𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈

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Pronóstico de lluvia, era lo que anunciaban las noticias. Pero eso no importaba, independiente de que las nubes estuvieran grises, que comenzara a chispear o que incluso se formara una tormenta, Kano se lo había propuesto, le confesaría su fatídico error, aquel que le provocaba tanto remordimiento, que carcomía su sueño y la conducía al insomnio. Y eso no era bueno, mucho menos ahora.

Se sentía una persona horrible por lo que hizo y, al mismo tiempo, estaba espantada, el cómo reaccionaría Rindō le producía ganas de olvidar cualquier asunto, irse a su casa y refugiarse en unas cálidas sábanas.
Pues, si bien con ella él era super tierno y comprensivo cuando nadie los veía, era un pandillero bastante conocido por romper huesos.

Detuvo su caminata, había llegado a la cafetería en que lo haría. Su intención era confesarse en un lugar donde hubiera la menor cantidad de gente posible, pero a causa de la lluvia tuvieron que cambiar el sitio. Aun así, el local estaba casi vacío.

Había llegado diez minutos antes para pedir con antelación los pedidos de ambos, a pesar de que la charla podría llegar a ser corta no quería que su actual novio se fuera sin comer, enojado, bajo la lluvia. Sí, Kano se preparaba para la peor situación posible.

Eran las seis de la tarde, la puerta del local se abrió mostrando a un chico de cabello rubio con mechas celeste y unos bellos ojos violetas, era un sueño que se convertía en pesadilla cuando las chicas se enteraban que era un triturador de huesos, quien en cualquier momento podía irse, abandonarte, o meterte en problemas, pero este no era el caso, su relación, si bien tenían altos y bajos, era un sueño, un amor hollywoodense, y más ahora: conflictivo.

Rindō se sentó en unos asientos dobles frente de la chica, estaban en una mesa para cuatro que se encontraba en la esquina del local, lo más alejado posible de los pocos que se encontraban ahí. Estaba con un rostro un tanto serio que se apaciguó al ver la comida ya servida.

―En mi defensa llegué a la hora.

Esa era la forma en la que solía disculparse por dejar esperando a su novia y ella, como siempre, solo negó con la cabeza portando una sonrisa, pero hoy, esta última, titubeó.

―En unas semanas más va a ser mi cumpleaños, pensaba en ir a Disneyland, juntos, ya sabes, ¿te gustaría? ―murmuró Rindou tocándose el pelo, solía hacerlo cuando estaba nervioso, pero solo con ella se sentía así.

Tal vez Rindō no expresaba mucho su amor en público, no de manera física, pero eso no le importaba a Kano, pues la compensaba buscando más formas de pasar tiempo con ella, la amaba y demasiado, y eso Kano lo sabía, por eso nunca le exigió algo.

Rindō la conoció gracias a su hermano, un día en que la trajo a casa a hacer una tarea, él estaba impresionado, no le creía, pensaba que la llevaba con ese pretexto a casa para luego tener sexo y ya. Pero ahí los encontró, continuando con la tarea luego de que él llegara con las compras. Las visitas de la chica se hicieron normales, se movía como si fuera su propia casa y, sorprendentemente, a él no le molestaba. Siempre terminaban jugando con la consola o la Nintendo, y cada vez que Kano ganaba sonreía de una manera que hacía que el corazón del menor de los Haitani se acelerara. Se había enamorado de unas cuantas sonrisas, una actitud cambiante, ya saben; dulce en frente de todos, pero provocativa solo con él; una chica a la que le gustaban los dulces ácidos; enfocada en sus estudios lo suficiente, pero sin perderse de las fiestas. ¿Qué más podía pedir? Era totalmente su tipo, y pensar que Ran no se enamoró de esa chica.

―¿Y qué era lo que me querías decir?

―Rindō ―murmuró soltando todo el aire que había estado guardando para este momento―, me gustaría mucho ir contigo. ―Entrelazó sus manos con la del contrario arriba de la mesa― Pero... tengo cosas que confesarte y... perdón.

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