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Hay veces que el mundo se me cae a pedazos, como si el miedo y las ganas fueran de la mano

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Hay veces que el mundo se me cae a pedazos, como si el miedo y las ganas fueran de la mano. Lo siento cada mañana al levantarme, cuando los rayos de sol inundan mi habitación o cuando escucho el sonido de los niños riéndose. Una mezcla de sentimientos contradictorios se apodera de mí y cada día intento averiguar cuál es el que predomina, pero nunca lo consigo. Siempre hay pequeños detalles que me hacen replantearme las cosas buenas del mundo y otros detalles con los que me dan ganas de encerrarme en mi habitación con mis libretas, mis libros y mi música.

Ese día la alarma ni siquiera sonó porque me di cuenta de la poca iluminación que entraba en mi habitación. Me desperté y sonreí al verla. Esta casa se convertía en hogar cuando ella llegaba balbuceando e intentando pronunciar palabras con sentido, aunque pocas veces lo conseguía. Las cuatro paredes en las que nos metíamos las dos se llenaban de risas y el suelo de juguetes.

—Buenos días, pequeña.

—Ma-má —respondió con alguna dificultad.

Lo único que hizo fue mirarme y estirar las manos hacia mí, haciéndome sonreír con cada pequeño acto que provenía de ella. La cogí en brazos y perdí la noción del tiempo durante unos instantes hasta que el timbre sonó.

Resoplando, me levanté de la cama con Liv en brazos y anduve escaleras abajo para abrirle la puerta a Paola. Lo primero que hizo cuando me vio, fue lanzarse prácticamente encima de mí, pero no lo hizo por mi persona, si no por la pequeña que tenía en brazos. Lo único que se le ocurrió fue arrebatarme a Liv de mis manos. Me reí y las seguí hasta llegar al salón. Paola era la única persona en la que confiaba porque sabía que cuidaría a mi pequeña como si fuese su propia madre. Me encargaba de recordarle cada día lo agradecida que estaba por su ayuda cuando todo ocurrió.

—¿Acabas de levantarte de la cama, Bella? —preguntó mirando las ventanas que todavía seguían con las persianas bajadas.

—Sí, necesitaba estar un rato con Liv. —Señalé a la pequeña que estaba entre sus brazos y me senté a su lado, peinándole los rizos despeinados—. ¿No tienes que trabajar hoy?

Negó mientras seguía los movimientos de mis manos. Me detuve unos instantes a observarla y entonces vi esa mirada simple, pero que significaba un mundo, ese cariño sincero y esas ganas de seguir con nosotras.

Podría pasarme el día entero hablando de Paola. Cuando llegué a Madrid hace nueve años, la encontré entre el caos de mi vida. Me ayudó como si me conociese de toda la vida y no recuerdo un solo momento de mi vida en el que ella no formase parte.

—Te prometí que hoy podía quedarme con ella. Ve a trabajar tranquila. —Se acercó a mí y susurró—: Tienes una editorial que mantener.

No necesite que dijese nada más para apoyar mi cabeza sobre su hombro y cerrar los ojos. Había aguantado lo inaguantable y había aprendido a comprenderme a pesar de mi mundo interior. Me apoyó cuando decidí invertir para crear mi propia editorial, fue la única que no puso el grito en el cielo. De hecho, ni siquiera se inmutó ante mi petición.

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