Capítulo 23

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Capítulo XXIII

La habitación era amplia, con poca luz, uno que otro artefacto en las esquinas y en el centro una arena

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La habitación era amplia, con poca luz, uno que otro artefacto en las esquinas y en el centro una arena.

Fijé mis ojos en Callahan, que se encontraba atizando a golpes a un muñeco de entrenamiento, era de madera y se le podían ver los años encima, los golpes en los costados, las ralladuras y arañazos.

En cuanto sintió mi presencia se detuvo y giró para encontrarme a unos metros suyos. Sonrió. Entonces bajo la vista por mi cuerpo, detallando mi ropa, y puso una mueca.

―Ignoraste la ropa que te envié. ―recriminó. Caminó hacia mí.

―¿Te molesta que ignore tus órdenes?

―No era un orden. ―sujetó mi mano. ―Fue una sugerencia para que así pudieras entrenar más cómoda.

―¿Entrenar?

―Si. Quiero ver de lo que eres capaz.

―¿Cómo podré luchar contra ti?

―Como mismo lo haces contra Unai. De las pocas cosas que siempre ha dicho de ti es que eres, según sus palabras, una zorra que da problemas a cualquiera.

―Ella siempre tan agradable con sus palabras. ―dije sarcástica mientras soltaba su mano.

―Solo piensa en una ventaja que puedas usar en mi contra.

Asentí. Me dirigí al lugar donde reposaban las armas y únicamente tomé una daga. Callahan se alejó hacia la arena. Miró expectante mis acciones, esperando hasta que me sintiera lista para dar inició. Me posicioné frente a él con varios metros separándonos. No fueron necesarias palabras entre nosotros. Él supo por mi mirada que yo estaba lista para luchar.

Callahan no se movió, esperaba que yo lo atacara, y eso hice.

Dócil, como él quería, corrí en su dirección con la daga en la mano. Cuando solo faltaba un metro para alanzarlo las piernas me fallaron, mi tobillo se torció y terminé cayendo al suelo. Solté un grito de dolor e inmediatamente sentí las manos de Callahan en mi espalda.

―¡Rubi! ¡¿Qué te sucedió?! ―Su voz era un claro ejemplo de histeria.

―Me duele el tobillo. ―musité bajito.

―De seguro tus piernas fallaron por la droga. No tenía que haberte hecho inhalar esa mierda.

Comenzó a revisar mi tobillo con preocupación. Ese pequeño momento de debilidad fue el que utilicé para empujar con todas mis fuerzas su cuerpo haciéndole caer de espaldas. Me subí a medias sobre él dejando un leve espacio entre nuestros cuerpos, pese a que no cayó por completo fue suficiente para que mi daga pudiera ir a su cuello.

Abrió los ojos con asombró, la duda y molestia le invadieron el rostro.

―¿Me tengo que sentir ofendido por esta traición? ―preguntó con recelo.

DESCENSO  (Balada de los Hijos de la Luna, Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora