El lunes de la semana siguiente, casi una semana después de haberlo visto, llegué más temprano que de costumbre a la oficina. Organicé las cosas en mi puesto, encendí mi computadora y me disponía a revisar la bandeja de entrada de mi correo. Esta vez ni siquiera miré hacia la oficina, suponía que él aún no estaba. Me acomodaba en mi silla cuando sentí una mano delicada en mi espalda.
—¿Cómo estás, Daniela? —preguntó una mujer detrás de mí en un tono bastante moderado. Era obvio que era Analía, nadie más me llamaría así.
—Muy bien, Analía —respondí—. ¿Tú qué tal: cómo ha ido todo en tu viaje?
—Bien. Aún no terminamos. Hay mucho por hacer. Allá anda Steven de cabeza. Yo ya cumplí con mis revisiones financieras —contestó con tono de fastidio.
—¡Qué bien! —dije con notable desmotivación.
—Se te nota lo aburrida. ¿Qué harás hoy al salir de aquí?
—Nada. Iré a estudiar.
—Hoy tendremos una noche de chicas, quiero que salgamos, cenemos, que nos conozcamos más.
¿Otra cena? ¿Y es que se estaban turnando o qué? ¿Con qué me iría a salir esta mujer? La idea sonaba algo extraña. La verdad, me sorprendió, pero no me negué.
—¡Vale!
—Ok. Te aviso cuando acabe y nos vamos de una —cerró y se marchó.
Vi que varias personas de otros cubículos me quedaron viendo. Era lógico, Analía nunca había sido cercana así con nadie de la agencia.
A la hora de la salida, nos esperaba Ernesto, nos abrió la ventana y ambas subimos. Sin decir alguna palabra, nos llevó a un Spa de uñas.
—Tus uñas están lindas, las mías no tanto. —comentó mirándose las uñas—. ¿Te importaría si me acompañas? Igual puedes hacerte las tuyas nuevamente. El sitio te va a encantar. Yo invito todo —completó.
—Está bien —respondí.
Entramos al sitio dentro de un centro comercial, con cubículos de atención y una manicurista en cada uno, y nos atendieron con prioridad. Cada una tomó una revista y se olvidó de la existencia de la otra, pero al finalizar, volvimos a vernos.
—¿Te ha gustado? —preguntó Analía.
—Sí. Muy buen trabajo y de verdad que relaja —confesé.
—Vamos por algo de tomar y algo ligero para comer —dijo emocionada.
Y efectivamente, fuimos por unas Tecate Ligth, micheladas; la mía sin clamato, solo con sal limón y pimienta, y ordenamos un par de sándwiches de atún con papas a la francesa en uno de los puestos de la plazoleta de comidas, y ahí nos sentamos a tomarnos la cerveza y comer bajo la mirada de Ernesto a la distancia.
—¿Sabes?, esto me da vida, sentirme así, libre. Muy pocas veces tengo oportunidad de hacerlo —dijo ella.
—¿Y qué te impide hacerlo? —indagué.
—No es algo en particular, es todo. Hay muchas cosas del trabajo, los negocios, la casa...
Viéndola tan libre, y en confianza, mi curiosidad me jugó una mala pasada e intenté resolver una duda antes de que mi cabeza procesara la pregunta que haría:
—¿Por qué haces esto? —pregunté y me arrepentí al instante.
—¿Hacer qué?
—Esto: permitir que haya un tercero en la relación entre tú y Steven. Ya lo hiciste una vez antes, por lo que me contaste de la anterior "Daniela", y lo aceptas ahora nuevamente.
Ella sonrió. Dio un sorbo a su cerveza y contestó:
—Daniela, no puedes luchar contra la naturaleza humana. Todos sentiremos siempre deseos por otra persona que no sea nuestra pareja —hizo una pausa y volvió a beber para continuar—. Steven no es mío, y sus deseos no son míos. Es ilógico que intente que él sea exclusivo para mí. La monogamia es un chiste que alguien se inventó para controlar a la sociedad. Es antinatural —agregó. Yo, en serio, estaba sorprendida con lo que escuchaba. Analizaba lo que decía y tenía muchísima razón.
—Es genial que tu pareja tenga la confianza de compartirte su intimidad y sus deseos, y que tengas la facilidad de satisfacerlo. Se necesita un grado de madurez muy fuerte para ello —comentó—. Esa es la razón por la que lo hago. A él le hace feliz satisfacer sus deseos y a mí me hace feliz verlo cómo él satisface sus deseos. Él no me pertenece ni yo a él y sabemos que es natural sentirnos atraídos y conectar con otras personas. Aquí el asunto es no violar los acuerdos que hemos establecido como pareja. Eso es todo —concluyó.
De verdad estaba anonadada. No esperaba recibir una dosis tan profunda de filosofía de vida mientras me acababa un sándwich, invitado por la mujer del hombre que me gusta. Perdónenme si se leyó muy extraño eso.
Tras finalizar la comida, caminamos un poco viendo ropa en distintos lugares y ella compró para ella y para mí. Se hicieron las 10 de la noche y ambas tuvimos que volver a casa. Ernesto primero me llevó a mí, y luego la llevó a ella.
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Dama De Compañía
RomanceYulieth, de 19 años, estudiante en prácticas de su carrera como Asistente Administrativa, en su oficio extracurricular como dama de compañía, se enfrenta a una situación con la que jamás pensó lidiar, pero que, además, le despierta deseo que con los...