XVIII

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Ran llegó a casa pasado la media noche, subió a ver cómo se encontraba su hijo y a dormir, estaba agotado. Al abrir la puerta encontró a Takeshi dormido, y su habitación como siempre un desastre, pero no lo iba a castigar por eso o advertirle, con lo poco que hablaban no iba a retarlo. Iba a ir a su habitación hasta que notó la luz de la habitación de Kenta todavía encendida, al acercarse escuchó un poco de la conversación que tenía, hablaba con Takeomi, pero ya estaban despidiéndose.

Ran tocó la puerta y al escuchar un "pase" entró, ver a Kenta en esa habitación, con su pelo claro, y medianamente largo, con esos ojos verdes, le hacía pensar que era de la clase alta, que fácilmente podría ser confundido con un príncipe.

―¿Necesita algo, Ran-sama?

Ran se acercó y se sentó en una silla quedando en frente de Kenta.

―¿Cómo te fue hoy?

―Bien, hoy vino el señor Mikey a pasar un rato con Takeshi-sama. Aunque un gato que sanó lo rasguñó, dijo que no importaba y que no le dolía, así que solo se mojó el rostro.

―Ya veo ―murmuró, con un rostro serio―, ¿cómo se llama el gato?

¿Eso importa? Era la pregunta que tenía Kenta en su cabeza.

―Sumire ―contestó, notando el cambio de semblante del mayor―, ¿le ocurre algo malo, señor?

―No, no, nada. Solo pensaba. Sumire. ―sonrió levemente, como si recordara algo― que bello nombre. ¿Y tú cómo estás? Como Rindou fue el que te trajo, no pude hablar contigo antes.

―Bien.

¿Había que aburrirlo con más palabras? Era su jefe, y Kenta no era técnicamente alguien cercano. Ran solo era amable; en verdad quería irse, Kenta no era de su importancia, o eso era lo que pensaba el menor. En parte tenía razón, pero igual esperaba un poco más, quería saber cómo era, aunque sea un poco, y cómo se estaba llevando con su hijo, pero no iba a insistir, no hoy.

―¿Sabe si mañana vendrá Rindou-sama?

―¿Uh? Ah, sí. Sí vendrá, levántate temprano, a las ocho llega.

Kenta era tal y como Takeomi le había dicho que era. En algún momento, Ran la primera vez que lo vio se le pasó fugazmente la idea que era como él, pero entre más lo observaba más pensaba que se parecía a Rindou, dudaba.

―¿Había algo que querías decirle? ¿O por qué preguntas por él?

Kenta negó.

―Dijo que me iba a enseñar algunas cosas importantes para cuidar de su hijo, señor.

Kenta despertó temprano, estaba emocionado. Le emocionaba pensar en que aprendería algo, que alguien quisiera enseñarle... que ese alguien fuese un hombre, o tal vez las cosas que le enseñaría ese hombre. Porque su madre no sabe conducir, no sabe disparar, pelear con armas. Le enseñó otras cosas, y las aprecia... pero aquello no hacía latir su corazón de emoción. Aunque el latido comenzó a menguar al pensar que había sacado esa parte de un hombre el cual no conocía y... que no quiso conocerlo, aun así, no quería dejar de pelear, la violencia fue lo más gratificante en su edad de abusos, la violencia hizo que lo respetaran. No era por su padre, era por él. Trató de convencerse.

―Llegaste temprano, bien.

Rindou apareció en el gimnasio con ropa deportiva, un pantalón suelto y una polera ajustada pero flexible. Se parecían mucho, pues Rindou vestía igual solo que con un buzo de chándal grisáceo, sin marca. Si Rindou no tuviera el pelo teñido cualquiera que los viera juntos caminar por la calle pensarían con son padre e hijo; en una mañana cualquiera en la que decidieron salir a hacer deporte y pasar tiempo juntos, pero no, en este punto no se parecían ni un poco, tal vez y solo peleando, pero a simple vista eran dos desconocidos.

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