Capítulo V

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Y veía sonreír a su madre, a Akira, y pensaba que todo su mundo estaba bien con ellas a su lado. Que no importaba el pasado, y que no indagaría en él. Su madre dejó todo eso atrás para conseguir un futuro para ambos.
No quería revivir esos malos recuerdos a su querida madre, pero Kenta no sabía que aquellos recuerdos no eran malos, al contrario, eran hermosos... pero el tiempo cambia las cosas, lo que antes era la causa de tu felicidad, se torna en un sentimiento de nostalgia y termina acabando con las sonrisas. Pero luego Kano veía a su hijo una vez más, y recordaba aquellos momentos con él, Kenta era la causa de su felicidad hace ya mucho tiempo.

Los Kaneko llegaron a la casa de Akira, Kenta se despidió con un saludo a la distancia, pero ella lo abrazó de todos modos, y luego madre e hijo se fueron en silencio a casa, un silencio cómodo con un cielo estrellado y unos ojos destellantes, un recuerdo que su madre atesoraría pasa siempre.

―Eres... lo mejor que me ha pasado en la vida ―dijo Kano dándole la mano a su hijo―. Te amo, Kenta.

Y su hijo sonrió, y la agarró para comenzar a correr por las calles, hasta llegar al parque y pasar por un puente donde arriba se encontraban ramas de glicinas, de un lindo color violeta que cubría el cielo.

―Yo también te amo ―dijo finalmente Kenta.

Y la sonrisa de Kaneko era nostálgica, la cabellera rubia de su hijo en el fondo violeta le hacía sentir algo, algo hermoso, pero... como un mal presagio.

Su hijo ya tenía dieciséis años, ya había acabado la secundaria y pronto, si Kenta quería, iría a la secundaria superior... ella tendría que trabajar más, pero con tal de que su hijo estudie lo que quiera lo haría. Pero otra cosa era lo que la inquietaba, su hijo ya tenía dieciséis (y no para de pensar en eso), tal vez ya era el momento en que debiera contarle sobre... su padre, el padre de Kenta, aunque tan padre no sea. Y de solo pensar en eso, se le formaba un nudo en la garganta, porque... si no fuera porque ella cometió tal error, Rindou no los habría dejado (o eso era lo que quería creer), y Kenta hubiera tenido un padre, y no lo hubiera tenido que dejar con otros mientras ella trabajaba, ella no hubiese tenido que trabajar tanto y así pasar más tiempo juntos, a Kenta no lo molestarían por ser hijo de una... perra y... tantas cosas buenas hubieran pasado, creía.

―¿Ocurre algo, mamá? ―preguntó un poco preocupado mientras se acercaba.

Ella soltó una risita, ya no era su hijito, no, ahora Kenta había crecido, la superaba por unos cuantos centímetros y tenía que subir la cabeza para verlo.

―Has crecido mucho, y pronto será tu cumpleaños... ¿Qué te gustaría pedir?

"Que no te enojaras conmigo", fue todo lo que pudo pensar mientras que veía esos ojos esmeraldas.

―Ma... no quiero ir a la secundaria superior ―murmuró desviando la mirada hacia el pequeño lago que había bajo el puente, acercándose a la orilla del pasamano―, quiero trabajar, enseñar a pelear o cualquier cosa, solo... lo lamento, sé que a ti te hubiese gustado seguir con tus estudios y que yo no quiera estudiar me vuelve un malagradecido.

Y Kano veía a su hijo, el viento movía su brillante cabello, sus ojos esmeraldas reflejaban el agua del estanque, y las cigarras los acompañaban esa noche, mientras que la madre se acercaba a su hijo.

―Sé que... no pude criarte todo lo que debía, pero... eres un buen hombre; saludable, fuerte y muy, muy valiente ―entrelazó su mano con las de su hijo―. Y no solo eso, eres inteligente, amoroso, y... tu único defecto, es que te preocupas demasiado. No eres un malagradecido, eres mi hijo, un buen niño, mi tesoro.

Esas palabras reconfortaron a Kenta, y calmaron su acelerado corazón. Era un buen hombre, era un buen hijo. Aunque toda la ayuda que le dio Kenta a su madre fue dada desde el anonimato, desde lo ilícito, su madre estaba agradecida con él solo por estar, pero... ¿Ella creería que es un buen niño si se enterara de todas las cosas malas que ha hecho?

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