-EL GRAN DIEZMO-

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Es extraordinario, que entre polos y circunstancias opuestas puedan nacer paralelismos idénticos. como mirar una gota de agua sobre un espejo pulido, pues indistinguible el reflejo del original, aunque uno sea artificial y el otro natural. Aun para la inocencia de Faraday, fue intuitivamente natural, asumir que, si ella le dedicase más que unos vocablos a él o viceversa, ambos tendrían una amistad más profunda que el horizonte. Por lo que un día cualquiera, había corrido a los brazos de su padre y preguntó con notable angustia "¿Por qué Artem y Alejandrías a pesar de tenernos a nosotros, se sienten tan solitarios?" 

"¡Maldita estás y Maldita fuiste hecha!" exclaman turbas furiosas que arrastran los andrajos de un cuerpo fútil, pequeño y frágil, con largos y mugrientos cabellos apenas rubios. Pues, entregada es a la larga fila aparentemente interminable, de otros como ella, que ante su presencia se perturban en abrumador terror, como si la recién traída fuese el más profundo de los miedos y el más doloroso de los actos, que un niño u hombre pueda presenciar.

Era orden del gobernador y del credo imperial, que todo ajeno a la luz fuese entregado, pues así, aun abría esperanza para ser redimidos por la Luz del Emperador, pero ellos mismos saben que aquello son palabras bonitas para una realidad vital que debe ser mantenida y próspera, pues entregar a los enajenados alimenta la luz de la humanidad y aleja a la bruja y al traidor, porque ¿qué peligroso es desatar el miedo sobre quienes no conocen de él? Así es conocido que una de estas mentes adeptas a lo profundo y desconocido para el mortal, es capaz de ser la más peligrosa de las puertas a un desastre de magnitud incalculable.

Pero los presentes aquí apenas conocen la vida, y apenas entienden el mundo, por tal motivo, para cualquier individuo normal hambriento de unos pocos elogios por la sociedad y los altos mandos, estos son los seres más abominables y completamente justificados para ser cazados, pues son incapaces en sí por su ignorancia cultivada, las ovejas desprecian del rebaño al de pelaje distinto del mismo modo que temen y desprecian al lobo que finge ser una oveja. Por tanto, estos niños y jóvenes desconocen su inmisericorde destino.

A merced del gobernador y oprimidos por la mera presencia de nulidades entrenadas y altos oficiales, yacen a la espera de entregar el tributo debido. Aquel que no forma parte de la ofrenda pública, aquel que no se paga ni en oro, ni en militares, ni en cosechas, es aquel que se paga con sangre, el necesario para que el trono dorado sea la luz eterna de la humanidad.

Pero hasta el mismo gobernador con todo su poder, con todas sus riquezas y soldados, puede temer, pues, sagrado es el tributo tanto en riquezas, soldados y psíquicos. Pensar siquiera en tomar lo que corresponde al Emperador o que este no sea la mínima establecida, equivale a la misma muerte, por eso, todo gobernador que aprecie su vida será el mismo que se asegure de entregar todos los diezmos, para que ningún atrevido, ninguna alma codiciosa siquiera tenga la oportunidad de tomar lo que no le pertenece. Porque aun con el control más minucioso, el terror de los Inquisidores es palpable hasta para el más pelele.

Al descender de sus naves negras como el mismo cosmos profundo, los inquisidores son hombres imponentes que no les tiembla el pulso por el objetivo mayor, dado que para ellos la vida es insignificante y solo deben darle el correcto propósito a absolutamente todo, pues para ellos nunca obran en razón del mal, ni siquiera ven mala su venganza y aplicar todo el peso de su fuerza y rango para destruirte desde los cimientos por más sutil o liviana que fuera tu ofensa, porque para ellos la inocencia no es motivo de indulto, y aun menos te hace merecedor del perdón en la muerte.

- ¿Son todos? - pregunta con imponencia el inquisidor, con una autoridad tan propia, como si aquello fuera otro poder dado por el mismísimo Emperador. - Sí, cada uno de ellos- exclama el gobernador que, aunque nervioso, no puede mostrar falta de compostura o perturbación. El inquisidor extiende su mano cubierta de guantes tan negros como el resto de su uniforme, omitiendo los adornos dorados y los sellos rojos que portan la palabra del Emperador, que son los únicos ápices de colores aparte de su piel blanca y sus cabellos castaños pálidos afectados por las canas de la edad. Dado que por el gesto el gobernador no lo duda y entrega el papiro con el registro de cada uno de los Psíquicos ahí presentes. - mil psíquicos, como la ley lo ordena. - afirma el gobernador seguro de su ofrenda.

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