un regalo especial de la abuela. Todas las telas usadas en su confección eran derivados del azul. Fue inevitable no prestarle especial atención al corsé de plata con grabados y cuarzo, se veía exquisito. El escote era simple y los hombros quedarían expuestos e intuí ‒y luego tuve razón‒ que las mangas me quedarían algo grandes, lo suficiente como para tapar mis manos. Y finalmente la falda, con muchos vuelos sin llegar a ser pomposa.
Las sirvientas no me dejaron tiempo para más, y con sus delgadas y lánguidas garras me hicieron sentar en el tocador. Frente a mi reposaban gran cantidad de suplementos para embellecer, entre ellos un montón de polvos brillantes que esparcieron por todo mi rostro y cuello en un intento por hacerme mínimamente encantadora. Casi de inmediato una de las chicas comenzó a trabajar en mi cabello. Tiró con fuerza para estirar mi cabello, de esa forma seria más fácil trenzarlo con el cabello extra que se necesitaba para el sofisticado peinado que me estaban haciendo.
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DESCENSO (Balada de los Hijos de la Luna, Libro I)
FantasyEn un mundo donde los encantos se entrelazan con las traiciones y el deseo arde como un fuego inextinguible, se desenvuelve la saga de los Sempiternos: seres de una belleza sobrecogedora, condenados a una perdición inevitable. Rubí, nieta de la Mona...