VI

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Pasos rápidos yendo de un lado a otro, rápidos y apresurados entrelazados con los cuchicheos de sirvientes, parloteos de los chefs desde la cocina y más ruido del que le hubiese gustado tener a primera hora del día.

El café frente a él llevaba más de media hora, frío y solo una gota menos de como llego. Los ánimos de querer consumirlo eran nulos y llenos de inquietud por la de desición que tomó su hijo, una decisión tan apresurada y, hasta hace poco imposible, conociendo lo reacio que su hijo siempre fue con el tema del matrimonio.

Le desconcertante de todo era verlo tan decidido y calmado con el asunto de su matrimonio, mismo que estaba por comenzar. El ruido llenaba cada rincón del castillo y los pasillos añejos mismo, algunos de los invitados ya se encontraban reunidos en el jardín trasero, a la espera de que la ceremonia diera inicio. El asunto en sí le provocaba inquietud en dimensiones que pocas había experimentado, apesar de la desición de su hijo intuía que había algo más. Algo que estaba pasando por alto y que le traería consecuencias graves.

La vida de su hijo era primordial para, mucho más que el reino y las decisiones de los reyes.

— Señor, los reyes acaban de llegar.— informó el mayordomo cerca de la puerta de entrada al despacho, su traje negro pulcramente planchado igual que cada uno de los sirvientes del castillo.

Apesar de que estaba en contra de la ceremonia tenía que seguir con lo significaba aquella unión, los preparativos, la ceremonia, la comida, los invitados, todo. Una fiesta después de décadas que le era difícil mantenerse al ritmo de todo lo que conlleva una celebración de esa magnitud.

Especialmente la presencia de los reyes, mismos que ya estaban ahí, en sus tierras.

— Ordena que se les atiendan bien durante todo el evento, tendremos a Condes y Baronetos importantes así que quiero que todo esté el orden y que sean atendidos perfectamente. — observo a través de la ventana a varios de los invitados pasear por sus jardines.

Era bien sabiendo que su castillo era tema de conversación en muchos eventos y fiestas célebres, más de uno ansiaba conocer la belleza arquitectónica de la construcción del castillo, paredes, decoraciones y sus grandes habilitaciones pintorescas, pinturas del renacimiento y romanticismo colgando por los pasillos, la sala de invitados y los recibidores, cientos de barras de oro en pinturas y obras de arte de grandes artistas que iban desde Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Rafael Zanzio a Théodore Géricault y Eugène Delacroix.

Los jardines verdes y florecientes aún en invierno, todo un espectáculo cuando los copos de nieve caen suavemente a lo largo de las hojas verdes de las plantas, el lago que conecta con su río personal y el bosque de fondo.

Más de uno quedaba encantado con la belleza de una gran construcción y vida natural, años y años de invertir dinero y apostar en nuevas mentes e ideas de innovación.

Suspira con pesadez, sabiendo que las cosas, hasta ese punto, no tenían vuelta atrás. Quizás el matrimonio podría aplacar el libertinaje de su hijo y hacerlo un hombre de hogar. Tendría que aportar por ello.

— Jungkook, ¿Dónde está? — la misma pregunta le causa intriga y curiosidad, algo de temor por escuchar algo que no le guste.

— En su habitación, arreglándose el saco del traje.— asiente con cansancio.

— En cuanto llegue la familia Kim, avísame para ir por él.

Espera estar haciendo lo correcto.

Observa nuevamente a través del cristal a la pareja de invitados, la baronesa de Lizt del brazo de su esposo recorriendo el jardín de las luciérnagas a paso lento. El recuerdo de su difunta esposa llega a su mente como remolino seguro de que a ella le hubiese gustado ver a su hijo casarse..

Siente emociones confusas en su mente después de largas décadas de ya no sentir el amor que le juro tener, pero el respeto y adoración sigue ahí, es parte de su vida y pasado, su esposa y madre de Jungkook.

La inquietud incrementa dentro de su cuerpo conforme los minutos pasan detrás del reloj y la hora se a cerca a ellos, la noticia de la boda no tardó en hacerse llegar a cada rincón del mundo, a cada pequeño y gran pueblo bajo la regia de los reyes, los invitados de cada parte del mundo estaban ahí, en espera de la celebración.

Salió del despacho pocos minutos antes de la hora acordada para la ceremonia permitiéndole de esa forma saludar a un par de invitados, no quería tener que hablar con todos. El castillo era un caos de sirvientes yendo de un lado a otro apesar de que el tiempo era poco, no los culpaba por no tener todo listo porque la celebración fue inesperada y con poco tiempo de antelación, fue una odisea contratar a tantos chefs en tan pocas horas y más aún el tener todos los arreglos y decoración para la ocasión, tal vez ninguno de los humanos dentro del castillo ha dormido en las últimas veinticuatro horas.

Los trabajos y deberes multiplicados en los últimos días lo han mantenido despierto más de setenta y dos horas seguidas frente a su escritorio con una pila de documentos que revisar y hacer.

El reconocer a varios rostros conocidos hace que la tensión en sus hombros incremente, vampiresas, duques, condes, banqueros, terratenientes, politicos. Más gente de la que hubiese deseado tener en sus terrenos.

Evito a algunos por cuestión de tiempo cuando el un sirviente anuncio la llegada de del Baroneto Kim, mando por su hijo con el mayordomo apesar de que querer ir personalmente por él dado que debía por obligación y educación recibir a la familia del novio.

El Baroneto portaba un traje sastre negro con sombrero en la cabeza y bastón en la mano derecha mientras que en la izquierda conducía a su esposa, sus hijas detrás de ellos con elegantes vestidos largos y joyas en el cuello y manos. Aparentaban serenidad y calma pero sus rostros serios demoraban la tensión que generaba la ceremonia, tal vez, hubo algo que más allá de los límites del Baroneto que lo obligó a tomar esa decisión. Tal vez alguien lo persuadio de ello. Debía averiguar el qué y porqué.

— Baroneto Kim, bienvenidos. — saludo con calma sabiendo que todos los invitados tenían su atención hacía ellos esperando un desliz para juzgarlo, para tener de dónde atacar en el futuro.

— Gracias Conde Min, espero que esto no sea un inconveniente para usted.

Negó con un sutil movimiento de cabeza.— En absoluto, el matrimonio siempre es para bien. ¿Su hijo también llegó con ustedes?

— Si, pero estará aquí cuando sea el momento de caminar al altar.

— Bien, si ya estamos todos reunidos la ceremonia no tiene porqué esperar.

Los invitados se acercaron a dónde al jardín sentándose en cada una de las sillas predispuestas a ello, mientras el obispo se alistaba para la ceremonia.

Inquietó busco a su alrededor esperando ver a su hijo hacer acto de presencia, ya debía estar ahí para comenzar con la ceremonia. Ni siquiera el mayordomo hacía presencia.

Los cuchicheos se hicieron presentes cuando los minutos pasaron el su hijo no aparecía a su lado, los reyes incluídos se mostraban ansiosos por la tardanza que estaba generando la impuntualidad de su primogénito.

Se disculpo inmediatamente al notar el rostro pálido y alargado del mayordomo al asomarse en la entrada del jardín, fue en su busca lo más rápido y ágil que pudo, tratando de no mostrarse alarmado por la situación.

— ¿¡Dónde está?! ¿Por qué mierda no baja?_— interrogó con frustración, casi al borde de los nervios.

— Se fue, Conde. Dejó está carta sobre el buró de la habitación, mandé a buscarlo por todos los alrededores del pueblo pero no rastro alguno de su paradero.

— ¡Maldición!

Conde Min -Yoontae -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora