"La única cosa que podía destruir la casa del dragón era esta misma.
Aemma Targaryen sabía que solo nació
como un recordatorio a su madre que su padre nunca la amaría.
Es por ello por lo que hizo todo para proteger a su familia, a sus hermanos.
Se c...
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"Ahora ellos están yendo a la cama
Y mi estomago se enferma
Y todo está en mi cabeza, pero ella está tocando su...
Pecho ahora
Él le está quitando su vestido ahora
Déjame ir
Simplemente no puedo mirar, estas matándome
Y tomando el control"- Mr Brightise, The Killer.
Aegon trataba de nunca involucrarse en los asuntos de su esposa, sabia que dentro de esa bondad y dulzura había maldad, una masa oscura que crecía día a día desde que eran demasiado pequeños para notarlo. Algo que era más visible en los hermanos Hightower, no así en las jóvenes mujeres de la familia.
Y aquella masa de maldad que crecía dentro de ella, solo era visto por algunos. Aún así la amaba, siempre lo había hecho, siempre la llamo suya cuando nunca realmente lo fue.
Siempre sintió una indiferencia notoria hacia Haelena, debido a que su hermana era demasiado débil, eso la molestaba completamente, pero Aemma, Aemma era fuerte, jamas mostraba dolor, era altiva, bondadosa y vengativa.
Una de las cualidades que él no estaba dispuesto a visualizar, pese a los rumores que se extendían por el castillo.
El sabia como ella trataba a los hijos de Rhaenyra, siendo demasiado cruel para sus sobrinos más jóvenes, molestándolos incluso más de lo que ellos lo hicieron con Aemond. Ella protegía a sus hermanos de una forma única, una que ni siquiera el mismo podía entender.
Pero que su esposa estuviera involucrada con un segundo hijo como Larys Strong lo hizo querer enfermar, el heredero de Harrenhall, el cual siempre estaba a su disposición cuando volvía a la ciudad, nunca lo vio como algo extraño ¿Quién en su sano juicio se involucraría con el palizambo? Solo era Aemma, siendo amable, como lo era con los enfermos o los huérfanos, nada más.
Observo como el hombre cojo salía de los aposentos de su esposa completamente sudado, cojeando y al verlo se sonroja mientras intenta que no se vea una mancha en su caro ropaje. Ninguno de los dos se dice una palabra, no era necesario. El hombre hizo un asentimiento mientras este ingresaba a la habitación de Aemma dándose cuenta de que su guardia real no estaba allí cuidándola como realmente debía estar.
