💫La vida entre cultivos💫

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¤Juniper Thot¤

El sol iluminó todo el espacio de dorado e hizo que mi vista se achicara. Con pesar, solté un quejido y me desperecé lentamente en mi colchón hecho de paja. El esfuerzo matutino de incorporarse y sentarse sobre ella fue duro, como siempre. Abrí con cuidado los ojos para no verme cegada por el amanecer que indicaba otro nuevo día en Sephira.
Los rayos de sol se colaban por el hueco libre de la vieja cabaña, que simulaba ser una ventana, pintando patrones de luz y sombra en el suelo de madera desgastada. El aroma a tierra fresca y humedad impregnaba el aire, mientras el sonido de los pájaros llenaba la mañana con su coro melodioso. Era el despertar de la naturaleza, una sinfonía de vida que se extendía a lo largo de los campos y bosques que rodeaban nuestro hogar.
-¡Kikiriikiii! - exclamó Plumífero, nuestro peculiar gallo, interrumpiendo mis pensamientos y recordándome que el día ya había comenzado.
-Ya lo sé, Plumífero, ya lo sé...
-¡Kikiriikiii!
-Te escuché, solo dejame que...
-¡Kikikiriiikiiii!
Me levanté con pereza de mi improvisado intento de cama y me asomé por el agujero circular en el techo de la habitación. El aire fresco de la mañana acarició mi rostro, haciendo que estornudara involuntariamente, pero pronto me recompuse.
-¡AAAHHHHHH! - grité con todas mis fuerzas, liberando la tensión acumulada y sintiéndome aliviada. Plumífero se calló de inmediato, como si supiera que mi grito matutino era parte de nuestra rutina diaria. Sonreí satisfecha y volví a entrar en la cabaña, frotándome la nariz, que se había enfriado por el aire fresco. Mi madre siempre decía que el nombre que le puse al gallo resultaba un poco insultante, pero a mi padre y a mí nos parecía divertido. En mi defensa, lo bauticé así porque el animal desde su nacimiento tiene esa apariencia. Plumífero es un gallo con un aspecto desaliñado, con plumas duras y despeinadas que le daban la apariencia de un gallo viejo o trastornado.
Arreglé mi camisola y bajé las escaleras de madera con cuidado, tratando de evitar que crujieran demasiado. Las luces doradas y cálidas del amanecer se filtraban por todos los rincones de nuestra pequeña casa, creando un ambiente acogedor y familiar. A pesar de la rutina que me esperaba, disfrutaba de esos momentos en los que el sol de invierno iluminaba cada rincón.
-Buenos días, June. Madrugadora como siempre- me saludó mi padre con una sonrisa amable y cansada. Asentí en respuesta y él me dio un beso en la cabeza, sacudiendo mis cabellos. Me quejé con una sonrisa juguetona, intentando apartar sus manos con ternura.
-Y gritona, también. Ese gallo quedó así por tus gritos, June-bromeó mi madre mientras se dirigía al gallinero, dispuesta a recoger huevos para el desayuno.
-Se llama disciplina- respondí con una sonrisa amplia, dispuesta a comenzar con la rutina diaria.
-Haces que sienta que nunca te dimos disciplina si lo dices así-replicó ella con una sonrisa, mientras salía a buscar los huevos frescos.
-¡Porque yo soy un ángel! ¡Ese gallo es el diablo mismo!-grité, antes de entrar al baño. El sonido de sus risas llenaba el espacio y aliviaba el peso del invierno en el aire. En nuestra humilde vida, escuchar a mis padres reír era un regalo valioso y reconfortante.
Si tan solo tuviéramos más dinero...esto no...
El pensamiento se filtró en mi mente, pero rápidamente lo aparté. Teníamos una casa modesta, unos cuantos animales y un trabajo humilde pero honesto. Nuestros amigos y vecinos eran cercanos, formábamos una pequeña comunidad que se apoyaba mutuamente. A pesar de las dificultades y las limitaciones, era una buena vida en mi lado del Reino de los Seres.
Sephira es una región rodeada de misterio y belleza. No sabía el origen exacto de su nombre, pero eso no me importaba. El sitio se extendía como una joya en medio de un mar dulce, rodeada de tierras fértiles, colinas ondulantes, pastizales y montañas empinadas. Sin embargo, nunca había tenido la oportunidad de aventurarme más allá de las colinas que se alzaban a lo lejos. Solo conocía el mar a través de los dibujos en los antiguos pergaminos de nuestra modesta escuela y por lo que decían, todo era real. Pero podía imaginarlo como el tesoro más hermoso y transparente del mundo. Aunque anhelaba verlo con mis propios ojos, sabía que estaba fuera de mi alcance.
Las únicas personas que tenían "derecho" a contemplar el esplendor del mar eran los Drago, una familia arrogante y vanidosa. Con solo pensar en ellos, tengo ganas de agarrar mi báculo de madera viejo e ir a darles de todo, menos ofrendas y alabanzas.
Son reyes de nuestras tierras porque, supuestamente, son hereditarios de no sé qué cuento infantil raro.
Aunque mi madre siempre me enseñó a respetarlos, no podía evitar sentir un rechazo visceral hacia ellos. Gobiernan el Reino de los Seres, un conjunto de sectores donde cada uno alberga una diferente clase social. Nuestro sector está dedicado a la agricultura y la subsistencia de ellas, mientras que los Drago residían en las montañas, donde el río se deslizaba en una cascada suave y el sol brillaba sin quemar. A pesar de su poder y posición, parecían sólo disfrutar de su posición y sector privilegiado. Nunca los vi por estas partes ni preocuparse por el resto de los territorios.
Sephira es un reino dividido por fronteras invisibles, donde las diferentes clases conviven pero rara vez se mezclan. A pesar de las divisiones, se decía que en cada sector habitan seres fantásticos y criaturas místicas. Aunque en ocasiones, dudaba de la veracidad de esas historias, una parte de mi sabía que eran ciertas por mi mera existencia. Quizás, en algún lugar de este vasto reino, habría un lugar donde pudiera pertenecer plenamente.
Mis tres años de edad marcaron el comienzo de mi descubrimiento de la magia. Mis padres cuentan que con una simple rama de roble colorado, generé una pequeña brisa que hizo bailar las hojas en círculos. En ese momento, mi inocencia infantil lo encontró divertido, pero la sorpresa y el miedo reflejados en los ojos de mis padres dejaron una marca indeleble en mi memoria, único recuerdo del suceso que tengo.
Desde entonces, mi conexión con la magia creció, y esa rama simple de el roble más viejo de todos, pasó a convertirse en mi fiel báculo de madera, un regalo de mi abuelo en sus mejores días.
Aquí soy la única hechicera que practica la Magia de los Estados. A veces, encontraba extraño pensar en ello, pero trato de acostumbrarme a pesar de tener edad suficiente para independizarme y afrontarlo.
Con el paso del tiempo, el baile de hojas pasó a crear suaves ráfagas de viento o hacer que los objetos flotaran en el aire. Mis padres investigaron, y se llegó a la conclución que soy una hechicera de Cambios de Estado; un poder heredado de mis más antiguos antepasados que se creyó muerto. Hasta que nací yo, para cambiar un poco las cosas. Se llama "Cambios de Estado" porque eso es lo que hace, secar las hojas de los árboles, sanar pequeñas heridas sin dejar rastro o hacer madurar la fruta que no había completado su ciclo de cultivo. Era un don único, pero también una responsabilidad que me desafiaba cada día. Sé, dentro mío, que puedo explotarlo mejor, pero no tengo la posibilidad de hacerlo ya que mis poderes son un secreto. Parece toda una novela de mal gusto, pero así es el asunto.
Con esos pensamientos revoloteando en mi cabeza, me mire en el espejo raído y me preparé para enfrentar el día que se extendía ante mí. Mientras me preparaba para enfrentar las tareas diarias, sentía la energía de la magia latente en mi interior. Era como una chispa que esperaba ser encendida, una promesa de un destino aún desconocido. Aunque amaba la vida que teníamos en Sephira, un anhelo secreto crecía en mi corazón: el deseo de descubrir qué me deparaba el mundo más allá de nuestras fronteras y encontrar mi lugar en él.



















Okey, este es el primer capitulo. Es más una introducción, para explicar un par de cosas y poder desplegar la historia después. Estoy feliz de volver a escribir y publicar en esta App, asique agradecería mucho si dejan sus estrellitas😊❤

Cenizas de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora