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—S-señor, no puede pasar — una de las enfermeras trataba de tranquilizar al pelinegro — tiene que quedarse aca...— con dificultad hizo que el futbolista se sentará en una de las sillas de la sala de espera dejando un calmante en su mano.
Con sus manos temblando, Enzo abrió la botella de agua y tomó loas rápido posible sintiendo como la pastilla pasaba por su garganta.
Como todas las visitas sin faltas, el deportista había llegado a visitar a su novia pero el terror inundó su cuerpo cuando había escuchado la máquina de pulsaciones tan descontrolada como la respiración de la femenina al estar hiperventilando.
Sin duda era una imagen que nunca se había acercado en lo más mínimo a sus pensamientos y posiblemente sería la peor pesadilla en la que no despertaba.
Hubiera llamado a Julian, sus padres o incluso Mateo pero en tal momento no se le cruzaba otra cosa en la mente que la preocupación del estado de su novia.
Miraba el reloj de agujas y como el sonido de estás resonaba en su cabeza sin parar desesperandolo aún más, hora tras hora minuto a minuto, segundo a segundo.
Un grito ahogado se escucho en la sala y Enzo miró rápidamente a dónde provenía aquel sonido.
Un pequeño grupo de personas lloraba desconsoladamente mientras un integrante del grupo hablaba con un doctor quien solo contestaba con una mirada apenada.
Tragó profundo dirigiendo su mirada a sus manos dándose cuenta de la piel lastimada al rededor de sus uñas.
—Familia de Romina García...— un hombre vestido de blanco buscó con la mirada.
—¡yo!—se levantó tan rápido como un rayo sintiéndose un tanto apenado por su alzar de voz —s-soy su pareja ¿Que pasó? ¿Está bien?...
Caminó hacia el hombre que lo llamó a pasos nerviosos e inseguros— la joven García despertó.
Aquella noticia cayó como balde de agua fría. Sintió desmoronarse en el lugar cayendo de cuclillas y permitiéndose llorar y desahogarse con mayor tranquilidad.
