"¿Cuál es tu peor miedo, el más grande, el
que más te perturba?" Cuando era niña y
escuchaba esa pregunta, mi respuesta
siempre era la misma.
"La soledad"
Ni siquiera sabía el verdadero significado de
la palabra, no en ese momento. Mi yo de
catorce años no sabía sobre el sentimiento
de estar presa, de gritar y que no haya que lo escuche.
Aun así, siempre respondía con seguridad.
Pensé que el día en el que me vaya moriría
gritando, peleando, negándome a tomar la
mano de la muerte y que me arrastre
con ella.
Cuando tenía catorce, todavía me aterrorizaba
la idea infantil de que llegara un monstruo,
algo oscuro y me robara la vida. Dormía
con miedo o no dormía.
Ahora con dieciocho ya no le temo al gato negro,
al viejo de la bolsa, al cuco, al demonio que me observa
desde un rincón en la habitación.
Ya no les temo porque la verdad si vinieran
ya no pondría resistencia, solo dejaría que
me lleven.
Ahora que los años pasaron, ahora que la
inocencia y la juventud se escapan como
agua volcada por los pliegues de mis puños,
el día que me vaya no me iré gritando y
mucho menos peleando.
No lo evitare porqué la soledad que me
asechaba lejana a los catorce, ahora me
abraza... es la única que lo hace.
Y la idea de gritar parece absurda porqué nadie quiere escucharme, porqué hay días que
pesa más respirar con la soledad encima
tuyo, que cerrar los ojos y dejarte ir.
Por eso y mucho más, el día que me vaya lo
haré en silencio, sonriendo con tristeza y
despidiéndome de todo lo que mi yo niña
quiso ser y no fue. Solo una lagrima, será la
última de mares de ellas y encontraré
consuelo en ello.
Me burlaré con un sabor amargo, con el
veneno deslizándose por mi garganta,
de mi yo de catorce años y le dire "tu peor
miedo se hizo realidad".
Porqué el día que me vaya será en soledad y
solo mi mamá derramara lagrimas genuinas,
sólo mi mama se lamentará por mi alma y
todo lo que pude ser y no fui. —priscila.
