Capitulo Uno:

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Un chico de 18 años caminaba lento pero con un porte elegante, algo que heredó de su madre. Su cabello rizado era de un negro oscuro que le llegaba hasta un poco más abajo de su mandíbula. Su piel, pálida como la de un vampiro, era incluso más pálida que la de su hermana. Sus ojos, negros como la oscuridad misma, y sus labios, de un rosa intenso que parecían manchados con sangre seca, le daban una apariencia inquietante. Algunos estudiantes lo miraban con miedo, apartándose rápidamente de su camino. Sus ojos recorrían de un lado a otro a cada estudiante Normie. Le desagradaba verlos con ropa muy colorida y llamativa. Algunos, como anteriormente, lo miraban con miedo, otros con asco y algunos se burlaban a sus espaldas. Pero eso no le importaba en lo más mínimo. Sus pasos se detuvieron cerca de los casilleros rojos, encontrándose con su hermana enfrente de él.

—No sé a quién se le ocurrió la torcida idea... de poner a cientos de adolescentes en escuelas mal financiadas... dirigidas por personas cuyos sueños murieron hace años —dijo su hermana sin sentimiento alguno en sus palabras, su tono tan frío como siempre.

—No sé, pero... después de todo... admiramos el sadismo —contestó Victor, con una pequeña, apenas notable sonrisa maniática.

Unos ruidos extraños se escucharon del casillero rojo que tenían ambos hermanos a su lado izquierdo. Brusca y rápidamente, Victor lo abrió, y su hermano menor se cayó de éste. Tenía una manzana en la boca y estaba atado con cuerdas rojas. Merlina se agachó y le quitó la manzana.

—Queremos nombres —dijo Merlina con severidad, su voz resonando en el pasillo vacío.

—Es que no sé quiénes eran —respondió rápidamente Pericles, su voz temblando—. Te lo juro, pasó muy rápido.—

Victor se agachó y comenzó a deshacer los nudos de la cuerda que tenía atado a su hermano menor, sus manos trabajando con rapidez y precisión.

—Pericles, los sentimientos debilitan. Es mejor que te controles —dijo Victor, al ver cómo su hermano menor quería empezar a llorar.

Los sollozos de Pericles comenzaron a hacerse más fuertes. Victor, con un gesto de exasperación, paró su intento de deshacer las ataduras de la cuerda y miró a Pericles con enojo.

—¡Ahora! —ordenó con voz firme.

Pericles detuvo sus sollozos, dejando de llorar, y su rostro se cambió a uno más serio, sus ojos llenos de determinación. Merlina y Victor volvieron a ayudar a desatar las cuerdas, pero de repente, Merlina convulsionó un poco, echando su cabeza hacia atrás. Unos segundos pasaron en los que Pericles y Victor se preocuparon por su hermana. Cuando volvió a la normalidad, su cara reflejaba la misma confusión que la de ambos hermanos.

—¿Estás bien? —preguntaron al mismo tiempo, sus voces llenas de preocupación.

Aunque Victor sabía que su hermana Merlina había estado teniendo visiones que le llegaban sin avisar recientemente, entendía que ella no quería que sus padres y Pericles lo supieran. Por eso no dijo nada, pero aún así se preocupó un poco.

—Sí —respondió Merlina cortante.

Al desatar a Pericles de las cuerdas, Victor y Merlina se pararon del piso. De algún modo, Victor sabía que su hermana sabía quiénes habían molestado a su hermano menor, aunque él ya tenía una idea.

—Déjanoslo a nosotros —dijo Victor, tomando a su hermana por el brazo y alejándose del lugar.

—Victor, Merlina —llamó Pericles con voz temblorosa—. ¿Qué van a hacer? —preguntó con un poco de miedo y nerviosismo.

Ambos hermanos voltearon un poco atrás para ver a su hermano menor, que seguía en el piso acostado boca arriba.

—Lo que sabemos hacer mejor —respondieron al unísono, mostrando ambos una sonrisa maliciosa.

Caminaron a la par, como si estuvieran conectados. Si Victor daba un paso a la izquierda, Merlina también lo hacía al mismo tiempo. Sus frentes se mantenían hacia arriba, mostrando una seguridad inquebrantable. Pararon su caminata cuando llegaron al casillero de Merlina, que, entre todos los demás casilleros rojos, era el único de color negro.

Merlina abrió su casillero y sacó unas bolsas con agua, en las que había pirañas. Había cuatro bolsas en total; dos se las dio a Victor y las otras dos se las quedó ella. En cada bolsa había cuatro pirañas. Victor se preguntaba cómo su hermana había conseguido pirañas, pero no le preguntó, aunque pareciera que ella había leído su mente.

—Las iba a usar para otra cosa —dijo su hermana—, pero esto es más importante y mejor.—

Victor la miró a los ojos. Ambos tenían los mismos ojos negros intensos.

—Supongo que ya sabes a quiénes vamos a regalar estas hermosas pirañas —cuestionó Victor, con una sonrisa torcida.

—Sí... a los del equipo de natación varonil —contestó Merlina, con una sonrisa igual de torcida.

Victor asintió con la cabeza. Ambos volvieron a caminar a la par, con sus manos sosteniendo las bolsas de pirañas. Dieron la vuelta a la esquina y miraron el letrero de arriba.

"Natación."

Ambos se miraron por unos segundos y asintieron con decisión. Victor abrió la puerta y le dio el paso a su hermana primero. Después, él entró por detrás de ella. Se escuchaban varios gritos de alegría, algunos cuantos golpes de agua y silbidos de silbato. Subieron las escaleras con tranquilidad, uno al lado del otro. Ya se podía visualizar la piscina enorme en la que varios nadaban y jugaban con una pelota.

—¡Hey, miren, son los hermanos de Pericles! —dijo un chico, apuntando con su dedo índice a Victor y Merlina desde la piscina. Todos los que estaban nadando ahí voltearon a ver a los hermanos.

—¡Hey raritos! Es una práctica privada —dijo el jefe del equipo, mientras todos se reían a carcajadas, como si hubieran escuchado el mejor chiste del mundo.

Merlina hizo una mueca de molestia.

—Las únicas personas que pueden torturar a nuestro hermano, somos nosotros —dijo Victor con enojo, su voz resonando con autoridad.

Merlina y Victor se acercaron dos pasos a la piscina y levantaron las bolsas que tenían en sus manos. Todos, al darse cuenta de lo que contenían aquellas bolsas de agua, sus rostros cambiaron a una expresión de preocupación y miedo. En el momento en que intentaron irse de la piscina, los hermanos lanzaron las pirañas al agua.

Era una alberca muy grande. Todos, al estar en medio, no pudieron escapar de las pirañas. Las bolsas se rompieron rápidamente y las pirañas se liberaron, nadando con rapidez hacia los que estaban en la alberca. Ver cómo todos nadaban con desesperación y miedo hizo que Victor y Merlina sonrieran con satisfacción. Vieron cómo todos seguían nadando frenéticamente, algunos ya habían salido, pero el jefe del equipo de natación aún le faltaba un tramo para llegar a las escaleras. Cuando finalmente llegó, todas las pirañas lo alcanzaron por detrás y le mordieron el trasero, haciéndolo gritar de dolor.

Los hermanos observaron la escena con una sonrisa de satisfacción. Victor se sentía feliz en su corazón al completar su venganza junto con su hermana Merlina, por lo que le habían hecho a su hermano menor. La conexión entre ellos se fortalecía con cada acción, cada venganza, y en esos momentos, sabían que siempre estarían ahí el uno para el otro.

My Secret Love | Larissa W.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora