-Pásame un bolillo-

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Bien, después de tantos años siendo spiderwoman en una ciudad tan caótica como lo era la ciudad de México, aprendes una que otra cosita, y la más importante de ellas era:

NO RETES AL UNIVERSO

Mi estupidez matutina me hizo pensar que el día de hoy sería fácil, pero después de una taza de café, y medio tamal, empecé a ver las cosas con dos pesitos más de coherencia, y me di cuenta de lo equivocada que estaba.

Para empezar, mi línea del metro no funcionaba, me parece que después de mi última pelea dejé un poquito (un poquito mucho) dañada la ciudad, quizá por eso el presidente y yo no nos llevábamos tan bien.

Estuve atorada casi una hora transbordando hasta llegar a mi parada. Salí del metro, dejando atrás el olor a humedad y gentío, y ante mi, se alzaba mi sueño, Alchemax, una construcción imponente de cristal y mármol, que relucía, hermosa, con los rayos de sol, me tomé un momento para recapitular el como terminé aquí.

Después de salir de la facultad de ciencias, fue una verdadera bendición el que una de las mejores franquicias de laboratorios decidiera asentarse en México.

Llevaba unos 4 años trabajando ahí, teniendo toda esa tecnología a la palma de mi mano.

Y aún así, cada pasillo me daba un recuerdo doloroso.

Entré al blanco edificio, pasando mi tarjeta de identificación y cruzando la barricada de guardias que custodiaban el lugar. Durante mi camino hacia el laboratorio, miré el altar que tanto me hería ver, ahora con flores secas, y cartas que nunca se abrirían, olvidado en un rincón de la sala de espera.

Mis pasos fueron lentos mientras me acercaba a la mesita decorada, con un gran marco dorado en el medio, y alcé mi mano, acariciando el retrato de un sonriente Miguel O'Hara, con su bata de laboratorio, siempre reluciente.

Una punzada cruzó mi corazón cuando la realidad vino a mi de golpe una vez más, haciéndome alejar mi mano.

Yo había conocido a Miguel en el último año de universidad.

El ya se estaba especializando en toxicología, mientras yo esperaba terminar la carrera, era un hombre tan extrovertido y animado, que me fue imposible no terminar enamorada de él.

A los dos años, nos comprometimos, y a los tres...lo perdí, en el mismo laboratorio donde yo diariamente trabajaba, donde había visto su mirada por última vez, llena de miedo, pero paz al mismo tiempo.

Mis ojos picaron con el recuerdo, pero me negaba a dejar salir las lagrimas, fue así como sacudí un poco mi cabeza, espabilando, dando la vuelta y volviendo a mi camino habitual, recta, con aquella fingida seguridad que me autobligaba a mantener cada vez aún estaba a merced de cualquier mirada curiosa.

Entonces, casi llegando a mi laboratorio, las alarmas de evacuación empezaron a sonar.

No imaginan cuanto odiaba el sonido hiriente y las luces rojas que no dejaban de parpadear una y otra vez.

Todos comenzaron a correr, y yo solo atiné a esconderme en uno de los armarios de servicio, aprovechando el caos que causaban los extranjeros que entraban en pánico.

Apreté el botón en mi brazalete, y pronto mi traje se ajustó a mi, (bendita sea la nanotecnologia con imanes), dejándome lista para el combate.

La pared detrás de mi se desmoronó, regalándome el primer vistazo a mi nuevo oponente, y esta vez no podía creer lo que miraba...

- Bien....eso es nuevo

Frente a mí, se alzaba un enorme lagarto humanoide, destruyendo una de la estatuas erguidas en el centro de la ciudad, parecía no saber lo que hacía, en sus escamas aún tenía atorada partes de lo que antes debía haber sido su ropa.

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