1. Gringotts

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                       1. Gringotts

Un hombre con vestiduras negras se encontraba parado sobre una acera en la calle de Privet Drive frente a la casa #4 del suburbio. Era de noche y estaba lloviendo a cántaros, traía puesta una capa con capucha, la cual le tapaba casi la totalidad de su rostro.

Su ceño fruncido no había cambiado para nada durante esas siete noches en las que había ido a observar a un joven de impresionantes ojos verdes, podía verlo a través de la ventana de su cuarto en el segundo piso, mirando pensativo hacia la calle. Desde luego nadie podía verlo, no a simple vista, traía puesto un hechizo de invisibilidad sobre él; pero, por alguna extraña razón, el joven parecía saber que él se encontraba ahí.

Y es que, no hacía falta ser un genio para no poder ver qué en alguna parte de la acera, la lluvia parecía no caer directo al piso, sino que más bien se desviaba por algo o “alguien” parado en ese lugar.

La sombra misteriosa sufría en silencio porque la persona amada se encontraba a tan sólo unos metros de su mano, y no podía tomarle entre sus brazos y escapar juntos. Harry Potter lo odiaba a muerte, y eso lo sabía más que nadie. Quién más lo sabría sino fuera el mismo Severus Snape.

Cuando llegaba una hora alta en la madrugada, el gryffindor se retiraba de la ventana y para el ojinegro esa era la señal para retirarse por otro día más de su guardia autoimpuesta. Y es que el mayor esperaba que alguno de estos días Henry despertara de su sueño eterno en la mente del chico, y ser el primero en poder ayudarlo a no entrar en pánico.

Cada mañana al llegar a su casa en la Hilandera, se recostaba por un par de horas más, recordando escenas de su vida pasada, reviviendo la felicidad por la que pasó en aquella casita en el campo. La sonrisa del menor era su mayor anhelo, su risa era la música que más soñaba con escuchar y el sabor de sus labios lo saboreaba como si hubiera sido ayer el día en que lo probó.

El sueño era un bálsamo preciado para su corazón, en el podía estar junto a Henry como aquella noche en el bosque el día de su cumpleaños. Pero siempre despertaba alterado porque su sueño terminaba igual, Henry muerto en sus brazos y él completamente solo.

Severus no entendía que le estaba pasando, sabía que Sebastián era una vida pasada, pero este pasado se estaba adueñando de él por completo. Ya no vivía como antes, ya no podía comer ni preparar pociones como antes, todas sus emociones eran tan intensas y renovadas que era prácticamente doloroso respirar.

No pensaba en otra cosa que no fuera en Harry, pero ojalá fuera en el actual, lo cual no era así, Henry era su pasión ahora. Trató de alcoholizarse un poco más de lo normal para ver si podía relajar su mente y dominarse de una vez por todas, ¡era un maldito maestro en el arte de la oclumancia después todo!. Pero todo salió peor, alucinaba y su cabeza daba vueltas, lloraba por un dolor que no le pertenecía y eso lo sacaba más de quicio.

Su vida ya no era suya, ese maldito ancestro suyo la había arruinado por completo. Le dejó un regalo que nunca pidió y su vida amorosa ya de por sí desgraciada, era el infierno en la tierra.

No quería ir a Gringotts, eso era seguro. ¿Qué tal que lo que los duendes le tenían que entregar resultaba en un final aún más terrible? Era mejor no aparecerse por ese lugar.

Tenía que luchar contra sus instintos de ir a buscar a Harry cada día, pero cada noche era débil y volvía a buscarlo. Verlo tan lejos estrujaba su corazón de una manera que para nada le gustaba. Odiaba ser tan débil ante el amor de una persona que jamás conoció y que ni siquiera vivía en este tiempo.

Sus impulsos eran muy fuertes y a la octava mañana una migraña lo atormento en su despertar, su cabeza latía con fuerza al ritmo del caer de la arena en el reloj y un vértigo se apoderó de su vista. Era insoportable siquiera ver la luz del sol colarse entre sus cortinas. Pero cerrar los ojos no era una solución para las vueltas que daba su cama en su mente.

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