"El pez muere por su propia boca".
Mi madre siempre me lo dice, en especial antes cuando yo mismo me delataba después de hecha una travesura. Todo por hablar de más, y creo que, si ella estuviera aquí sabiendo como me siento, me lo diría.
- Claro. - Le digo a Luisa, haciendo la sonrisa más grande y falsa que he hecho en todo el día. ¿Qué más podía hacer? ¿Decirle que no? No, creo que eso pudiera estar peor.
- Bien, entonces te espero a las 8 en mi casa. - Su voz cambia, pareciera que estuviera... coqueteando. ¡¿Está coqueteando conmigo?!
- Claro... pero, no sé donde queda tu casa. - Oh por Dios estoy nervioso y tengo calor. No vayas a sudar Isaac, no empieces.
- Oh, tranquilo ya te mando un mensaje indicándote. - Lo dice mientras busca algo en su maleta.
- Esta bien, pero...¿cómo te sabes mi número? - El nerviosismo se va y ahora estoy confuso ¿por qué sabe tantas cosas de mi?.
- Oh, el viernes antes de salir de clases le pedí a Marcus que me diera tu número y tu dirección. Así es como llegué a tú casa. - Se ríe. Maldito Marcus.
- Eso se llama acoso y es ilegal. - Lo digo en tono de broma.
- ¿Y qué vas a hacer, denunciarme? - Enciende su teléfono, escribe algo y luego lo vuelve a apagar. Mientras tanto la profesora entra en el aula y se acomoda en su escritorio, lista para empezar la clase.
- Listo, ya te mande mi dirección. - Cuando termina de decirlo voltea hacia la profesora y nuestra conversación la doy por terminada.
La profesora Lobut, una señora bajita, gorda, que se tintura el pelo de plateado parece que fuera de esas personas tiernas que le ofrecen galletas a los extraños, pero en realidad tiene un carácter realmente fuerte y nada acorde con su apariencia. Hoy pareciera que estuviera enfadada con nosotros, pues nos ha dejado un trabajo de 20 preguntas, digno de pegarse un tiro en la cabeza. Y no quedando a gusta con eso nos ha programado un examen para la próxima clase, osea el Jueves. Ella tiene suerte de que las miradas no matasen porque si no fuera así el mundo tendría una profesora de química menos.
El timbre suena y me saca de mis pensamientos homicidas y con la campana me doy cuenta del hambre tan atroz que casi podría decirse que perfora mi estomago.
Luisa y yo nos dirigimos al comedor. Me siento en mi mesa habitual pero, ya que Rose está rara conmigo, parece que hoy comeré solo. De hecho no me molesta en lo absoluto. Sólo que siempre es un poco... triste.
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figuras en servilletas
Novela Juvenil¿Realmente conocemos a las personas? Esto mismo se pregunta Isaac mientras lee el diario de su difunto mejor amigo. > Se le escucha decir mientras duerme, su débil hilo de voz casi como un susurro; producto de otra pesadilla causada por el remord...