AGUA SALADA

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Desde que estoy en tercer grado de primaria, tras uno de los recuerdos más dolorosos de mi vida, fingiendo que yo era feliz y que me sentía bien descubrí lo que era la muerte, desde esa corta edad comencé a ser consiente al 100% de todo lo que pasaba a mi alrededor, y desde esa edad me prometí a mi misma que secaría las lágrimas de cualquier persona y se las reemplazaría por una sonrisa... olvide que debía hacer lo mismo conmigo.

En cuanto entré a la secundaria no existió noche en la que yo no derramará lágrimas, al llegar a tercer grado ya tenian un sabor a sangre, recuerdo que una vez durante un regaño mi padre me dijo que probara mis lágrimas, me preguntó que sabor tenían, le dije que eran saladas y me contestó que cuando me supieran a sangre sabría de verdad lo que era sufrir, que yo solo le lloraba a mi flojera, que cuando tuvieran un sabor a sangre por tanto morderme los labios de verdad tendría sentido llorar.

Cuando era más pequeña era difícil que me vieran llorar incluso cuando me regañaban, desde los 8 años aprendí a reprimir mis sentimientos, desde la felicidad hasta el enojo porque para mis padres la hija perfecta no expresaba emociones de más.

Vivo con una familia que nunca me dio afecto físico, porque nunca me lo gane, para mí el hecho de que mi propio padre me llame "hija" es un logro que vuelve cálido el lugar donde alguna vez existió un corazón que derramaba amor para todos. Ahora saber que el mismo hombre que me dio la vida traicionó el amor de la pequeña niña que vive muy dentro de mi, duele, porque esa pequeña niña es la que tomó la decisión de que suicidarse era lo mejor, ahora al saber que mi propio padre decidio dar mi salud y mi felicidad a cambio de una sola noche, me hace saber que de verdad no soy digna de amar, porque por mucho amor que le sobre a un hombre claramente nunca será para mí... si mi propio padre me ha traicionado cualquiera puede hacerlo, mi propio padre me compara y me ve como reemplazable, lo soy para cualquier persona. Nunca fui algo digno de presumir, siempre fui la hija que nunca ha destacado de forma positiva.

Desde pequeña he lamido el agua salada en mis labios con un presente sabor a sangre por morderlos para aguantar las ganas que tenía de gritar, preguntándole al universo, ¿Por qué ni siquiera yo misma puedo amarme?, ¿Qué tengo que ser o hacer para no ser reemplazable?, ¿Alguna vez podré hacer feliz a alguien?, ¿Alguna vez dejare de ser la sombra de todos?, ¿Por qué me obligan a vivir si solo se alejan de mi?.

Cuando leí los mensajes en defensa de mi agresor, por parte del único humano que me hizo sentir digna de recibir afecto... perdí cualquier esperanza en creer que alguien alguna vez me amó y que soy algo digno de amar...

Cuando probé accidentalmente el agua de mar al cumplir mi último deseo antes de agosto, fue divertido, me sentía feliz de cumplir mi único sueño alcanzable.

Por primera vez en años mis lágrimas saben saladas, lo único que no me agrado fue la situación, porque la cánula salió de mi tráquea, solo recibí miradas de desaprobación y lloraba por eso... no por el miedo a morir, lo único que me preocupaba en ese momento era el desprecio que sentía por parte de mi familia, lloré porque la única persona que me dio afecto y palabras de amor sinceras sostenía las puntas de oxígeno para que yo pudiera seguir respirando mientras llegaba la ambulancia, no quería que me viera sufrir de esa manera, cuando llegue al hospital entré directamente a la sala de choque, mis manos y mis pies ya eran de color azul, mi vista era borrosa y poco a poco las voces se escuchaban tan lejos, ya no era yo la que estaba en esa camilla, era simplemente el instinto natural de mi cuerpo por aferrarse a respirar, me siento jodidamente patética porque lo que pensé cuando acercaron el famoso "carrito rojo" lo único en lo que pensaba era en: "Nile", "8M", "Septiembre", y  "Escorpio", dándome palabras de ánimos, en mi cabeza sus voces me gritaban que no me rindiera que yo era valiente que eso que estaba sintiendo no era nada... en un momento todo se oscureció por completo y lo que me hizo reaccionar fue el dolor insoportable que sentí cuando el doctor empujó con fuerza la cánula dentro de mi tráquea, lloraba de dolor físico y felicidad de seguir viva...

Esa noche me di cuenta que el agua salada nunca me dejaría en paz, porque está presente en mis emociones reprimidas y en mi sangre cuando mi salud colapsa en momentos incorrectos, el agua salada siempre estará conmigo, mojando mi cuerpo si disfruto de cumplir una meta, o corriendo por mis venas cuando esté inerte en una cama sintiendo dolor físico,  emocional y esté muriendo.

Sobreviví a un paro cardiorrespiratorio y lo único que me importaba en ese momento era el sentimiento de culpa y desesperación que dejaría en todos si yo me rendía en ese momento, pero descubrí que mis motivos para vivir son diferentes a los que tenía antes de dar mi salto de fe creyendo fielmente que iba a morir.

NO SÉ QUE DUELE MÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora