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Miraba mi reflejo en el espejo por décima vez en toda la tarde

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Miraba mi reflejo en el espejo por décima vez en toda la tarde. Nunca he tenido lo que se considera el cuerpo perfecto en la sociedad y menos después de traer a Liv al mundo. El parto rompió con todo lo que más o menos me daba la seguridad en mí misma y después de él, solo quedaban ruinas a mi alrededor. Cuando empecé con mi psicóloga lo primero que le dije es que necesitaba que me ayudase a quererme y a apreciar mi cuerpo. Hay días donde me siento realmente preciosa y donde me miro con cariño, pero hay otros que acaban con mi estabilidad porque solo me apetece encerrarme en mi habitación y llorar hasta que deje de sentirme mal conmigo misma.

Era uno de esos días donde no sé como me sentía, donde me miraba y solo veía un cuerpo más: sin caderas anchas, ni abdomen plano. Uno de esos que nadie consideraría importantes, ni siquiera yo misma le daba importancia; ni para bien, ni para mal. Aun así, no podía evitar seguir mirándome como si estuviese buscando una respuesta para saber si debería sentirme bien o mal.

Un golpe en la puerta y la voz de Paola interrumpieron mis pensamientos. Me giré hacia ella, colocándome los pantalones. Me miraba con una sonrisa de oreja a oreja, apoyada sobre el marco.

—¿Todo bien? —preguntó cuando terminé de vestirme por completo.

Me limité a asentir sin decir ninguna palabra más. Recorrí mi habitación en busca de mis gafas de sol y me las puse sobre la cabeza una vez peiné mi pelo.

—¿Qué has hecho al final con Liv? —cuestionó cuando se dio cuenta de que la pequeña no estaba en casa—. ¿Ha venido Lucas a por ella?

—No.

—No me extraña —espetó cruzándose de brazos.

—No lo he llamado —admití.

Paola alzó la cabeza y clavó directamente sus ojos sobre los míos. Noté como quería sonreír, pero estaba haciendo todo lo posible para no mostrar su alegría ante esa frase, aun así, no escondió lo que quería decir.

—Me alegro de que no lo hayas hecho. —La miré con una pequeña sonrisa.

—Estoy cansada de ir detrás de él. Es su hija, si quiere algo de ella, sabe que puede llamarme —finalicé.

Paola me aplaudió dando saltitos y me siguió a través del pequeño pasillo, mientras iba a agarrar la mochila.

—¿Con quién se ha quedado?

—He llamado a mi tía y evidentemente me ha dicho que sí. —Agarré mi mochila, cogí el móvil y ambas salimos de mi casa—. ¿Tu coche o el mío?

—El tuyo —respondió—. Contra menos tenga que conducir, mejor.

Acepté con una carcajada y subimos al coche. Encendí la radio, bajé las ventanillas y me coloqué las gafas de sol, aunque no quedaba mucho para que el sol se escondiese. El plan era sencillo —incluía a Brett y el resto de su grupo de amigos—: ir a la urbanización de un amigo del tal Darío y cenar todos juntos para conocernos. Estaba nerviosa, aunque nunca se me ha dado mal conocer gente y establecer relaciones con personas desconocidas.

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