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OMNISCIENTE


"Es un ultraje", fue el pensamiento de Bram Enoch desde la elección del cónclave donde Benedict resultó ser el vencedor.

Un mero extranjero siendo rey.

Qué horrísono.

Odió la idea de que la sangre extranjera e inglesa de Benedict Sonnet manchara el magnífico trono por el que sus antepasados y de los otros cardenales pelearon por mantener limpio.

Si había alguien quien puede limpiar del pecado el trono, por el que el anterior rey pidió en su lecho de muerte, era él.

Se sentó en la silla de madera y acolchada de una de las tantas salas de reuniones que tiene el palacio y esperó. Ocasionalmente veía la hora en su reloj reluciente y caro sintiendo la ansiedad quemándole las entrañas. Entonces el atardecer aconteció y la puerta se abrió y apareció el cardenal Winslow junto a Hathaway, el último con un aspecto nervioso y se limpiaba la frente con un pañuelo cada tanto.

—¿Para qué nos ha pedido que nos reunamos, cardenal Enoch? —inquirió Winslow.

—Creo que puede intuir de lo que podría tratarse, cardenal —dijo Enoch, solemne —. Si mal no recuerdo fue uno de los últimos en aprobar el ascenso del anterior canciller durante el cónclave.

Winslow se tensó y esperó.

—Los tres sabemos que un Sonnet no es apropiado para el trono y es hora de que se retire.

—¿Cómo? —preguntó Hathaway, limpiándose el sudor de la frente, curioso por saber qué saldrá de la boca del cardenal Enoch —. El rey tiene apoyo absoluto del arzobispo Fane.

Enoch soltó un suspiro resignado ante la mención del arzobispo Fane.

—El arzobispo debería ser el mayor interesado, puesto que a su padre le correspondía ser el siguiente canciller y, por ende, el rey si no hubiera muerto en circunstancias sospechosas.

—¿Circunstancias sospechosas? —repitió Hathaway, boquiabierto —. ¿Está diciendo que el accidente de Marcell Fane fue intencional?

—Tengo ciertas sospechas, cardenales. Sin embargo, por ahora no es el asunto principal por el que les pedí reunirnos en privado.

—¿De qué se trata? —pidió Winslow, tranquilo.

—Debo creer que no soy el único en pensarlo porque el mero pensamiento... —se estremece —, va en contra de todo lo que nuestros antepasados nos inculcaron. Nuestros antepasados aseguraron esta monarquía para mantenerla limpia de ingleses y de repente uno se sienta en el trono por simonía. El anterior rey nos pidió prevalecer los valores inculcados de nuestra santa iglesia y eso debemos hacer.

—¿Qué está proponiendo, cardenal Enoch? ¿Un golpe de estado?

Enoch soltó una risa.

—Por supuesto que no.

—¿Entonces?

Enoch cerró la boca cuando la puerta se abrió y apareció el tímido anciano escriba de lentes redondos y calvicie. Miró hacia el suelo cuando la atención se volcó en él.

—Ah, Escriba Geller, llegó justo a tiempo —pronunció en tono jovial el cardenal Enoch.

—Se solicitó mis servicios, cardenales.

—Ah, sí. Tenemos algunas dudas que preguntarle a nuestro mayor Escriba de esta Santa Iglesia.

—¿De qué se trata?

CORRUPTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora