Sucumbiendo

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Estoy en el cuarto de mi habitación, está oscuro, y ni la luz de la luna pasa por las cortinas, todo, absolutamente todo, se encuentra en las penumbras de la noche. Ni los grillos afuera se escuchan cantar, solo es mi respiración la que rompe el silencio tan inquietante que a ratos escucho, y el golpeteo de mi corazón extrañamente rápido, al parecer, mi cuerpo sabe algo que yo ignoro. Me remuevo en la cama, aún siento la presencia de ese algo o alguien en el cuarto, y a pesar de que no sea muy curioso, mi cabeza maquila cualquier cosa, puede ser el gato del vecino y hago todo por nada, así que más o menos me tranquilizo.

Un susurro.

Calor.

Me levanto de la cama y me deshago de mi camisa, abro la ventana y el aire comienza a entrar por ella, inflando las cortinas, moviéndolas como si de agua se tratase. Me quedo viendo a ese movimiento que tanto me recuerda a una mujer bailando, se ve joven, y baila más lentamente, y me doy cuenta que esta desnuda, pues sus pezones se dibujan en la tela.

Trago saliva.

Decido acostarme de nueva cuenta, pero sin cobijarme, aún tengo demasiado calor como para hacerlo. Quito las cobijas y las hago a un lado, mi mirada queda en el techo, o al menos eso es, pues la negrura que hay en mi cuarto es tanta que no distingo que es qué. Poco a poco se dibuja frente a mi unos ojos, los mismos que he estado viendo desde que tenía diez, no distingo de qué color son, pero si su forma, son grandes, y sus pestañas son largas, sus labios toman volumen, junto con la forma de su rostro, ovalado. El peso que comienzo a sentir es delicado, bajo la mirada y frente a mí, hay alguien a horcajadas, su trasero esta justo encima de mi pene, y ella lo mueve. Le digo que pare, pero me ignora. Subo la mirada y sus senos cuelgan, redondos y delicados, encima de mi pecho. Gimo porque es sensual. Ella es sensual, como un felino, que pide caricias y no puedes evitar dárselas. Su rostro baja al mío, y sus labios se pegan a los míos, le correspondo, ¿Cómo no hacerlo? Es dulce, es exótico, y no puedo parar de saborearlo. Meto mi lengua en su boca, y encuentra la suya, es suave, y muy mojada, puedo sentirla humedecerse más, arriba y también abajo.

Mi pene se para, está duro y me duelen las bolas, ella mueve sus glúteos, y aprovecha su humedad y la mía para resbalarse y estimularme más.

Suelto un gruñido.

Mis manos van a sus senos, los amaso, son más suaves de lo que creí. Necesito recorrer su cuerpo, necesito saber que es real, y mis manos pasan de sus senos a sus hombros, y después acaricio su espalda curvada, siento la curva que hace su espalda baja para dar paso a sus nalgas, y paro en ellas. Arrimo mi pelvis a la suya, y con mis manos la acerco más, quiero que sienta como estoy, y quiero escucharla.

Ella gime.

Un gemido sensual, y aquello me pone aún más. Estoy quitándome los boxers, pero ella se esfuma.

¿Pero que acababa de suceder? ¿Por qué perdí el control? Mi mente está hecha un lío, y eso implica que he perdido el control, y odio perder el control de mí, pues es un claro ejemplo de la debilidad que tengo. Me subo los calzoncillos, avergonzado de mi actitud y cierro los ojos, trato de conciliar el sueño, aunque dudo poder hacerlo, porque son más las noches que la sueño y deseo que venga, y me consume, pues la veo en todas partes.

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Llego al aula 402, que es donde imparto la clase de demonología antigua, y me detengo, hay mucho ruido dentro y todo lo que veo por la ventanilla de la puerta son alumnos platicando aquí y allá, y sus voces, todas, puedo oírlas, aunque no puedo decir con certeza qué es de lo que hablan. Empujo la puerta y en el acto todos callan. Unos corren y toman sus asientos, y eso me recuerda a las ratas del ático que a veces se escuchan en casa del dobe cuando lo visito. Puedo notar las miradas de las alumnas en mí, y a pesar de que en un principio me incomodaban, ahora las ignoro.

Oneshots S•KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora