¡¿Daniela?!

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A la mañana siguiente, justo antes de que sonara mi alarma para levantarme, me despertaron los ladridos del perro de mi vecino y los golpes en mi puerta. Alguien tocaba con delicadeza. Aún en pijama, despeinada y sin lavarme los dientes y la cara, fui hasta la puerta para ver quién era.

¡Joder! Era Analía. ¿Qué hacía ella ahí tan temprano? Como pude, empecé a correr para lavarme la cara y la boca con la esperanza de que desistiera y se fuera, pero insistió a la puerta.

Con la cara mojada todavía, abrí...

—¡Buenos días, guapa! —dijo eufórica.

—Buenos días, Analía —dije con voz de dormida —. ¿Y eso: qué te trae por acá?

—Bueno, sé que Ernesto está asignado a llevarte y traerte. Esta mañana le he pedido que pasara por ti para desayunar y llegar juntas a la oficina —comentó ella.

¡Dios!

—¿No has desayunado? —pregunté sorprendida.

—No. Pero no te preocupes, Danny. Vamos a comer algo antes de llegar a la ofi.

¿Por qué seguía llamándome Daniela e intentaba ser cercana conmigo al mismo tiempo? Eso era un contrasentido. No entendía realmente qué quería ella.

—Te serviré yogurt con fresas y cereales. Son bajos en calorías. Come esto mientras me baño.

—Está bien —dijo en tono de resignación.

Me metí a la ducha y la dejé sentada en mi sofá de la sala, comiendo yogurt con cereales. Era muy extraño tener a Analía en mi casa y en ese plan.

Me duché bastante rápido y salí del baño con la toalla enrollada en mí, y entonces la vi en la cocina, dando la espalda al baño y de frente al fregadero, terminando de lavar el plato donde le había servido. ¿Estaba soñando? No. Era real, tenía a la distinguida Analía Santorino lavando trastes en mi casa.

—Me voy a cambiar. No tardo —le dije.

—Voy contigo. No me voy a quedar aquí sola otra vez —contestó y caminó tras mío.

Yo acepté.

Al entrar a mi cuarto detrás de mí, se puso a mirar todo, cortinas, sábanas, closet, ventana, pero en un momento fijó su vista en un portarretrato que tenía sobre mi tocador blanco de madera, donde tenía una foto con mi mamá, en Panamá, siendo yo una niña de unos 5 años.

—¡¿Daniela?! —gritó sorprendida, con el portarretrato en la mano.

—¿Qué pasó? —pregunté asustada.

—¿Esta es tu mamá? —contrapreguntó ella. Yo asentí—. ¿Qué día naciste tú? —preguntó como entrando en pánico. Pánico que empezaba a contagiarme.

—¿Qué pasa, Analía?

—Dime tu día de cumpleaños —insistió.

—21 de noviembre —dije con miedo. Ella empezó a sacar cuentas y dejó caer el portarretrato en el suelo.

—¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No puede ser! —dijo mientras se agarraba la cabeza—. Con razón te nos hacías tan parecida. ¡No puede ser! —insistió.

En ese momento mi cabeza empezó a maquinar mil cosas, a suponer y hacerse preguntas mientras veía a Analía neurótica, un estado que jamás imaginé en ella.

—Steven tiene que saberlo ya mismo, Yulieth. Y hay que hacerte una prueba de ADN —dijo.

¿Qué? ¿Una prueba de ADN? ¿En serio? ¿Es lo que estoy pensando: la posibilidad de que Steven fuera mi padre? ¿pero qué era eso? ¿Y si lo fuera, me había estado acostando con mi padre? ¡Qué horror! Todo eso me preguntaba en el momento y poco a poco sentí que fui perdiendo fuerzas y me faltaba el aire, hasta sentir que todo se apagó y no supe nada más de mí en ese momento.

Dama De CompañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora