¡Vamos a jugar!

225 11 0
                                    

Fui al Spa con Rubí. Era un Spa exclusivo para nosotras en el tercer piso del Ocean Tower, donde estaba la administración del negocio. Estábamos todas desnudas y entre todas nos compartíamos las hazañas de la semana, pero ese día yo no hablé, solo escuchaba.

—¿Te pasa algo, Yuli? —preguntó Rubí, sentada justo a mi lado en el jacuzzi.

Reprobé con la cabeza sin decir palabra alguna.

—Esta noche tu encuentro será más temprano de lo normal. No ha hecho ningún pedido especial con respecto a ropa como la última vez. Mira que sí es raro este cabrón —soltó Rubí.

—Sí, es extraño que sea antes. ¿Alguna sugerencia? —dije con un desánimo notable.

—Te miras baja de nota, amiga. ¿Te pasó algo con él? —insistió Rubí.

—No pasa nada. Solo tengo un dolor de cabeza pendejo. La semana estuvo pesada en la oficina. Eso es todo —respondí.

—Está bien —replicó. —Con esos nunca se sabe qué pueda pasar. Solo no olvides las reglas, sobre todo la primera y más importante de todas: diviértete siempre —concluyó.

***

Luego de recogerme en mi casa, el conductor me dejó en el hotel. Ni siquiera tuve necesidad de identificarme. Una señorita muy amable me llamó por mi nombre de trabajo, y me indicó el camino, camino que yo conocía perfectamente. Al llegar, la habitación estaba sola, pero contrario a las veces anterior, esta vez había una mesa para 2 personas en donde la última vez estaba el sofá donde él estuvo sentado. Sobre la mesa, una botella de champaña y platos dispuestos para 2.

—¿Desea algo de tomar? —preguntó un botones desde la puerta que yo misma dejé abierta. Di un salto al escucharlo.

—Sírveme una copa, por favor —le ordené. Él lo hizo y tras eso salió de la recámara y cerró la puerta. Con la copa en la mano, empecé a caminar por toda la habitación, detallando aspectos como las sedas de la cortina, la madera del nochero, las figuras en el piso de madera, el sonido de la fuente en la pared, y el tamaño y calidad del espejo. Me quité los zapatos y empecé a caminar descalza. Me dirigí al reproductor y al encenderlo, sonaba "Wake Me Up" de Aviccii. Apenas empezaba. Esa canción era apenas perfecta para relajarme un poco. Subí el volumen hasta donde el reproductor permitió y empecé a saltar suave para no agitarme ni sudar. Cuando la canción acabó, ahí estaba él, observándome inexpresivo. Esa noche llevaba una camisa blanca mangalarga, semiajustada, sin playera interior; un pantalón de dril, negro; y los zapatos casuales con los que ya lo había visto en la oficina. Su barba y cabello perfectamente arreglados y su perfume amaderado de siempre.

—¡Qué cómoda te ves, Daniela! —comentó con ternura. —Siéntate, la cena está por llegar —añadió. Luego, bajó el volumen del reproductor.

Otra vez me llamó «Daniela». El asunto empezaba a inquietarme. Quería preguntar, pero cambié la pregunta:

—¿A qué debo esto? —le pregunté mientras me acomodaba en la silla que él había separado de la mesa para yo sentarme.

—Quiero conocerte mejor —dijo.

—Lo tengo prohibido. Es una regla de este trabajo... Robert —Contesté. Por poco y le decía Steven.

—Lo sé. También me leyeron a mí las reglas. Pero entonces miénteme; sé creativa. Hace un tiempo vi en una película que la mentira es una forma de medir la creatividad de las personas. Y yo me dedico a eso.

—Interesante... —dije. En ese momento entró un mesero con nuestros platos de comida. El suyo un Rebay con espárragos. La mía, un risotto de frutos del mar. Pero me llamó la atención que eran porciones muy pequeñas para ambos. El mesero puso los platos y sirvió una copa de vino para cada uno.

—¿Cómo hiciste para saber que era mi favorito? —pregunté—. Recuerda que no puedas saber cosas de mi vida personal —añadí nerviosa.

—Está en tu carta de presentación, Daniela —respondió.

—En esa misma carta dice que mi nombre es «Sofía» e insistes en llamarme «Daniela» —solté sin procesar. ¡Joder! No debí. Él solo sonrió, se acercó a mí y me dio un beso tierno en los labios.

—Te vas a llamar como yo quiera que te llames, Daniela —esa expresión se sintió en mi zona íntima. Me dio temor y me excitó a la vez. Y la forma tan sensual como lo dijo aceleró mi humedad. —Por cierto, te ves muy bien en ese vestido blanco. A tu cuerpo le queda bien todo lo que te pongas —apuntó, y subió un poco el volumen al reproductor.

Cenamos al ritmo de Bruno Mars, sin decir palabra alguna, pero al ser porciones pequeñas, terminamos rápido y nos quedamos solo con las copas.

—Solo quise tener una atención contigo —explicó sin aviso, un par de minutos después de acabar ambos la cena e intentando interrumpir el silencio. —Ahora vamos a jugar, mulatica preciosa —agregó con tono pícaro y una cara de notable emoción.

—¡Juguemos, Robert! —dije. Yo no podía esperar más. Necesitaba que sus manos me tocaran, necesitaba que sus labios me besaran. Él sonrió. Se levantó de la mesa y puso la luz justo en el punto de siempre.

Con rapidez y sigilo, se deshizo de su ropa. Cuando me percaté él estaba desnudo delante de mí. Tomé la iniciativa e inicié a besarle el torso.

—Ahora tú juegas con ventaja —me dijo. Yo sabía perfectamente a qué se refería. Entonces me di la espalda para que el soltase los 3 botones del vestido que yo llevaba esa noche. Luego de hacerlo, el mismo lo subió y lo retiró, percatándose apenas de que no llevaba ropa interior. La mirada se le hizo fuego. Era evidente su emoción. Me empujó a la cama y caí boca abajo, y antes de que pudiera voltearme ya lo tenía sobre mí. Tomó mi rodilla derecha y la deslizó sobre la cama para dejarla casi a la misma línea de mis caderas y sin previo, entró en mí. Entró fuerte, aunque muy ayudado por el calor húmedo de mi sexo. Prosiguió con un entrar y salir por embestidas. Mis jadeos se sincronizaron con el ritmo de sus caderas. Puso una mano en mi cintura, con la otra me tomó del pelo y, ahora, teniéndome a su merced, intensificó el ritmo. Entraba y salía sin piedad, una y otra vez, implacable, incendiario, majestuoso... mientras yo por momentos giraba a verle su cara de placer. La escena era espectacular. Ver sus ojos de emoción lo era todo.

Siguió a un ritmo intrépido, hasta que las contracciones de ambos aparecieron al tiempo y estallamos en un orgasmo con jadeos escandalosos. ¡Uf! Pero yo no quería parar, y tampoco dejaría que sucediera.

—No pares —le pedí. Muy obediente siguió el ritmo como pudo para mantener su erección. Y lo consiguió ayudado por los mordiscos que me daba en la espalda y parte trasera del cuello. Cuando menos se lo esperaba, lo saqué de mí y lo tumbé boca arriba en la cama.

—¿Qué haces? —preguntó.

—Ahora me toca a mí —refuté.

Me senté sobre él. Mis piernas lo abrazaron y lo clavé en mí, subiendo y bajando. Sus jadeos me enloquecían y mientras me halaba el pelo, me mordisqueaba los senos en una sincronía perfecta. No paré; seguí subiendo y bajando, moviéndome en círculos, adelante y hacía atrás, deleitándome con su respiración agitada y sus jadeos continuos, hasta que lo sentí tensar piernas y abdomen y otra vez desprenderse de sí para colmarme toda, mientras yo estallé en él como si así estuviera planeado. ¡Más que brutal!

Caí rendida y extasiada a su lado. Empezó a acariciarme el cabello y me quedé dormida desnuda. Cuando desperté, estaba arropada, sola en la habitación; Steven se había ido y me imagino que algún mesero había retirado los platos. En la mesa, de su puño y letra, solo encontré un papelito que citaba: "¡Gracias, Daniela! Necesitaba sentirme vivo y lo has conseguido. Espero verte pronto".

Dama De CompañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora