- EL COCO -

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Deformados por el placer y los excesos, atrofiaron sus mentes y sus almas, se volvieron uno solo, único, magnífico y dotado de cualidades banales para la complacencia de sus torturadores, capaz de vocalizar el terror de una espada sierra bien aceitada, hasta los delicados y muy molestos cánticos Aeldaris que Artem tortuosamente debe escuchar en aquellas largas sesiones recreativas de ópera interpretativa. Quizás, todos los orejas puntiagudas deberían rezarle a cualquiera de sus dioses profanos, o los Drukharis no debieron cometer el error de mantenerlo vivo tanto tiempo, no obstante, ahora libre, solo es venganza encarnando un dios metálico.

A pesar del panorama trágico y hostil, no tenía prisa, dado que, caminaba con sigilo y entre los caídos dejaba caer su mirada atenta, ya que buscaba como si ahí hubiera perdido algo querido. No le importaban los horrores del hombre sobre esa tierra, ni los despojados escombros de los Señores espectrales o el inerte gigante de Khaine arrebatados de todas sus glorias, para él, estos eran solo los rastros de su objetivo mayor.

Escucha casi como un murmullo los quejidos de un posible sobreviviente, aunque le gusta presumir su elegante necro dermis con la postura más digna de un rey, no pudo evitar perder toda compostura ante la emoción de encontrar un vivo. No le importaba ensuciarse, eso es el oficio de todo buen cazador, porque en su oficio, también hay muerte e inconvenientes, pero estos son riesgos tomados por el placer y sin ningún tipo de deber propio para con los suyos. Oculto entre los muertos, un Aeldari intentaba escapar de su tumba, malherido aún en él habitaba el espíritu de vivir, por un instante grata fue su sorpresa hasta que se tornó en profunda amargura. Eso, no era una mano amiga, pues, era la muerte.

En completo horror el cuerpo rescatado se retorcía en sus metálicas manos, luchaba por escapar, luchaba por su vida mientras gritaba apenas una oración comprensible "Ceiba-ny-shak, Oghyr!" pero a eso no le importaba, había algo que él quería y no necesitaba ni del dialecto ni la extorción para conseguirlo. Su mano derecha casi estrangulaba al aeldari y con la izquierda no hizo más que con su dedo índice señalar el ojo derecho de su víctima.

- ¡Quédate quieto! Cuando se mueven mucho, el resultado es desagradablemente borroso. - la vista es aterradora, simplemente ver como por el brazo de su captor se desliza una alargada máquina canoptek, hasta posarse en su dedo índice, solo para revelar entre sus fauces afiladas un diente como una inyectadora, tan largo y grueso como el brazo de un tierno bebé humano. Rápido, brutal y encarnizado, la aguja punzante perforó profundo el cráneo de su víctima, sucio y visceral, sin piedad le arrancó más que el aliento, pues le había tomado sus memorias, condensadas en una batería cargada con una corriente color blanco verdoso y casi prístina, limpia de cualquier impureza de la carne mortal.

Arrojó el cadáver sin ningún respeto, ya tenía lo que quería, la ansiedad era demasiada como para ignorarlo, deseaba saber toda la verdad, necesitaba escudriñar las memorias de la mente saqueada, y sin dudarlo más, extrajo la carga de su asistente canoptek. Roza su pulgar en la batería "¡oh el éxtasis!" y con ello llegan los ecos de una memoria ajena.

"¡Dannan!" gritaban civiles Aeldaris al mirar el cielo de su mundo astronave (diminuto y abarrotado para mi gusto), quizás todavía las memorias no se calibraban completamente, pero detalles mínimos para un grito espontaneo ante la muerte, sin importancia alguna, ya que el recuerdo se vuelve más vívido, más completo.

El cielo a gran escala comenzaba a arder, y como plaga que arrasa los cultivos, eran los demonios del imperio del hombre que traen la falsa palabra de su inexistente emperador, quizás era una emboscada, quizás fue que nuestros dioses solo parpadearon un momento, pero aquí y ahora habían llegado, porque con los "Mon-keigh" no se negocia, ellos son la peste, la muerte, y la desgracia.

Y como malas semillas las capsulas de los demonios del hombre, esparcen sus raíces voraces, sus malditos soldados inclementes, murallas de roja armadura, bárbaros, carentes de virtud y llenos de brutalidad sanguinaria. Cargan con toda la fuerza contra nuestros aliados y no negaré que existe una mórbida satisfacción el ver caer abatido uno de esos desgraciados. La lluvia incandescente de fuego y metal, la devastación en cada rincón nos obligaba a huir con los nuestros, todos debemos ayudar, todos debemos proteger a los indefensos, debemos ir a las cápsulas de escape, los dioses nos amparaban hasta las últimas lágrimas, pues en nuestra defensa los valientes guerreros, los vengadores implacables batieron con furia a cualquiera que intentara lastimarnos, guiándonos con todas sus fuerzas a nuestro destino seguro.

Resguardados por los señores espectrales, los desembarcos para el escape eran nuestra oportunidad, los vengadores no llegarían más atrás, porque era de ellos el frente y la defensa, nosotros debíamos correr, debíamos llegar. Pero nosotros, nosotros no llegaríamos.

Con el sonido quebrado como el de una flecha en vuelo, sentí la sangre en mi cara y mi vista quedó perpleja ante lo que quería creer que era una fantasía, pero era la realidad, pues mis hermanos, mis vecinos, parte de mi grupo, rebanados y destripados en dos partes. Solo debía seguir el rastro de la sangre en vuelo, para ver con horror un ser del mismísimo averno, un buitre negro bañado en éxtasis de la sangre de los míos, y aunque la distancia que tomo fue mucha, era notoria la bicefalia de su diabólico ser, me quede absorto, pues cuando aquella criatura dio la vuelta en los cielos, solo podía creer en el horror, una de sus mórbidas cabezas arrancaba la carne a tajos del cuerpo mutilado de un niño, arrojándolo después, no sé si por desprecio hacia con los míos o ante el pensamiento de que hay más de donde escoger, de donde nace esa fuerza barbárica, que le permite abalanzarse de nuevo en picado sobre nosotros y descuartizar con malsano placer a inocentes, con sus alas afiladas, cortar los cuerpos a la alta velocidad del vuelo y a los que no murieron entre sus alas, perecerían en sus manos o en sus gases y ácidos tóxicos, sus alas eran la muerte más instantánea, porque entre sus manos los cráneos los reventaba como uvas podridas. Tomaba impulso elevándose, mientras profana nuestro legado, entonando nuestras canciones con sus sucias voces, un ave rapaz en la misma embriagues de la sangre, dado que dejaba caer a los pobres. En mi mente solo podía rezar porque lo dejara caer y no tuviera las ganas de impedirles la muerte, simplemente parecíamos muñecos de trapo en sus sádicas manos. Puedo esperar que los guerreros gigantes del hombre sean crueles, y aun así pelear solo es un rastrillo que arranca la tierra a su paso, de trazo prolijo con una dirección constante, pero esto, esto era saña como si los humanos por fin cedieron a la locura de vender colectivamente sus almas a Khorne y esto fue el premio que les otorgó, un diablo encarnado de furia y hambre, para con los débiles.

Mi mente retumbó a la realidad, cuando mi hermana tomó mi mano y me jaló con todas sus fuerzas, en mi mente había orgullo, porque ella no estaba dispuesta a rendirse en vivir. Grande mi tristeza, ver como una lluvia de muerte caía sobre los señores espectrales, sobre los civiles, sobre los que me acompañan, de amarillo vibrante, y de fácil ignición, mellaba y colaba profundo en los señores espectrales, que horrores era ver los efectos en la carne, tanto que los mismos guardias avanzaron hacia nosotros para cavar zanjas a donde desviar los charcos del arma química. Los guerreros tomaron a las mujeres y los niños, y todo aquel que por su propio pie no pueda seguir el paso, y fue así como mi hermana fue cargada y podía tener fe de que sería salvada, ya solo por eso casi no me importaba perder el ritmo de los soldados, me desprendí de toda culpa o pendientes con esta vida, al verla desaparecer entre las llamas.

Había perdido mi oportunidad de vivir, en el momento que el Coloso de Khaine cae ante mí, el impacto silenció todo mi entorno, yo había caído de culo, al ver tal horror "¿Quién tendría la fuerza para destruir un rayo de nuestro dios?" me arrepentiré hoy, mañana y siempre por preguntármelo, pues de la cabeza como una pústula que revienta por la presión, entre llamas incandescentes " la sangre del avatar" emerge la vil criatura, a mordiscos comiendo la armadura y el hueso, como si el calor y el odio del dios de la guerra fuera inocuo, con la mirada embravecida en rojo intenso, elevo sus alas y en completa calma emergió del cuerpo, como si fuera una mariposa al salir de una crisálida. Ahí estaba erguido como la más gloriosa abominación, "¡maldigo al hombre y a todas sus formas!" tome el arma más cercana de los cadáveres que me rodeaban, daría mi vida y más por verlos destruidos a todos. Yo terminaría muerto, pero peleando, la abominación alada orientó sus 2 cabezas hacia mí y como una pantera a cuatro patas se preparaba para descender como si yo fuera su presa, levantó su bulbosa cola y encogió sus cadavéricas alas metálicas. Pero las casualidades de la guerra evitaron cualquier enfrentamiento, sin aviso para mi o para el abominable, sobre mi cuerpo caen escombros y cadáveres, dejándome atrapado en deshonrosa sepultura.

Recuerdo perder la conciencia y creer que ese era mi fin, al despertar solo esperaba la venganza, no sé cómo lograría sobrevivir, pero saldría de esta tumba, saldría a buscar a esa abomin- SÍ, SÍ, ya es material irrelevante, no voy a vivir los sentimientos de un valiente tardío - Exclama el necron. Con el chasquido de sus dedos un Gigante Canoptek tipo arácnido se desvela de su camuflaje perfecto, de patas alargadas como raíces de un manglar y tenazas como cuchillas, la precisión no le falta y no hay punto ciego en su mirada con sus 15 luminosos ojos.

"¡Nabre-Terixah, Al fin! Conozco a mi ansiada presa." 

LIBERTADES DISFORMESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora