Contexto

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—¡Es navidad, equipo! —se escuchó en un volumen de voz muy alto y firme desde la oficina de la gerencia, a unos 10 cubículos del mío. Yo me asomé para verle y ahí estaba él, parado en la puerta, con sus manos hacia la cara para proyectar mejor lo que gritaba desde su oficina. Estaba vestido con una playera blanca, lisa con puños y cuello negro; un pantalón beige de dril perfectamente planchado en el que no traía cinturón; y llevaba unos zapatos casuales en color café. Se veía tan juvenil para sus 43 años. —Hoy trabajaremos hasta las 12 del mediodía para que alcancen hacer las gestiones navideñas: comprar juguetes, lo que falte de la cena, y para quienes quieran comprar un atuendo que lucir en noche buena —completó el licenciado Steven.

Los pongo en contexto: Steven Guedes era el jefe de la firma publicitaria donde hacía mis prácticas como auxiliar administrativa. Él era ese tipo de hombres que nos encanta a muchas: tenía un superdón de gente y era muy inteligente, educado, formal, muy creativo, siempre con ideas locas, sabía de muchas cosas y siempre tenía una respuesta para todo. Eso me encantaba de aquel hombre con quien no había tenido el gusto de tratar a pesar de que llevaba 2 meses haciendo prácticas en su empresa, pero siempre le escuchaba en las juntas que realizaban en la sala de reuniones que quedaba al lado de mi puesto. Eso fue suficiente para hacerme una idea del tipo de hombre que era.

Más allá de que su físico no era el de un galán de novela —con sus 176 centímetros de estatura, tez blanca, cuerpo medianamente atlético con barriga propia de los 40 años, cara un poco alargada, barba y cejas bastante pobladas, ojos cafés, cabello lacio y siempre peinado hacia atrás—, el gran lunar de Steven es que era casado, justo, con la directora financiera de la agencia: Analía Santorino. Ella sí era una reina de belleza: alta, delgada, busto y trasero acordes a su cuerpo, piel trigueña, con un rostro y una sonrisa espectacular. Vestía siempre elegante y con su cabello ondulado, que llegaba hasta sus nalgas, siempre llamaba la atención por donde caminaba. Sus papás eran dueños de un gran número de empresas y a pesar de eso, era muy sociable y sencilla. ¡Era una diosa!

Luego de que la jornada laboral acabó, recogí mis cosas, salí y tomé el camión hacia la Colonia Independencia, donde vivía. Sí, vivía en Independencia, un sector marginal en los cerros de la ciudad. De ahí vengo. Con mucho esfuerzo, ante la ausencia de mi papá, mamá consiguió, como pudo, recursos para pagar mi carrera, sin embargo, el dinero no alcanzaba. Lo que ella me daba solo cubría el 30% de los gastos. Ella desconoce eso hasta hoy. El otro 70%, lo estuve cubriendo con algunas actividades en las que me incluyó Rubí, amiga del barrio y compañera de carrera. Ella, administraba una red de damas de compañía para ejecutivos de alto nivel en la ciudad. Y sí, ya sé que se están imaginando por dónde va este asunto, pero lo que les voy a contar es mucho mejor que lo que se están imaginando, se los aseguro.

Dama De CompañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora