𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈

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Luego de dedicarse completamente a Kenta tres meses, en las que tuvo que sobrevivir con lo que había ahorrado, logró conseguir un trabajo de cajera en un minimarket, Kenta era bastante silencioso, y no causaba ningún problema. Algunas veces se preguntaba si en verdad era su hijo, ni ella ni Rindou eran tan... calmados. Y sabía que debía olvidarlo, pero es que eran tan parecidos, Kenta tenía unos lindos mechones rubios, y por suerte tenía los ojos de su madre, o sentiría que Rindou nunca la dejaría de observar.

Gente entraba y salía sin prisa, era septiembre, épocas de invierno, dentro de poco Kano habrá cumplido un año desde que se separó de Rindou. Pero aquello no debía interferir en su ánimo, debía mantenerse fuerte por su hijo. Y es que Kenta tenía algo así como un super sentido, como si percibiera el ánimo de su madre y se comportara de una manera en la que ella se sintiera reconfortada. Si ella se sentía triste se mantenía en silencio, a menos que no la viera, si no la veía se ponía llorar; si Kano se encontraba feliz él también; si se sentía incómoda Kenta lloraba para alejarla de aquella situación, lamentablemente nunca faltaba la gente curiosa e insensata que dudaba de las habilidades maternas de Kano; y si ella se sentía sola, también lloraba, para que lo tomara en brazos y ya no se sintiera tan sola. Y Kano creía que era pura coincidencia, pero mientras hojeaba revistas de bebés ―porque no tenía quien le aconsejara― leyó en una parte que decía lo inteligentes que podían ser en verdad y que, como las mascotas, percibían el ánimo del cuidador, de la madre. Sin duda, ella amaba a Kenta.

A los dos años Kenta pasaba por una etapa donde hablaba mucho, aunque la mayoría fueran cosas que no tenían mucho sentido. Kano lo llevaba a su trabajo de la mañana y la tarde donde, cuando no había nadie a quien atender en la caja, le leía libros y de vez en cuando lo dejaba leer. Tiempo después, en su trabajo de turno de noche, en donde era mesera de una cafetería, se enteró por las noticias que transmitían la televisión, que los pandilleros arrestados en el incidente de Kanto ya habían cumplido su condena y saldrían de la cárcel. Rindou era uno de los que habían sido atrapados junto con Ran, y cuando los mostraron en las noticias tuvo un breve sentimiento de nostalgia, se veían diferentes, con el pelo corto y un semblante más estoico por parte de ambos. Al verlos notó que ya no eran los mismos, al ver el rostro y la postura imperturbable del que alguna vez fue su novio, supo que no había espacio para nadie más en su vida. Ni ella, ni su hijo, ni nadie.

Tengo la sensación de que me estoy hundiendo, pero sé que voy a sobrevivir a esto si dejo de llamarte «mi amor». Sigo adelante.


La relación entre Ran y Rindou había vuelto a la normalidad, después de un mes separados, Rindou al fin se había calmado, y Ran lo consentía más que nunca, trataba de mostrarle su apoyo, pero era complejo cuando él era la razón de su... malestar. Y cuando Rindou le dijo que Kano estaba embarazada le inundó la pena y la culpa. Nunca la llamó para saber de su estado, después de ese encuentro erótico decidió tomar la mayor distancia para que no provocar más malentendidos. Lamentablemente, para ese entonces, Ran ya había perdido su rastro, y buscarla cuando su hermano sufre por su engaño... Rindou creería que seguían teniendo encuentros, o que era el padre, y el mayor estaba seguro de que no era suyo.

En esos dos años que pasaron, Ran sí tomó responsabilidad de sus actos cuando dejó embarazada a la amiga que lo alojó en malos tiempos, pareciera que ambos hermanos tenían problemas con los preservativos. Inclusive en la cárcel contribuía en la manutención de su hijo.

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Volvió del trabajo, Kenta seguía durmiendo y eso le alegraba. Aunque lo que hacía era peligroso, si algún policía o miembro del cuidado de menores se enteraba de que un niño de dos años estaba solo en casa, Kano podría meterse en grandes problemas y terminar en la cárcel. Cosa que no ocurrió.

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