Epílogo.

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Diez años después

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Diez años después...

Las personas corren de un lado a otro, revisando todos los carteles de los aeropuertos. Mientras tanto, yo me limito a seguir a mamá que sabe el lugar exacto al que tenemos que ir. Se conoce el establecimiento como la palma de su mano, así que agradezco que en mis nervios no entre el pensamiento de perdernos y no subirnos al avión a tiempo.

Trago con fuerza cuando comenzamos a embarcar. Mi madre se gira hacia mí varias veces para comprobar que si estoy bien. Diego también me mira, asegurándose de mi presencia. Los dos caminan por el diminuto pasillo del avión hasta que encontramos nuestros asientos. Por suerte, me toca ventana. A mi lado se sienta mamá y en la esquina se sienta su novio.

—¿Cómo van los nervios? —pregunta mamá cuando despegamos—. ¿Estás bien?

Asiento sin dejar de mirarla y sonrío.

—Llevo sin verlo desde los tres años —digo más para mí que para ella—. ¿Crees que le gustará verme?

Agarra mi mano y entrelaza nuestros dedos con una sonrisa nostálgica. A veces, mi madre es un libro abierto que te permite leer cada uno de sus sentimientos sin ninguna barrera de por medio.

—Claro que te le gustará verte, Liv. Te echa muchísimo de menos. Hazme caso.

Cierro los ojos y esquivo la mirada de mi madre, tragando con fuerza. Sigue pendiente de mí cuando me giro hacia ella de nuevo.

—¿Es posible querer a alguien al que has visto solamente cuando naciste?

—Lo viste cuando eras muy pequeña, pero has seguido hablando con él. No ha estado en tu día a día, pero ha hablado contigo en cada paso que has dado en tu vida, Liv. Es evidente que se alegra por ti como si los logros fuesen suyos. Es normal que lo quieras.

Cuando me gradué, cuando me ficharon por primera vez en un equipo de fútbol, cuando gané el primer partido... En todas esas veces, él ha estado al otro lado de la línea de teléfono, felicitándome. También ha estado ahí cuando he suspendido uno de los exámenes más importantes, cuando me rompieron el corazón por primera vez o cuando me emborraché y acabé llamándolo.

—¿Y tú? —le pregunto a mi madre—. ¿Alguna vez dejaste de quererlo durante esos nueve años?

Pensaba que iba a dudar o que prefería no responder, pero en cuanto acabo la pregunta, niega con rapidez.

—Nunca he dejado de quererlo. Ni cuando volvimos a vernos, ni ahora —asegura—. Fue mi primer amor, pero también fue mi mejor amigo. Lo quiero por todo lo que me ha hecho sentir durante toda mi vida, aun cuando no estaba en ella.

—Todavía me cuesta entender eso. —Mamá suelta una pequeña carcajada que me hace sonreír.

—Supongo que el amor es tan sencillo como complicado. —Alza los hombros y vuelve a mirar hacia el frente.

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