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Sentía como mi cabeza palpitaba con fuerza, era un dolor imposible de explicar

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Sentía como mi cabeza palpitaba con fuerza, era un dolor imposible de explicar. Abrí los ojos, pero volví a cerrarlos con fuerza al sentir la luz del sol. Escuché a Liv de fondo, pero ni siquiera pude moverme del sitio. Estaba riéndose a carcajadas entonces fue cuando me armé de valor para ponerme en pie. Apenas recordaba cómo había llegado a mi casa y menos todavía en qué momento me había puesto el pijama.

El mundo se detuvo cuando en la cocina vi a Liv y a Brett, al lado de ella, dándole el desayuno. Los recuerdos de la noche anterior vinieron uno tras otro de golpe. Me escondí en un aseo del recinto donde estábamos celebrando la fiesta de la editorial para llorar, sé que bebí antes de eso, más de lo que había hecho en años. Paola y yo quedamos en que iríamos a su casa e imagino que la idea de no tener que volver a Liv esa noche hizo que se me fuese de las manos. Recuerdo mandarle un mensaje diciéndole que volvería a casa, ni siquiera la avisé cuando llegué. Ni tampoco sé si me respondió.

Juro que sentí que el mundo se detuvo cuando lo siguiente que recordé fue hablar con Brett. Le dije que tenía que hablar con él, lloré por eso, y dejé que se quedase durmiendo en el sofá. Y por si no fuera poco, lo abracé hasta quedarme dormida.

Mierda. Mierda. Mierda.

No podía decirle todo así de golpe. No ahora y menos después de verlos en la cocina. Liv reía sin parar mientras se bebía un vaso de leche y Brett no dejaba de hacer el tonto para entretenerla. No podía mandarlo todo a tomar viento de esta manera.

—Mira quien se ha levantado —dijo Brett de forma suave con su mirada clavada en mí.

Liv parecía ajena a lo que estaba pasando.

—Buenos días —saludé.

En este instante saldría corriendo mientras fingía que nada de la noche anterior había pasado. Pero no podía correr; en cambio, sí que pensaba fingir que no teníamos que hablar de nada.

No me moví del sitio, pero él sí que se acercó a mí, asegurándose primero que Liv estaba bien atada en la trona. Dio unos pasos hacia mí con una taza de lo que supuse que era café —ni siquiera sé de dónde lo consiguió— y se detuvo en la parte trasera del sofá, quedando enfrente de mí.

Llevaba la misma ropa que ayer y el pelo más peinado que otras veces. Probablemente no había dormido nada por lo hinchados que tenía los ojos. Sonrío levemente y se apoyó hacia delante.

—¿Cómo has dormido? —preguntó al cabo de unos segundos.

—Perdona por lo de anoche —respondí ignorando su pregunta. Me senté de nuevo en el sofá y seguidamente noté su peso a mi lado—. No tenía pensado venir aquí y menos en las condiciones en las que aparecí.

—Toma. —Me tendió la taza—. Es café, sé que no te gusta, pero es lo mejor ahora mismo.

—Voy a por una aspirina.

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