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El teléfono empezó a sonar sacándome de mis cavilaciones

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El teléfono empezó a sonar sacándome de mis cavilaciones. Aparté la guitarra a un lado y me quité los auriculares para mirar la pantalla iluminada. El número que me llamaba era desconocido, aun así, descolgué por si acaso era importante.

—¿Sí? —respondí poniéndome de pie.

—Hola, Brett —habló alguien al otro lado de la línea—. Soy Paola.

La amiga de Bella.

—¡Hola! ¿Qué tal?

—Necesito hablar un minuto contigo. —El tono de su voz disminuyó. Detuve mis pasos de golpe e intenté evitar ponerme en el peor de los casos, pero su silencio no ayudaba en nada a mis nervios—. ¿Podrías quedarte mañana con Liv?

Su pregunta me sorprendió por completo. Esperaba que me dijese algo de Bella o de cualquier otro tema trivial, pero no que me hablase de su hija.

Al principio, dudé. Nunca había estado con niños pequeños, así que no sabía cómo debía comportarme o que debía hacer, pero si Paola me había llamado, es porque era importante, así que me apresuré a asentir sin acordarme que era evidente que no podía verme.

—Sí —dije intentando aparentar seguridad—. ¿Está todo bien?

—Bella y yo tenemos una celebración de su trabajo y no tenemos con quien dejar a Liv.

Sonreí al escucharla hablar. Era evidente que la pequeña podría ser hija de las dos, porque se cuidaban como una familia, se apoyaban y se tenían mutuamente. Era bonito ver que estaban ahí, porque Liv no parecía tener otra figura paterna o materna que no fuese Paola y tener a Bella la ayudaría muchísimo en un futuro, cuando creciese y necesitase a alguien que la escuche y la apoye, a pesar de los errores o los cabreos.

—No hay problema. ¿Quieres que vaya a tu casa o la traéis? —pregunté, guardando la guitarra tras apoyar el móvil entre mi hombro y mi oreja.

—Puedes venir a casa de Bella —susurró—. Así podéis estar más tranquilos sin necesidad de estar en el hotel.

—Vale, pásame la dirección cuando puedas.

—Vale, gracias. Ya vamos hablando.

Me despedí de ella y colgué, sin saber lo que significaba haber aceptado esa propuesta. Los nervios empezaron a arremolinarse en mi estómago y cuando pensé fríamente lo que había hecho, me pareció una completa locura.

Había aceptado cuidar a la hija de Paola, una persona a la que conocía desde hacía un mes. Habíamos hablado un par de veces, pero tampoco existía esa confianza como para dejar a la pequeña conmigo.

Hablé con mis amigos explicándoles la situación, pero ninguno pareció tomárselo demasiado en serio. Menos Axel, que me dio algún que otro consejo, pero no me dijo nada en claro.

Llamé a mi hermano como último recurso de consejos, pero nunca respondió. Me pasé la noche nervioso.

Liv apenas tenía un año, no podía ser tan difícil cuidar de una niña tan pequeña. Lo único que tenía que hacer era cansarla y que luego durmiese hasta que Paola viniese a recogerla. Era fácil y sencillo. Al menos en la práctica.

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