19.

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—¿Qué tal tus vacaciones? –preguntó Jacob mientras subía a su auto, durante años había esperado que esto pasara, que él decidiera no encender la radio y en su lugar hablara conmigo, que mostrara interés, pero ahora ya no, ahora todo lo que necesitaba era que él encendiera la radio y me ignorara como lo hizo antes

—¿las tuyas? –pregunté y sonrió, —¿con la chica de la cocina? –pregunté recordando la última vez que lo vi

—Nora déjame explicarte.... –negué interrumpiéndolo

—No tienes que hacerlo, no es algo que me importe –las palabras salieron y aunque sabía que pude haberlo herido no me importó, otro efecto de aquella noche, mi boca había perdido el filtro y había perdido el interés a lo que otros sentían, me estaba convirtiendo en él, Jacob guardo silencio el resto del camino y cuando llegamos me apresuré a bajar, —Gracias –susurré

—Nora... yo –me detuve y lo miré, —¿quieres que te recoja después de tu trabajo? –preguntó y fruncí el ceño, —podríamos ir a cenar o ... -dudó unos momentos y dejé salir el aire

—Si me hubieras pedido esto hace un mes y medio, mi respuesta habría sido, demonios.... Sí, pero ahora no puedo, Jacob lo siento, la respuesta es no –murmuré y me giré caminando hacia mi salón.

Sin incomodidad, sin dolor, sin arrepentimiento, Definitivamente como él.

Me encontraba sentada frente a Harnold quien no dejaba de hablar aun sabiendo que yo no estaba prestando atención, me conocía lo suficiente para saberlo y para saber que si intentaba hablar, preguntar o mencionar a Oliver me podría de pie y saldría de la cafetería, le había contado solo lo esencial, "El trato terminó", y eso había sido todo lo que dije al respecto, el timbre sonó anunciando la siguiente clase y me puse de pie cual robot, una parte de mi inconsciente me pedía que reaccionara nerviosa, asustada o furiosa, lo que fuera pero que mostrara alguna emoción, pero no podía, no sentía nada, y me agradaba no sentir nada, me agradaba ser él.

La primer semana pasó de la misma manera, no tenía idea de que había pasado en el mundo, no recordaba si Paula seguía tocando por las mañanas, o que fue lo que los profesores decían, mi mente no recibía nada, y comenzaba a sentir el peso de ello. Miré el pizarrón de nuevo y maldije cuando ningún numero parecía tener coherencia para mi, guardé el cuaderno en mi mochila y me puse de pie saliendo sin importarme la mirada de todos, la confusión de mi mejor amigo o los gritos del profesor, caminé hasta la cafetería y justo al entrar quería salir, el chico sentado en la mesa que yo había evitado levantó su vista y sus ojos se abrieron, lucia cansado, triste, descuidado, enfermo, devastado, ladeé la cabeza observándolo mejor, esperando sentir algo, ¿Por qué lucia tan familiar y extraño al mismo tiempo?,  creí que comenzaría a llorar pero no lo hice, lo vi ponerse de pie y comenzar a acercarse, entonces mi garganta comenzó a cerrarse, mis ojos se abrieron y abrí mi boca intentando respirar pero fue tarde, todo a mi lado desapareció y caí.     

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Desperté y me enderecé a prisa, mi mirada recorrió la habitación y fruncí el ceño, —¿Dónde estoy? –susurré y un cuerpo apareció en mi vista haciéndome saltar

—Estas en el hospital –murmuró Hugo

—¿Qué sucedió? –antes de que él hombre a mi lado respondiera la puerta fue abierta y el hombre con bata quien deducía era mi doctor entró, fruncí mi ceño cuando encontré su rostro y mis ojos se abrieron cuando lo reconocí

—¿Quién es usted? –preguntó Hugo

—Soy el doctor Enrique Landa, vine para atender a su hija –informó y me miró, —¿hace cuanto despertó?        

El que se enamora pierde.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora