Hay veces que los aristócratas no tienen sabiduría intelectual o elevada virtud, son simples humanos que dicen serlo.
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El día transcurrió como el anterior. La señora Sung y la señorita Jeon habían pasado unas horas por la mañana con el enfermo, que seguía recuperándose, aunque lentamente; y por la tarde Jimin se reunió con ellos en el salón. Sin embargo, la mesa de juego no apareció. El señor Min estaba escribiendo, y la señorita Jeon, sentada junto a él, observaba cómo escribía la carta al tiempo que le distraía con repetidos mensajes para su hermana. El señor Sung y el señor Jeon jugaban al piquet, y la señora Sung observaba el desarrollo del juego.
Jimin se puso a engrasar la culata de su mosquete, escuchando divertido la conversación entre Min y su acompañante.
—¡La señorita Min estará encantada de recibir esa carta! Min no contestó.—Escribe usted muy deprisa.
—Y usted no deja de parlotear.
—¡Debe de escribir muchas cartas en un año! ¡Me refiero también a cartas de negocios! ¡Que odioso que se me haya ocurrido pensar en ellas!
—Y qué odioso que tenga que escribirlas a menudo en su presencia. — Irritado, esa era la unica palabra que describia a Min en ese momento.
—No olvide decir a su hermana que estoy impaciente por verla.
—Ya se lo he dicho una vez, tal como me pidió que hiciera.
—¿Cómo consigue escribir con una letra tan pareja? — Min guardó silencio. —Diga a su hermana que me alegra saber que ha mejorado con el arpa, y que su maravilloso boceto para una mesa me ha encantado.
—Señorita Jeon, los gemidos de un centenar de innombrables serían más gratos a mis oídos que otra palabra salida de sus labios. Si no se calla, me veré forzado a cortarle la lengua con mi sable.
—Da lo mismo. Veré a su hermana en enero. — respondio ignorando el tono — ¿Siempre le escribe unas cartas tan largas y encantadoras, señor Min?
—Suelen ser largas, pero soy el menos indicado en decir si son encantadoras.
—Siempre me guío por la máxima de que una persona capaz de escribir una carta larga, no puede escribir cosas desagradables.
—Tu comentario no halagará al señor Min, Jisoo —dijo su hermano—, porque lo cierto es que no escribe con facilidad. Estudia demasiado para emplear palabras de cuatro sílabas, ¿no es así, Min?
El señor Min siguió escribiendo en silencio, aunque Jimin notó que estaba irritado con sus amigos.
Cuando terminó de escribir, el señor Min pidió a la señorita Jeon y a Jimin que le complacieran ofreciéndole un poco de música. La señorita Jeon se acercó con cierta desgana al piano y, tras rogar educadamente a Jimin que fuera primero en tocar una pieza, se sentó.
La señora Sung cantó con su hermana mientras Jimin tocaba.
Cuando la Tierra estaba en calma y los muertos en silencio, y Londres estaba sólo ocupada por seres vivos, la plaga cayó violentamente sobre nosotros obligándonos a defender a nuestra amada Inglaterra.
Mientras las jóvenes ofrecían su recital de música, Jimin no pudo por menos de observar que el señor Min lo miraba con frecuencia. El joven no suponía que fuera un objeto de admiración para un hombre tan distinguido; pero le chocaba que éste lo mirara porque le inspiraba antipatía. Jimin sólo alcanzaba a suponer que Min la observaba con insistencia porque tenía algún rasgo defectuoso, o más desagradable, según el concepto que el señor Min tenía sobre la belleza, que cualquiera de las personas presentes. Esa suposición no lo hirió, pues el señor Min le desagradaba hasta el extremo de que su aprobación lo tenía sin cuidado.
A continuación tocó la señorita Jeon, variando el encanto del momento al interpretar un alegre aire escocés. Poco después, el señor Min se acercó a Jimin y le dijo:
—¿No siente el deseo, Doncel Park, de aprovechar esta oportunidad para bailar una giga*?
Jimin sonrió sin responder. Min repitió la pregunta, sorprendido por el silencio del joven.
—Ya le he oído —dijo Jimin—, pero en esos momentos no sabía qué responder. Sé que usted deseaba que dijera «sí», para gozar criticando mis gustos; pero a mí me divierte echar por tierra esas artimañas e impedir que la persona en cuestión se dé el lujo de humillarme. Por tanto, he decidido responder que no tengo el menor deseo de bailar una giga. Y ahora censúreme si se atreve.
—Lo cierto es que no me atrevo.
La gallardía de Min sorprendió a Jimin, que había supuesto que sus palabras le ofenderían. En cuanto a Min, nunca se había sentido tan cautivado por un doncel como por Jimin. Estaba convencido de que, de no ser por la inferioridad de las amistades del joven, corría el riesgo de enamorarse de el, y que de no ser por su gran habilidad en las artes mortales, se exponía a que Jimin le superara en ellas, pues jamás había conocido a un doncel más diestro a la hora de derrotar a los muertos vivientes.
La señorita Jeon observó, o sospechó lo suficiente como para sentirse celosa; y a su sincero anhelo de que su querido amigo Taehyung se restableciera se unió su deseo de librarse de Jimin. Se esforzó en repetidas ocasiones en indisponer a Min contra su invitado, refiriéndose al supuesto matrimonio entre ellos y planeando la felicidad de Min en esa unión.
—Confío —dijo la señorita Jeon al día siguiente mientras daban un paseo por el jardín—, que ofrezca a su suegra algunos consejos, cuando tenga lugar el feliz acontecimiento, sobre la ventaja de mantener la boca cerrada; y si se cree capaz de conseguirlo, procure impedir que las hermanos menores persigan a los oficiales. Y, si me permite abordar un asunto tan delicado, trate de reprimir la poca afición del doncel Park por los mosquetes, las espadas, el ejercicio, y todas esas tonterías más propias de hombres, o de mujeres de baja alcurnia sin olvidar a los donceles.
—¿Tiene alguna otra sugerencia que hacer en aras de mi felicidad doméstica?
En esos momentos se encontraron con la señora Sung y Jimin, que caminaban por otro sendero.
—No sabía que iban a salir a dar un paseo —dijo la señorita Jeon, confundida y temiendo que la hubieran oído.
—Se han portado muy mal con nosotros —contestó la señora Sung—, desapareciendo sin decirnos que iban a salir.
Luego, tomando el brazo que el señor Min tenía libre, la señora Sung dejó que Jimin continuara solo, pues el sendero sólo admitía tres personas. Al percatarse de su descortesía, el señor Min se apresuró a decir:
—Este sendero no es lo bastante ancho para que paseemos los cuatro por él. Será mejor que tomemos por la avenida.
Pero Jimin, a quien no le apetecía seguir con ellos, contestó risueño:
—No es necesario que se muevan. Forman un grupo encantador, y así podrán pasear cómodamente. La presencia de una cuarta persona estropearía el pintoresco cuadro. Además, sospecho que este sendero está repleto de zombis, y hoy no tengo ganas de pelear con ellos. Adiós.
Acto seguido se alejó alegremente, confiando, mientras paseaba, en regresar a casa dentro de uno o dos días. Taehyung estaba muy recuperado e iba a abandonar su habitación durante un par de horas esa tarde.
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Seth Grahame-Smith and Jane Austen
Adaptación y Modificación
E L L I E
Bailar una giga: La giga (en francés: gigue) es una danza barroca alegre de origen inglés. En la que uno o dos solistas realizan pasos rápidos, saltados y muy complejos con una música en compás de 6/8, 12/8, 3/8, 9/8, y aparece como último movimiento de la suite madura.
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Orgullo Prejuicio y Zombies | YM Adaptación ©itsminjimin
Fiksi PenggemarGran Bretaña, siglo XIX. La adorable y muy alocada familia Park, con sus cinco hijos donceles, viven en la apacible población inglesa de Meryton. Misteriosamente, una plaga de difuntos empiezan a resucitar convertidos en temibles muertos vivientes...