4. Estrellas de amor

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               4. Estrellas de amor

Esa fue la primera noche que Harry se permitió soñar satisfecho con el profesor. Sus familiares no llegaron esa noche para un gran alivio del ojiverde, a lo mejor había decidido quedarse con tía Marge y su rabioso perro; así que, aunque se le quemó la lasaña no se preocupó demasiado de tener que preparar otra cosa para la cena. Hasta el hambre se le había ido, sólo suspiraba y soñaba despierto por toda la casa.

No podía creer que de verdad toda su confusión y repulsión hubiera pasado a segundo y hasta último plano, y todo porque Snape había venido a buscarlo hasta su casa y pudo confirmar de primera mano que el pocionista realmente sentía algo bueno y sincero por él.

Tampoco es que fuera un experto en identificar si existía amor entre ellos, porque como bien lo había mencionado al mayor, sus únicas dos experiencias que había sentido en su vida fueron esos besos de aquellas dos chicas; realmente no habían sido la gran cosa, si forzaba su memoria, sabía que podía recordar como se sintieron sus labios.

De la primera, fue más húmedo que nada, nostálgico y un poco más un roce que un beso real; de la segunda, la adrenalina de tener a todos observando sumado a la inmensa felicidad de haber ganado en el partido de quidditch, fue lo que impulsó ese beso a algo más parecido a estar enamorado.

Estuvieron bastante unidos un par de días pero al final del segundo día, aunque trataron de realizar otro beso entre ellos, resultó bastante más incómodo que con Cho. Empezó con un choque de narices y terminó con una imitación torpe de un beso francés. Después de un minuto tratando de hallar la forma de acomodar sus rostros, se dieron por vencidos y comenzaron a reírse de los ridículos que se portaban.

Confirmando que solamente eran buenos amigos, que no encontraban realmente una fuerte atracción física entre ellos. Regresaron a la torre después de rondar por los jardines sin rumbo alguno y no volvieron a hablar del tema.

Su cabeza realmente nunca había sido una maraña de confusiones ni reproches respecto al amor hasta que llegó Snape a su vida. Siempre lo odió, no quería topárselo en ningún momento del día, y ese odio sin duda fue fielmente correspondido por el mayor. Se aborrecían y se lo demostraban con gestos o palabras; él hostigaba a los Gryffindor y Harry por su parte le hacía la vida imposible a los Slytherin.

Esa había sido su rutina durante los cinco años anteriores.

Y de un momento a otro, toda esa estructura firmemente solidificada se derrumbaba a trozos enormes. ¿Un beso era más fuerte que cinco años de humillaciones y odio? Eso le hacía dudar si su odio fue real alguna vez.

Sin embargo, tenía que admitir que no era un beso cualquiera, no contenía nostalgia ni era meramente hormonal; era dulce y maduro, sabía fresco y delicioso. Si se hubiera preguntado que se sentiría experimentar un beso francés, el pasado se quedaría corto a su imaginación. ¡Y ahora se agregaba otro a su colección!

Ya tenía dos besos de Severus Snape en su historial.

No podía dejar de acariciarse los labios emocionado de sentir como revoloteaban mariposas en su estómago y que nunca habían estado ahí. Le cosquilleaba el pecho con el loco palpitar de su corazón y la sonrisa no se borraba de su rostro; la ilusión se enfrentaba a la incertidumbre de no saber que pasaría después.

No podía ser que solo estuviera jugando con su inocencia y su juventud, ¿verdad?

No. Descartó esa posibilidad de su cabeza, sin embargo, un presentimiento se alojó en el fondo de sus pensamientos al también recordar cierta añoranza en el primer beso de su profesor. ¿Cómo podía el pocionista extrañarlo, cuando nunca antes lo había besado?

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