El brujo de ojos malditos

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--¿Qué vas a llevar?--reconoció el tono amargo e irritado de la mujer, dándole más razones para pagar y largarse rápido

--Claveles blancos--respondió sin ver a la mujer directamente

La dueña de la tienda resopló antes de buscar las flores que pidió, tomó seis claveles y los ató con una cinta negra. Norman recibió las flores, pagó lo que debía y salió del lugar, sin dejar de sentir en ningún momento la mirada despectiva de la mujer sobre él

Veía sus pies moverse sobre el cemento, esquivando las grietas entre saltos, la gente al verlo pensaba que era supersticioso, cuando en realidad solo era un juego infantil que se habia creado desde niño

Cuando dejo de ver las grietas de la acera y sus zapatos se mancharon de barro, supo que había llegado a su destino. Cruzo las rejas y caminó entre las tumbas, sintiendo como la brisa y la sombra de los árboles lo reconfortaba

--Hola mamá, abuela--sonrió una vez encontró las lápidas, quitó las ramas secas que habían sobre las piedras y acomodó lo mejor que pudo las flores entre ambas tumbas, seguido se sentó de piernas cruzadas, suspirando con tranquilidad

Norman visitaba a las mujeres de su vida cada seis meses, hablándoles de lo que había sido de su vida desde que se fueron a descansar, desde lo más dichoso hasta las desgracias que había tenido que aguantar

Desde que nació, nunca fue bien recibido, todo por un rasgo que ni en cien años podría borrar

Norman Babcock nació con heterocromia, su ojo izquierdo era azul y el derecho era amarillo

Era una deshonra para su padre, desde que tiene uso de razón, siempre lo menosprecio, recalcandole todo sus días que era un fenómeno. Su hermana no pensaba muy diferente, lo veía con asco, algunas veces hasta con miedo, como si fuera una enfermedad que se propagaria con facilidad. Su abuela y su madre fueron las únicas razones que tuvo para sonreír en su niñez, su abuela siempre mirándolo con ternura, mientras sus manos infantiles tocaban las envejecidas mejillas, y la voz de su madre arrullandolo, mientras en sus brazos se sentía seguro

"--Tus ojos son hermosos, mi niño, sin importar lo que otros digan, jamás pienses lo contrario--"

Las últimas palabras de su abuela siempre lo abrazaban antes de dormir, haciéndolo sentir mejor cuando tenía un mal día, lo cual lamentablemente era casi todos sus días

Su abuela se fue cuando tenía seis años, luego su madre tuvo su descanso cuando cumplió los doce

Se quedó solo en una casa que no era su hogar, con un padre que vivía ebrio, sin reconocerlo como su hijo, castigandolo a fuerza por cada desperfecto, con una hermana que nunca lo apoyó, que nunca lo quiso, solo lo trataba como un fantasma. Aguantó ese trato hasta los dieciocho, cuando decidió que ya estaba harto. Salió por la ventana al caer el sol, y con sus propios ahorros y dinero que le dejó su progenitora (a espaldas de su esposo), logró acomodarse en un apartamento pequeño, pero funcional para una sola persona

Mantenerse por sí mismo era una odisea a tan corta edad. Había logrado que lo aceptarán en un restaurante, solo lavaba los platos y sacaba la basura, aguantando las blasfemias que soltaban los otros del personal, ganando algo decente para comer

Su vida no era sencilla, jamás lo fue, por algo tan estúpido como el color de sus ojos. Pero solo podía resignarse y aguantar, tragarse todo lo que deseaba decir a quienes lo agredian verbal y físicamente, y mandar a callar a esa parte de su cerebro que decía que tal vez todo lo que decían era verdad

No, solo era su pesimismo hablando en su subconsciente

Aceptaba que era diferente, pero no aceptaba bajo ningún término el trato que recibía todos sus días, jamás pidió nada a nadie, jamás molestaba a nadie. No veía comprensible que solo por el color de sus ojos la gente tuviera el derecho de menospreciarlo

The circusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora