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Capítulo 4. Cena entre serpientes


C H R I S T I A N

Un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas

Maquiavelo.



Son cerca de las siete de la tarde cuando el desfile termina y recibo un llamado de Benedict, justo antes de que inicie la fiesta de cierre a la que pensaba faltar porque no estoy de humor de estar en fiesta y prefiero beber un buen trago de coñac.

Me dirijo a los confesionarios con mis pasos haciendo eco en la habitación por el piso de madera oscura. En esta zona apenas hay personas paseándose para confesarse ante un cura, pero está casi desolado debido al desfile y la celebración nacional de la llegada de un nuevo rey.

Saludo a algunos monaguillos y algunos sacerdotes conocidos de la iglesia que se encuentran en servicio en el palacio por ahora.

Entro a un cubículo en específico, donde a su lado hay una estatua representando a la Virgen María y me siento, en espera. En unos minutos comienzo a sentir otra presencia al otro lado de la rejilla oscura que permite cierta privacidad a solo las dos únicas personas; el pecador y Dios.

—Pido confesión, Padre, porque he pecado —pronuncié bajando la voz.

—¿Cómo has pecado, hijo mío?

—He corrompido mi alma. Primero, he cometido simonía todo para asegurar su puesto como rey.

—Y Dios nos lo devolverá diez veces más en recompensa —dijo Sonnet.

—Pero debe sosegar mi alma porque he tenido inquietudes desde su elección.

—¿Cómo cuáles?

—¿Puede una familia como la suya sobrevivir a un precio tan alto como el trono de Corentine?

Benedict se quedó en silencio por largos segundos de los que no estuve seguro de que iba a responder y tampoco esperaba que lo hiciera.

Hizo su elección desde el primer momento en que me pidió que comprara a los demás cardenales con riquezas, terrenos y acciones con tal de convencerlos de votar por él y ahora tendrá que atenerse a las consecuencias de su elección.

Quiso el trono y se lo di porque se lo permití.

—Dios protegerá su vicario en la tierra y a sus seres queridos —dijo finalmente.

No pude evitar espetar sarcástico.

—¿Le recordará a Dios sus deberes?

—¿Por qué el tono blasfemo, Christian? —inquirió, irritado.

—Los enemigos que ha cosechado con los años se multiplicarán. Todos los Cardenales y todos a los que destruyó a su paso intuirán lo que está haciendo para asegurar su puesto como rey e intentarán a toda costa evitarlo. Intentarán quitarlo del trono y si eso significa deshacerse de su familia lo harán. Todos saben lo devoto que es a su familia, sobre todo a sus hijos.

—Es por eso por lo que estarás dentro del Círculo como Cardenal.

Aprieto las manos sobre mis rodillas en puño.

—Nunca hablamos de eso.

Bufó.

—Eres mi consejero personal, el príncipe de la Iglesia que todos esperaban que fueras el heredero al trono si no hubiera fallecido tu padre. Ludovico liderará el Ejército Real y tú serás ascendido como Cardenal, los demás estarán de acuerdo. Eres mi apoyo dentro del nido de serpientes —dejó salir un suspiro exasperado ―. No quiero volver a escuchar una palabra sobre esto ―Lo vi en medio de la rejilla moverse y persignarme en enoquio para finalizar ―. En nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Amén.

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