Capítulo 1: Un vistazo al pasado

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Ese cielo gris saturado por nubes oscuras próximas a dejar caer una fuerte tormenta, acompañada de frías ráfagas de viento que se colaban a través de la negra vestimenta de los dolientes, era el panorama que sus infantiles ojos podían contemplar al mirar a su alrededor, y frente a ella lentamente descendía el ataúd color caoba sujetado por sogas que sostenían entre varios hombres.

Levantó la vista para mirar el rostro de su madre, sus ojos enrojecidos y el llanto silencioso que dejaba fluir indiscretas lágrimas a lo largo de sus mejillas, le decía que lo que estaba ocurriendo era más grave de lo que le habían hecho creer, pues a pesar de tener tan sólo seis años de edad, era una niña muy inteligente.

En la noche del día anterior su mamá recibió una llamada telefónica que la alteró de sobremanera, comenzando a llorar y gritar con histeria, por lo que el abuelo le dijo que cargara a su pequeño hermano de cuatro meses de nacido y lo llevara con ella a su habitación, mientras él intentaba calmar a su hija.

Minutos después el abuelo con el rostro abatido fue a buscarla para decirle que su papá haría un largo viaje y que quizás nunca regresaría, pero que tenía que ser fuerte por su mamá y su pequeño hermano Sota. En ese momento no comprendió la magnitud de los hechos, pero ahora que lo pensaba, había visto en televisión que en esas cajas de madera como la que veía descender dentro de aquel agujero en la tierra, sepultaban a los muertos, y sólo había una persona que faltaba entre los presentes: su papá.

Su pequeño corazón se estrujó al darse cuenta de lo que significaba lo dicho por el abuelo una noche antes, un viaje del que su papá nunca regresaría: la muerte.

Quiso llorar en ese instante, pero las lágrimas no brotaron, la única escapatoria a su realidad fue alejarse con discreción de su madre quien continuaba inmersa en su dolor mientras sostenía entre sus brazos a su pequeño bebé, e intentó echar a correr lejos de ese lugar y lejos de toda esa gente, sólo correr sin rumbo fijo, huir sin pensar en nada.

Ninguno de los presentes le prestó la suficiente atención como para darse cuenta de que se alejaba corriendo del lugar y hubiese ido más lejos de no ser porque un anciano se interpuso en su camino frenando su carrera cuando la sujetó de un brazo.

-¿Qué planeas hacer Aome? - la voz del anciano era suave y se agachó a su altura para mirarla al rostro.

La pequeña miró al anciano a la cara, una cara que conocía desde que tuvo memoria y que siempre le brindaba seguridad, la mirada de esos profundos ojos grises que reflejaban haber vivido demasiadas décadas entre dichas y sufrimiento, pero que aún así le demostraban un infinito cariño.

- No lo sé Padrino, tengo mucho miedo... - agachó la mirada dejando por fin escapar las lágrimas y comenzando a sollozar.

El anciano se hincó y la abrazó tratando de brindarle consuelo - Mi niña, es normal que tengas miedo, nada nos prepara para estas pérdidas tan dolorosas, pero sé que tu mamá y tú con el tiempo lograrán superarlo y seguir con su vida.

- ¡Papá está muerto! ¡Ya nunca más volveremos a verlo! - su llanto se intensificó mientras permanecía entre los brazos de su padrino.

- Es verdad, pero debes ser fuerte, la vida continúa y tú apenas estás comenzando a vivir. Tu madre y Sota necesitan de tu apoyo ahora más que nunca y está bien que llores para que desahogues tu dolor, pero después deberás levantarte y seguir adelante.

- Padrino, usted dice que debo ser fuerte, pero no sé como serlo, sólo soy una niña ¿Cómo puedo ayudar a mi mamá y a mi hermano? - preguntó tratando de limpiarse las lágrimas.

- Aome, eres más fuerte de lo que piensas - se separó un poco de ella para mirarla a los ojos - Y además no estás sola, también nos tienes a tu abuelo y a mí. Y sabes que mientras yo viva podrás contar conmigo para lo que necesites, nunca voy a abandonarte.

Pacto de orgullo (Sesshome)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora